Mis pasos han vuelto a encaminarme otra vez hacia tierras irlandesas, cuna de las historias y las aventuras, donde el verde se confunde en la lejanía. Creo que no os hablé de mi anterior viaje a estas tierras pero yo ya había estado. Sí, hace año y medio me encaminé hacia ese lugar y otra vez he vuelto. Si queréis leer la reseña en inglés podéis hacerlo aquí.
El duendecillo que siempre llevo en los viajes me picó en la oreja y me dijo que teníamos que volver. Nos habíamos dejado muchas cosas en el tintero, es un viaje barato comparado con otros destinos europeos y sin pensarlo nos embarcamos en ese viaje mágico y espléndido. Os voy a hablar de las dos excursiones que he hecho y que no podré quitarme jamás de la cabeza.
La Calzada de los Gigantes
La primera excursión de estos días de vacaciones ha sido a la Calzada de los Gigantes, una zona que se encuentra al norte del país y que está a una hora y media de la ciudad de Belfast. El día empezó lloviendo (y pensaréis que es lo más normal del mundo y os diré que no. Me ha llovido una tarde y una mañana en los cinco días que he estado).
Pero esa mañana empezó diluviando así que nos abrochamos nuestros "chubasqueros", nos empapamos los pantalones y subimos al autobús que nos llevaría hacia la Calzada de los Gigantes. Un café para entrar en calor, una buena manta para el camino y recorriendo el territorio fue despejando el día.
¡Y menos mal! No querría yo perderte el despliegue de vacas y ovejas (negras y blancas conviviendo sin rencillas. A ver si aprendéis en Estados Unidos) que podemos ver mientras recorremos el país. El guía fue muy simpático, nos fue contando curiosidades de los irlandeses, también de lo que encontraríamos en Belfast y en la Calzada de los Gigantes.
Pero os aseguro que nada podría haberme preparado para la majestuosidad del lugar y la naturaleza en estado puro. ¿Cómo podría describirlo? Solo como la manera de conectar con la Tierra a un nivel superior. Es impactante ver la "calzada" con todas esas rocas con forma de cilindro, que como bien nos explicaron es una creación de la propia naturaleza.
Nada más llegar tuvimos que bajar una cuesta pronunciada (algunos autobuses te bajan hasta el principio) y a partir de ahí es caminar. Advierto que no es un sitio que se pueda visitar lloviendo. Demasiado barro y piedras muy resbaladizas. Salvo que quieras romperte una pierna, no es demasiado recomendable.
Como podéis imaginar estuve cual cabra montesa subiendo y bajando por las piedras de la calzada. Pero también me aventuré por el "paso de los pastores", sí os aseguro que se llama así y fui subiendo por la ladera de las montañas para inmortalizar el momento. Tenéis que ir con calzado cómodo u os puedo asegurar que vuestros pies sufrirán.
Desde donde estábamos podíamos ver la parte más al norte de Irlanda porque lejos de lo que se pueda pensar... La Calzada de los Gigantes no es el punto más al norte. Pero también podíamos ver Escocia desde allí y os juro que tuve ganas de tirarme al agua y nadar hasta allí. Al menos hasta que vi que eran 60 kilómetros y pensé que sería mejor llegar seca y en avión.
Estoy segura de que las imágenes que os estoy poniendo no hacen justicia. Quizá porque soy penosa haciendo fotos o porque no hay manera de plasmar tanta belleza. Es aire puro, es color, es naturaleza que para los que somos de ciudad es casi un sueño hecho realidad. Disfruté como una niña pequeña caminando por allí, sorteando asiáticos maleducados y también haciéndome alguna que otra foto.
¡Cuidadín! La Calzada de los Gigantes se encuentra fuera de la República de Irlanda, así que allí tiene libras y no euros. Tendréis que pagar con tarjeta o llevar dinero cambiado pero no supone un problema.
Belfast
Desde la Calzada de los Gigantes nos adentramos en la ciudad de Belfast, que todos recordamos por la "guerra" que han vivido y que ha sacudido a los ciudadanos que habitan allí. La excursión incluía una panorámica de la ciudad, donde muy amablemente nos enseñaron los "barrios católicos" (incluyendo el primer edificio donde se agrupó el IRA) y también los "barrios unionistas" (aquellos que quieren seguir formando parte de Inglaterra o Reino Unido).
Nos dejaron tiempo para bajar del autobús y tomar algunas fotos de los murales que hay allí. Pero es impresionante ver un muro que separa ambos barrios, donde tienes que pasar por unas puertas de hierro con alambre de espino en la parte superior y que según nos han contado, solo se abre los fines de semana.
Los "barrios" ahora conviven en paz pero, aún así han decidido seguir manteniendo ese muro de separación, y no es para menos. Impresiona ver los coches de policía, que son blindados y parecen carros de combate. Pero también a los agentes de seguridad que van armados hasta los dientes. Algo que recalca que todavía sobrevive el miedo de una época marcada por el terror.
Belfast no tiene demasiadas cosas que ver o hacer. Si os soy sincera, me ha gustado mucho más Dublín que Belfast. Quitando su ayuntamiento, el hotel Europa (que ha sufrido más atentados que cualquier otro) y algunos pub... No hay mucho más que añadir. Una ciudad más, donde la parte más "impresionante" es la de este muro que os he contado y que actualmente tienen pintado de esta manera.
Quizá no sea vistosa pero sí impresiona por la historia que encierra. Algunos sitios se han mantenido igual en memoria de aquellos que cayeron o murieron defendiendo una u otra causa. Por suerte, cuando entras o abandonas la zona de Belfast solo lo sabemos por un breve letrero de "hasta luego" como los que tenemos al cambiar de Comunidad Autónoma.
El autobús nos trajo de vuelta a Dublín donde disfrutamos de una noche de alegría, sin una sola de gota de lluvia y con una temperatura fresquita. El abrigo no sobraba como en otras ocasiones y después solo quedó volver a descansar para el día siguiente.