La palabra mejor es aquella quese asemeja al verso siendo prosay a la prosa siendo verso.
ABU HAYÁN AL-TAUHIDIEste es el embozo de esta cama literaria. La parte externa de la sábana oculta que preludia el estampado que reproduce esta. La que nos anuncia el tejido que trazan sus fibras.
Me peleo al deshacer la cama. Me acuesto en ella y doy vueltas sin conciliarme. Sin conciliarme de conciliar-me. Sin conciliarme de re-conciliar-me. Sin conciliar sueños, también («Entendiste además, que, si no mejor, eres más tú cuando te encierras como un ovillo de sueños»). Me ovillo. Me acomodo en mi incomodo. Entiendo. Me pasa con esta prosa como me pasa muchas veces con la poesía: me desubico, y a veces me dan más pistas los breves poemas y citas (magnífica selección) que encabezan cada relato-capítulo de este libro que su prosa misma. Pero hay algo que me hace seguir: un punto de conexión, muchos puntos de conexión, y mi mente los va uniendo como cuando en esos pasatiempos infantiles uníamos los puntos para construir un dibujo. Tardamos poco en olvidar esos puntos primigenios. Tardamos, a veces, demasiado en recordarlos. Pero los puntos cuentan, vaya si cuentan, y aun es más lo que podrían contar si echáramos la vista atrás y nos detuviéramos a escuchar-nos.
«También podría contar las caricias de una vieja cama de roble [...] en que murieron todas las mujeres de mi familia. Una a una: generación a generación, hasta el día en que yo claudique».La cama. La cama de Vanessa Gutiérrez. La cama que fuera de su madre, de su abuela, su bisabuela, de todas las que fueron antes que ella. La cama que ya no es de Vanessa. La cama que ya no es. Vacío. Hueco. Escisión. Orfandad. La cama que re-concilia («Ninguna vuelta al pasado se debe hacer para quedarse»). Entiendo.
La cama es de Vanessa, sí. La hace (o la deshace) para sí. Pienso al principio, no sé por qué, que le habla a la madre, pero en seguida la sigo leyendo como una carta para sí. Ella me lo confirma con su rúbrica final: «entiendo que esta composición que se iba completando era una especie de canto a mí misma». Entiende.
Vuelve a esa cama que ya no es. A lo que simboliza. «El deber era nacer allí; yacer allí; morir allí como habían hecho todas las mujeres de tu familia hasta donde tienes recuerdos». Casi me dan ganas de añadir: parir allí. O: por los siglos de los siglos, amén.
La sentencia asusta. La condena pesa. ¿Qué nos queda? ¿Qué le quedó a Vanessa? ¿Quedarse? ¿Irse? ¿Adónde? Huir no es liberarse.
«Y así fuiste alejándote sin darte cuenta de que un día estarías lo bastante perdida como para no saber regresar. Regresar y arrepentirte por no entender en tiempo y en forma que la decepción es esta truculenta relación que tú sola tienes contigo».Esta cama es despojarse. Enmarañarse en el enredo de su ropaje y conseguir salir de él. Salir como llega victoriosa la mañana tras una noche de insomnio transcurrida en duermevela.
Esta cama es despojarse de lo superfluo. Agarrarnos a la tierra, a la vida. Todo lo que se nos ocurra que se puede hacer en una cama está pegado a la vida en mayúsculas, es su esencia misma.
Llego a este libro-cama por casualidad. Me lo encuentro en un estante de la biblioteca. No sé por qué sus ojos reparan en él (él, tan delgadito, tan poca cosa, titánica lucha de lo minúsculo). Vanessa Gutiérrez, leo. La conozco de oídas; la asocio con poesía y literatura en asturianu pero me alegra encontrarme con esta prosa suya en español. Recuerdo a Dolores Medio, casi recién leída, y me pregunto por qué leo tan pocos autores de la tierrina. La cama, reza el título (minúsculo elogio a la sencillez). Volteo el libro y lo que leo, sin dejarme demasiado claro lo que contienen estas escasas 70 páginas, se me clava dentro. Continúo el camino iniciado con Suicidio de Édouard Levé y me rindo nuevamente, como llevo haciendo a menudo en todo este mi año bibliotecario que cada vez se acerca más a su fin, al asalto de las lecturas azarosas que se abren paso hacia mí. Sé que tengo próxima lectura. Decido escuchar la voz de Vanessa Gutiérrez.
La voz de Gutiérrez es la voz de las herederas del matriarcado (matri-arc-ado: va a ser que mi impresión inicial era certera y sí he estado leyendo a la madre, a las madres). La de las hijas, nietas y biznietas de un modelo de mujer que se va dejando atrás (en su caso muy ligado al mundo rural). La de la mujer bisagra, nadadora entre dos aguas, con un pie en lo que le han dicho sin palabras que debe ser y el otro en aquello a lo que aspira ser si es que acaso lo sabe.
«Soy la carne mestiza de dos valles: el de ayer y el de mañana».Termino esta lectura la víspera del pasado 8 de marzo, una jornada que este año ha sido especialmente reivindicativa. Sonrío ante la humilde reivindicación que es este libro tal vez sin pretenderlo. Me gusta la idea de reivindicar a estas mujeres cuyo silencio no siempre fue sinónimo de sumisión sino en muchos casos bandera de su fortaleza, a las que lograron ser felices con menos, a las que les bastó con lo que les ofreció y quitó la vida en su momento porque «hay amor que te da amor para pasar una vida entera»; a aquellas (y aquellos) que, como le dijo a Vanessa su hermano el día en que se completó este libro, «nos dieron todo lo que fueron sin quitarnos nada de lo que somos». Por paradójico que suene, es difícil volar si no se tienen raíces. Por paradójico que suene, hay actos silenciosos que tienen más poder que el más fuerte de los gritos. Las reivindicaciones, sin la constancia de los pequeños actos diarios, son lluvias torrenciales que se van por el desagüe. A la tierra yerma, para que florezca, hay que regarla con gotas finas y minúsculas. Eso lo sabían muy bien ellas y esta enseñanza también debería formar parte de nuestra herencia. Leo La cama, vuelvo atrás y aprendo de dónde vengo, avanzo y me asiento en quien soy.
«Aquél no es tu lugar, pero eres de allí».He entendido.
I miss you, death makes angels of us all. Fotografía de SLR Jester
Ficha del libro:
Título: La cama
Autora: Vanessa Gutiérrez
Introducción: Martín López-Vega
Editorial: Ediciones Trea
Año de publicación: 2011
Nº de páginas: 72
ISBN: 978-84-9704-610-7
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