Revista Cultura y Ocio

"LA CAMARERA" de James M. Cain

Publicado el 17 enero 2015 por Juancarlos53

La colección " Grandes Clásicos de la Novela Negra" que el diario EL PAÍS sacó acompañando a su periódico el pasado mes de agosto incluía, entre otros títulos, éste de James M. Cain. Si bien el resto de novelas se acomodaba perfectamente a la denominación de la colección, "La camarera" no aparecía por parte alguna entre los títulos señeros del género; no así su autor, James Mallahan Cain, conocidísimo por obras como " El cartero siempre llama dos veces" (1934) o " Pacto de sangre" (1943; 1936 en formato 'pulp' en el 'Liberty Magazine') tenidos entre los más sucios y escabrosos de esta tendencia novelística por autores como Raymond Chandler quien llegó a decir de su colega Cain: "Es todo lo que detesto en un escritor... un Proust con mono grasiento, un chico sucio con un trozo de tiza y una valla y nadie mirando".

¿Qué había ocurrido con "La camarera? Simplemente que su autor no llegó a publicarla en vida. Pero ¿por qué tardó tanto en ver la luz? Azares de la vida. Charles Ardai en 2012 la incluyó dentro del listado de títulos que forman parte de la colección , dedicada a aquellos relatos, clásicos o nuevos, de la tendencia ' hard boiled'. "La camarera" ("THE COCKTAIL WAITRESS") reunía ambas características: un clásico por su autor y una novedad porque se publicaba por vez primera.

Tras la muerte de su marido Ron en un accidente cuando conducía borrachísmo, la joven y atractiva Joan Medford tiene que resurgir de la nada, buscar trabajo, pagar deudas, evitar las sospechas que se ciernen sobre ella por la muerte de un marido que la maltrataba y recuperar a su hijo de tres años, que vive con la obsesiva y perversa cuñada Ethel. Una ardua misión que mejora cuando consigue trabajo de camarera en la coctelería "Garden of Roses". Allí conocerá a Tom, atractivo, joven y soñador, y a Earl, viejo millonario que le da grandes propinas y le propone matrimonio.

Lo primero que quiero manifestar es que ésta es la primera novela que leo de James M. Cain, aunque es seguro que no será la última. Del escritor de Annapolis (Maryland) sólo sabía que era el autor de la novela que inspiró la erótica película " El cartero siempre llama dos veces" que en 1981 interpretaron unos sublimes Jack Nicholson y Jessica Lange bajo la dirección de Bob Rafelson sobre un guión adaptado nada menos que por David Mamet; y también que su relato " Pacto de sangre" había suscitado la excelente película de Billy Wilder "Double indemnity" en 1944 (titulada " Perdición" en España) con unos recordadísimos Fred Mc Murray, Barbara Stanwyck y un inolvidable Eward G. Robinson. Curiosidad respecto a "Perdición" es que la adaptación del original novelístico la realizó nada más y nada menos que Raymond Chandler (pero ¿no detestaba tanto a Cain? Parece que no era tanto).

Varias cosas han llamado mi atención en este relato. La primera es que a diferencia de otras obras propias del género negro, aquí no estamos ante un detective tipo Spade o Marlowe que recibe el encargo de esclarecer un crimen. Aquí casi no hay ni crimen. Bueno, sí, al final parece que hay uno. ¿Sólo uno? Esta indefinición, esta ambigüedad, este no saber a qué carta atenerse es en mi opinión uno de los méritos de la novela.

Benjamin Black dice que la novela negra es un género que coarta la libertad del creador porque siempre ha de haber un crimen. En "La camarera", James M. Cain casi consigue sustraerse a esta condena. Hasta tal punto esto es así que durante muchas páginas la novela es más una novela romántica que otra cosa. A tal sensación contribuye mucho que la narradora sea una mujer, J oan Melford, que está contando ante una grabadora los sucesos que le han acontecido en los últimos 13 meses, desde que su marido Ron muriera en accidente de automóvil. Naturalmente que alguien de profesión no muy honorable y sobre quien recaen ciertas sospechas policiales haga una confesión ¿la exonera totalmente de algo? Pues... no tiene por qué.

Esta característica de novela femenina se percibe en el uso de frases típicas de esta tendencia narrativa del tipo:

" Me doy cuenta de que no hace mucho que nos conocemos, pero no tengo duda alguna de los sentimientos que me inspiras, y sé lo difícil que es encontrarlos, y si no fuera por esto, daría cualquier cosa por casarme contigo, por estar contigo mañana, tarde y noche, a todas horas. Pero no puede se r." (-le dice el viejo Earl K. White III a Joan- en p. 92, cáp. 12)

" Él no se había despertado aún cuando acabé, y me quedé de pie en la puerta del dormitorio, viéndolo dormir. La suave luz que entraba a través de las cortinas caía de refilón sobre su torso desnudo, y sentí por él una mezcla de deseo y gratitud. Pero sabía también que no volvería a despertarme nunca más con él en aquella habitación. Aún lo deseaba... siempre lo desearía, y alguna noche quizá con toda intensidad, como si la vida misma no fuese nada, comparada con el contacto de sus manos en mi cuerpo y de su cuerpo en mis manos." (-piensa Joan tras haber pasado la noche con Tom-, pág. 265, cap- 32)

Y son justamente estos momentos en que la narración deriva hacia esta almibarada tendencia cuando menos me agrada "La camarera", pues me recuerda lo insustancial de muchos de los relatos actuales englobados bajo esa etiqueta de lo "chick-lit".

Sin embargo, también he de decirlo, por momentos James M. Cain parece alejarse de la blandita novela rosa y adentrarse más en la tendencia feminista que por la época en que está escribiendo comienza a estar en pleno auge (Doris Lessing, Margaret Atwood...). Así quiero verlo cuando sin remilgos el personaje de Joan se refiere a aspectos propios de la fisiología femenina habitualmente no expresados en voz alta:

" De modo que hacía tres semanas. Tres semanas y un día. ¿Y cuánto tiempo hacía que había tenido la regla por última vez? Pensé que tenía que haberme venido ya, y que si había pasado la fecha, es que estaba embarazada." (p. 196, cap. 24)

" Volví a casa tras el funeral. [...] Pedí jadeando un calendario [...] Volví las páginas y conté, aunque en realidad no tenía que hacerlo. Aquella vez sabía con toda seguridad que se me había retrasado la regla" (p. 280, cap. 34)

La segunda gran sorpresa que me he llevado con Cain es el subido erotismo que impregna gran parte del relato. Ya la descripción que de sí misma hace la protagonista al volver de enterrar a su primer es reveladora:

" Abrí mi bote de Max Factor dispuesta a acicalarme para buscar trabajo. Pero antes que nada me desnudé, me quité el traje oscuro, las braguitas y el sujetador negros y los zapatos de vestir negros que llevaba puestos delante del espejo, allí en mi tocador. ¿Qué aspecto tenía desnuda? Fue hace trece meses y acababa de cumplir los veintiuno. Estoy un poco por debajo de la altura media, normalmente más bien delgada y con el pecho grande, dicen. Pero lo mejor que tengo son las piernas, como me han dicho a menudo. Son muy rectas, redondeadas, suaves y con una bonita forma. La cara la tengo redonda y los rasgos algo regordetes, pero las ojeras me favorecen bastante, así que no soy del todo fea." (p. 14, cap. 2)

No, desde luego Joan Melford no es nada fea. Estamos ante la ' femme fatale' ('mujer fatal) típica de la novela negra que se sabe poseedora de armas muy rentables, una mujer que pese a sus pocos años sabe perfectamente lo que buscan los hombres y que todo lo conseguirá manejando con soltura sus recursos. La gran duda está en dilucidar si es pura inocencia la suya o por el contrario puro cálculo.

Todas sus relaciones con los hombres van a estar marcadas por su gran atractivo. El escritor norteamericano disfruta confundiendo al lector con alusiones, sugerencias y expresiones de subido tono erótico: " Y ya estoy llegando a Tom Barclay, pero antes de hablarles de él, de lo que me hizo y de lo que yo le hice a él, tengo que hablarles de nuestros pantalones, los pantalones cortos que Liz fue a comprar para que los lleváramos ella y yo sin decírselo a Bianca" (p. 65, cap. 9).

Este fuerte erotismo se intensifica cuando la narración entra en los locales de ambiente muy mal considerados por la sociedad biempensante. Es en estos momentos cuando el relato ingresa en el más puro 'hard boiled' [del ' hard boiled' he hablado en otro post a propósito de "El halcón maltés"], y cuando entendemos la dureza con que Chandler hablaba de él. Lo que sucede en el " Wigwan", tugurio para parejas donde las empleadas atienden a los clientes en top-less, al que Tom lleva a Joan para -según él- conversar es un buen ejemplo:


"-Bueno... ¿por dónde íbamos?


-No lo sé- dije yo-. ¿Íbamos a alguna parte

-Sí, íbamos a alguna parte. Tú me habías obligado a disculparme. -Y diciendo esto, tras pasar el brazo a mi alrededor, puso la mano justo en el mismo sitio donde la había puesto la otra noche, y yo cerré las piernas exactamente de la misma manera. Pero él siguió deslizando su mano más arriba, más arriba, y moviendo su dedo índice mientras tanto... hasta que me había metido la mano debajo de las braguitas, y siguió adelante. Y casi antes de que me diera cuenta, se encontraba en el lugar más íntimo de una mujer, y yo me derretía." (p. 112, cap. 13)

También ha llamado poderosamente mi atención la docilidad con que James M. Cain trata a los dirigentes políticos en el relato. Tan sólo hay un caso de corrupción protagonizado por el ingeniero municipal Jim Lacey. Pero más que afán de denuncia el asunto Lacey es un elemento necesario para hacer avanzar la trama. A riesgo de confundirme pienso que los 83 años con que contaba el autor en el momento de escribir este relato hace que estas contingencias socio-políticas pasen a un segundo plano dado que lo que a él sí le interesaba era el asunto de la atracción irresistible que su alter ego en el relato - Earl K. White III- sentía hacia esta bellísima joven a pesar del grave peligro al que su salud se enfrentaba por ello.

Otra peculiaridad de esta novela es que los personajes son sobre todo mujeres: Joan, la protagonista; su compañera en la coctelería, Lizz; Bianca, la dueña de la misma; Ethel, la perversa cuñada de Joan que incapaz de concebir por sí misma sueña con quedarse con el pequeño Tad de tres años al que Joan no puede atender; y otros más secundarios como Pearl Lacey, la engañada esposa del corrupto Jim Lacey, o Hilda Holiday, la amiga americana de Joan que le proporcionará las pastillas de talidomida que tan importante es en el relato.

Tiempo. A pesar de escribir la novela en 1975, la acción de la misma se sitúa una docena de años antes. Es lo que se puede deducir cuando afirma que en Nueva York se estaba representando con gran éxito en Off-Broadway el musical "The Fantasticks". Pero sobre todo el dato más importante para situar el momento en que sucede la acción nos viene dado por las alusiones que se hacen a la talidomida que se prescribía para tranquilizar a las mujeres y que Joan consume para sobrellevar su matrimonio con el viejo White y para combatir las molestias propias del embarazo. Cuando Cain escribe en 1975 es indiscutible que ya se conocían los estragos que esta droga utilizada durante los años 60 y 70, había ocasionado en los retoños de aquellas mujeres que la consumieron durante su embarazo; al no haber estado nunca legalizada en USA, es evidente que esto el autor lo usa como anécdota de ilegalidad o elemento propio de la marginalidad en que se mueve la novela negra.

Localización. El relato transcurre fundamentalmente en el estado de Maryland de donde el autor era natural (nació en Annapolis en 1892). Las localidades de Delaware, Denver y sobre todo la de Hyattsville en Washington D. C. donde Joan vive son las que el escritor más conocía porque él mismo en el momento de la escritura está en Hyattsville a donde se traslada desde Hollywood tras sufrir una angina de pecho (recordemos que Earl K. White padece de angina de pecho). Otra localidad que aparece en la narración es la de Silver Spring donde vive Ethel Lucas con su marido y el hijo de Joan, Tad.

En cuanto a técnicas narrativas sólo me ha llamado la atención la inclusión que hace en el cap. 6 de un anuncio tal y como suelen aparecer en otras publicaciones, esto es, rompiendo con la justificación habitual de líneas y párrafos propia de la novela pasando, como hiciera John Dos Passos en " Manhattan Transfer", a la reprodución de la tipografía usada en la publicidad que se incluye en las páginas amarillas de la guía de teléfonos (verlo en pag. 48, cap 6) o en el titular de una noticia.

Por lo demás estamos ante una narración lineal hecha en primera persona por la protagonista que en ocasiones nos previene de que algo lo contará algo más tarde para que así no veamos incongruencias en la historia. Una historia que distribuye en 34 capítulos y que conoce dos momentos en que el relato cambia sustancialmente: en el capítulo 15 cuando a partir del titular de un artículo que dice:" SE JUZGA EL CASO LACEY, SIN LACEY" Joan, que hasta ese momento no ha sido más que una joven madre que buscaba los medios para salir adelante y estar con su hijo, ha de convertirse en investigadora del paradero de este individuo; y en el cap. 32 cuando, ya muy cerca del final, cae sobre ella como un mazazo la acusación de asesinato por la que irá a prisión a la espera de juicio.

La edición que he leído de RBA presenta tras los 34 capítulos de la novela un epílogo en el que el editor americano; Charles Ardai, nos cuenta las vicisitudes que corrió el manuscrito hasta que llegó a sus manos; también advierte de las decisiones que hubo de tomar ante las variaciones que en ocasiones aparecían en el original. Estas aclaraciones son muy interesantes para conocer el modo de trabajar de James M. Cain, su personalidad, las dudas a las que se enfrentaba a la hora de decidir los nombres de los personajes o de las actitudes de los mismos...


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