Es una nueva pastoral argentina, pretendidamente New Age: amor y sexo místicamente partidarios.
El ensueño elemental de erotizar la campaña aludiendo a terminologías presuntamente transgresoras sólo manifestó falta de imaginación y de propuestas serias.
Las alusiones a la voluptuosidad militante se combinaron con una enunciada felicidad que, de acuerdo a lo que postula el oficialismo, comenzaría ahora y por el artilugio voluntario de los discursos pseudo hippies que suenan antidiluvianos. Los profetas y las pitonisas del paraíso anuncian a través de la alquimia de las vociferadas palabras amatorias que la tierra prometida está al alcance de las manos siempre y cuando sean ellos los más votados.
En diversos púlpitos consagrados por los predicadores gubernamentales se vende felicidad como se venden zapatillas falsas en La Salada.
El Presidente alude a la comunión amorosa con el pueblo y Victoria Tolosa Paz, como se sabe, consideró que el goce es peronista.
Es un moralismo encubierto. Así como para el puritanismo arcaico el sexo sólo era legítimo dentro del matrimonio, el nuevo catecismo electoralista indica que sólo existe dentro del justicialismo.
Semejantes baratijas extraviadas no alcanzan para mitigar las desdichas.
En la Argentina marchan hasta las piedras como transportadas por sí mismas para aludir a todos los muertos que produjo la negligencia. Y marchan los jóvenes clamando por lo que debería ser y no es. Y marchan todos en las últimas travesías de la crisis, que son las travesías de siempre, y las crisis de siempre que siempre se ahondan.
El Puente Pueyrredón se bloquea una y otra vez omitiendo los candorosos augurios oficiales que ya postulan tácita, pero abiertamente, un nuevo y viejo lema más devocional que real; pare de sufrir.
Ojalá fuera tan simple.
El cerebro metálico político de Maximo Kirchner digita cepos, maldice laboratorios, incrimina a los medios en todos los males y asusta a Alberto Fernández que juramenta que no habrá de desairar ni traicionar al hijo pródigo, ni a su madre, ni a Sergio Massa. Agregó el Primer Magistrado que tampoco traicionará al pueblo. Quizás no recordó en ese juramento que las celebraciones de Olivos fueron una clara traición a la sociedad confinada por el decreto firmado de su puño y letra.
Las vueltas impensadas de la historia son a veces increíbles. Un temblor helado comenzó a esparcirse en el gobierno ante la eventualidad de que la resonante causa del "Olivosgate" recaiga en las manos de la jueza Sandra Arroyo Salgado, la ex esposa del fiscal Alberto Nisman.
En la aburrida Suiza la historia provee menos sorpresas.
Aunque la mitología helvética ofrece una gran parábola que sigue dando que pensar. Guillermo Tell debía disparar su flecha a una manzana posada en la cabeza de su hijo.
Un malvado duque había colgado su sombrero en lo alto de un árbol de la oprimida plaza de su pueblo. Todos los habitantes debían prosternarse ante aquel bonete enramado en las alturas. Tell desafió el mandamiento. No se inclinó ante ese símbolo hueco. Los soldados obedientes al duque apresaron al ballestero por orden de su señor feudal y letal.
El jerarca lo condenó a disparar esa flecha alimentada por la perversión. El condado entero observaba crispado y asustado.
Tell tomó dos flechas. Apuntó a la manzana sobre la testa de su hijo que estaba a cien metros de distancia. Y acertó. La manzana se partió en mitades iguales y su hijo observó sonriente a todos, a salvo y orgulloso de su padre . El duque se calzó finalmente su sombrero y le preguntó por qué había tomado dos flechas. Tell le respondió que si erraba, la segunda flecha iría rauda hacia el corazón del malvado señor feudal que ya lo miraba azorado.
Sabina Frederic no tuvo ninguna puntería política cuando se refirió a Suiza en comparación con la Matanza, Alberto Fernández no tuvo puntería cuando habilitó Olivos a la fiesta clandestina, Máximo Kirchner no tuvo puntería -ni la tiene en general- cuando dispara a diestra y siniestra pero sin racionalidad visible.
Pero Cristina Fernández sí tiene puntería.
¿Apunta a la manzana posada sobre la cabeza del presidente que supo ungir con su férrea mano obedecida?
¿O no apunta a la manzana?¿Ya decidió disparar abajo de la misma y voltear a su muñeco?
No se sabe. Guillermo Tell fue un héroe legendario.
Y hoy, aquí y ahora, los héroes no se perciben.
Pero hay una oportunidad. O nos inclinamos ante las señoras y los señores que premian la sumisión y castigan la libertad o seguimos el magnífico ejemplo de Tell y no nos inclinamos ante nadie.