Revista Cultura y Ocio
Mientras me desplazaba noté rostros con diferentes expresiones, incluso algunos hasta festejaban (qué, no sé). Mientras caminaba se escuchaban muchas hipótesis acerca de lo que iríamos a encontrar allá donde estaban los otros, pero una me dejó impactada, se hablaba de algo así como del circo de lo ajeno. Espiar, ver las llagas del dolor de ser necesario y extenderlo hasta que se transformara en una diversión, o lo que es peor en una mimetización fríamente calculada.
El Colo seguía ahí a pocos pasos, le chisté y se detuvo sin darse vuelta, fue entonces cuando decidí apresurar pisadas, darle el encuentro y proponerle mantenernos separados con una semi-protección otorgada por la complicidad de sabernos cerca. Al principio el Colo insistía en que fuéramos juntos y me llevó un buen rato convencerlo de que si nos dispersábamos podríamos obtener mayor información e incluso atacar por diferentes flancos si necesitábamos una defensa prematura.
Será un incendio, vocifero alguien por ahí y la frase me quedó dando vueltas en la cabeza y hasta la llegué a hamacar de parada pero me tiré de un salto hacia lo anterior, el espionaje, el espectáculo público. Un circo con payasos no daba para tantas corridas, además las carpas últimamente las estaban usando mucho más los indignados que los divertidos. Afuera la idea. Desechada. Acá la cosa tenía que ser mucho más complicada.
Como en toda caravana no faltaron los mates y los puchos compartidos ni tampoco los agravios por supuestas avivadas para llegar a la primera fila del escenario.
Cuánta cosa por tan pocas cuadras pensé. Serían muchas las cosas y pocas las cuadras o sería yo la distorsionada y las cuadras serían muchas y las cosas pocas (no sé). En el camino irían apareciendo otras tantas posibilidades.
Traté de sintonizarme con otras cabezas para salir de mi aturdimiento y me fusioné a una con rastas hasta la cintura, una cabeza algo bizarra pero confortable. Me subyugaba. Me incitaba a tutearla (o mejor dicho a cabecearla). De cabeza a cabeza nos hicimos algunas confidencias. Él era un artesano trotamundos, acusado por portación de rostro (como el Colo). Me decidí, le conté un par de cosas de mí (lo menos importante) y a juzgar por su mirada pareció interesarle. Quizás podría ser "él", un tercero en el círculo de complicidad que hasta el momento formábamos el Colo y yo …
