Revista Cultura y Ocio
Como se iba dando todo, ese círculo, evidentemente, no era un círculo cerrado. El tercero tenía nombre y también apellido. Patricio Contreras. Nombre ideal. Con fuerza. Listo y armadito como para hacer un gran piquete de tres o de los que se fueran sumando. Si no hay de que quejarnos tendremos que inventar algo le dije con voz firme a Patricio y, como buen Contreras dijo: me sumo, pero con una condición, que Marcela Ponte Alegre (mi secretaria personal) nos sacuda la caspa y la guarde en un cofre sellado.Y si, se confirmaba mi primera opinión acerca de Patricio Contreras, definitivamente era un gran bizarro. Andá a saber que querría hacer con un cofre de caspa siendo que ni siquiera sabía si yo estaba acostumbrada a rascarme. Pero bueh, seguí mi intuición femenina y le pedí que pusiera la primera para presentarle al Colo.Al principio se miraron un poco feo, como estudiándose, hasta que soltaron las primeras frases de una larga charla donde descubrieron que tenían un amigo en común que había estado preso, allá, por el año setenta y ocho y que nunca más supieron de él.Hablar de Argentina del año setenta y ocho era meterse con un gran nudo en la garganta. Un espacio de espanto difícil de digerir. Qué bronca sentí en ese momento, mi amigo el Colo, el Colito al que yo creía mi confidente de fierro se había guardado algo tan groso durante tanto tiempo. Me dolía en esa parte del cuerpo que no tiene nombre. Ese lugar que sólo se reconoce cuando te lo tocan. Ahí me quedé, en el lugar del toqueteo…