Llegaba el último día de nuestro periplo por las montañas del norte de Tailandia, en el que ibamos a visitar un templo, una montaña y una cueva-templo.
El primer objetivo era Wat Tathon, un templo monoteísta pero multicultural. No sabía nada acerca de este templo antes de llegar a él y, una vez dentro, empecé a ojear uno de los albumes de fotos que había en un estante alrededor de la sala principal. “Bien, un monje que ha ido de viaje a Europa”. Al ir a depositarlo de nuevo en su sitio me di cuenta de la cantidad de archivadores que había, todos con fotos de los viajes de este monje (que resulta ser el abad Phra Ratpariyatmethee) no sólo por Europa, sino por todo el mundo. Eso explica que allí se alojen estatuas de Buda de muy distintos estilos procedentes de todas los rincones de Asia; donaciones que ha conseguido en sus numerosas expediciones.
La rampa que sube hasta lo alto del templo representa el cuerpo de un dragón (debería ser una serpiente naga según la tradición de los templos budistas, pero este parece más un dragón chino y no desentona dentro del carácter multicultural de la construcción).
Nuestra segunda parada era Doi Ang Khang. Si no fuera por los resorts que han construido, el pueblo de Doi Ang Khang parecería anclado unas cuantas décadas atrás. Al igual que en Mae Salong, podemos encontrar multitud de productos relacionados con el té, pero aquí hay una mayor oferta de alimentos típicos más allá del té; bayas de goji, gingseng, miel (que no suele ser de calidad en el resto de Tailandia) y una infinidad de plantas medicinales y frutas en conserva. También viven aquí diferentes hilltribes: lahu, hmong, lisu y palong. Y, para seguir con las similitudes con Mae Salong, tambien los soldados del Kuomintag habitaron estas tierras dejando la herencia china de Yunán.
El tiempo no nos ayudó a tener las mejores vistas
Si se quiere escapar del calor tropical del país, Doi Ang Khang es un oasis de frescor; la “Suiza” de Tailandia. En el viaje hasta el valle se conduce por una serpenteante carretera que está invadida por el exhuberante verdor que cubre todas las montañas de esta zona. Este es, sin duda, el paisaje más frondoso que he visto en Tailandia. Desde la carretera vimos un cartel anunciando una senda de trekking hacia la cima que nos quedamos con ganas de recorrer debido a lo apretado de nuestra agenda. Aparte del trekking, el avistamiento de aves es una actividad que está de enhorabuena en una zona donde se pueden encontrar más de mil especies diferentes.
Si los lugares que visitamos los dos días anteriores nos invitaban a no hacer mucho y limitarnos a disfrutar del paisaje y de la tranquilidad del entorno, Doi Ang Khang les supera con creces en ese aspecto. Da la sensación de que, si te quedas allí, el tiempo no va a pasar.
Lamentablemente para nosotros sí que pasaba el tiempo y debíamos continuar el viaje. Nuestro último alto en el camino antes de poner rumbo a casa era la cueva-templo de Tham Tap Tao.
Esta cueva tiene la poca fortuna de estar cerca de el templo-cueva más famoso de esta parte de Tailandia: Tham Chiang Dao. Eclipsado por la popularidad de este y por la belleza de la montaña en la que se encuentra, Tham Tap Tao ocupa un sombrío segundo plano. Pero no por ello el sitio merece menos la pena. La entrada y el recinto exterior del templo tienen, bajo mi punto de vista, un encanto superior al de Chiang Dao, un toque más místico. Según dice un amigo mío, la entrada enmarcada por el verdor del bosque y las flores se asemeja a Rivendel, la ciudad de los elfos del Señor de los Anillos.
El Rivendel tailandés
El templo está dividido en varias estancias. Cuando llegamos nosotros no había nadie para guiarnos por la cueva de mayor longitud y, al estar la luz desactivada, no pudimos aventurarnos por nuestra cuenta. Sin embargo si que pudimos disfrutar de las estancias más pequeñas. En una de ellas, nada más entrar, pudimos intuir en la oscuridad una enorme figura que se erigía justo delante de nosotros. Teniendo como banda sonora los chillidos de cientos de murciélagos y sintiendo la presencia de la considerable estatua, la sensación era sobrecogedora al principio. Una vez se nos fueron acostumbrando los ojos a la ausencia de luz y las nubes dejaron entrar más claridad a la estancia, pudimos apreciar la enorme estatua de Buda en su totalidad y descubrir otra en un lateral, que representa a Buda durante el Paranirvana rodeado de sus seguidores. Tiene sentido ya que, según una leyenda del lugar, en esta cueva descansó Buda tras comer la carne de cerdo que le causó la muerte.
Y aquí terminó nuestro viaje por las zonas un poco menos conocidas del norte de Tailandia. Es una lástima que, normalmente, los turistas tengan tan poco tiempo y limiten su rango de acción en el norte del país a Chiang Mai, Chiang Rai y el típico circuito por el Triángulo de Oro. La frontera noroccidental de Tailandia con Birmania también merece la pena, sin olvidar Phu Chi Fah en la frontera con Laos.