Los barrotes del país se hacen cada vez más gruesos, aunque se puede salir por cualquier vía de Venezuela, la cárcel emocional en la que estamos viviendo se hace cada vez más insoportable, más temida, más férrea. En este país, mas allá del régimen, se ha instaurado un estilo de vida propio de una guerra, propio de un exilio, propio de un miedo permanente que se ha convertido en una especia de descanso a donde se puede huir para “seguir viviendo”.
El látigo económico vuelve a pegar, ahora es que tenemos que ser selectivos con el mercado, porque la oferta de productos se está reduciendo a niveles nunca antes visto. Como me dijo un amigo, ahora que los venezolanos manejan mas real, no tienen donde gastarlo. Ahora muchos venezolanos están viendo como se comen los pantalla planas, como se comen los televisores led, como se come una cadena presidencial, como se come un discurso que nadie entiende o nadie quiere entender.
Otro látigo económico, las empresas están tan limitadas que se hace común escuchar a directivos o dueños que es más probable cerrar y esperar que pasa. Venezuela parece que estuviera atravesando el sofocante calor argentino y que estuviéramos esperando para reactivar la economía hasta febrero o marzo inclusive. Lo que se nos olvida es que los cientos de bienes y productos que se importaban con regularidad no están esperando en la costa, fueron desviados a otros países.
Nos regalamos un descanso, no hay látigos, se va la luz o no hay agua. Tratamos de viajar y nos quedamos locos porque ir a Aruba, a pesar de los dólares, sale más barato que ir a Los Roques. Inclusive ir a Aruba, si cuadraste bien lo que tengas de CADIVI o SICAD, sale más barato que ir a Margarita. Si no es eso, es el pasaje, no hay.
Volvemos a la faena y otro latigazo, el emocional, el propio. El que nos infligimos porque no vemos solución a esto, porque un grupo de venezolanos le asusta que la gran mayoría, por diferentes carencias, prefiera acostumbrarse a vivir en esta cárcel. El miedo de los venezolanos que tienen en la recamara el mentado plan B, temen que sea su única salida porque la gran mayoría de los connacionales no tienen otro plan que este y no tienen más ganas que seguir viendo como les siguen dado latigazo una y otra vez.
Otro latigazo, emocional, se nos van los amigos, se nos van los familiares y el que pega más: Se nos van los hijos. Hay padres que antes de querer enterrar a sus hijos prefieren dejarlos ir a que hagan sus vidas en otras latitudes. Este latigazo es de los que saca más sangre, de los que saca más lágrimas, de los que saca más dolor.
Se viene un silencio y nada más. Alguno prefiere llorar y olvidarse de esto, apenas recordar lo sabroso que fue vivir acá y seguir adelante a donde vaya. Otro prefiere calárselo y aguantarse los latigazos hasta que el cuerpo, y sobre todo el alma, aguanten.
No sé, mis queridos amigos, como salimos de esta prisión. No sé cómo decirles que no se vayan, no sé cómo decirles que a pesar de los fracasos aparentemente lo que nos queda es calle. A ver si de verdad podemos ser recordados como un bravo pueblo o somos los protagonistas de un cursi recuerdo de unos tipos que le echaron bola cuando tuvieron que hacerlo. La cama del miedo en la que estamos acostados es muy cómoda, y nos va inutilizando, a los que están aquí y a los que están allá. Tal vez en esa triste espera se venga un latigazo inesperado, esos que casi matan, para que nos despertemos.
Nos vemos en la celda.