Una revisión sobre la repercusión para la salud del consumo de carne roja, publicado en Annals of Internal Medicine, ha levantado ampollas en el ambiente de los consejos dietéticos, especialmente si se tiene en cuenta que el consejo relativamente reciente de la Organización Mundial de la Salud al respecto fue resumido en la prensa como que la carne roja es poco menos que venenosa.
Ha habido pocos comentarios que no hayan perdido los estribos ante esta discrepancia, y no hayan acudido al fácil recurso de afirmar que alguno de los autores tiene un conflicto de intereses. Cuando se examinan evaluaciones más ponderadas (como la de Fisicología, adaptada del original inglés de Examine), se ve que la discrepancia se debe a haber exigido a los estudios evaluados una solidez de evidencia que actualmente los estudios dietéticos (observacionales en su inmensa mayoría) no está condiciones de proporcionar.
La lección ética que podemos aprender de este caso es clara: no podemos dejar de examinar los detalles de los estudios para poder ver sus puntos débiles y fuertes. Y, especialmente para los dietistas, se hace cada vez más necesario disponer de evidencias más sólidas que fundamenten los consejos dietéticos.