La carretera nos golpea. Nos hiere de muerte, de vida desahuciada, de desesperanza. El fin del mundo está aquí, pero lo peor aun no ha llegado. Un padre sin pasado, un hijo sin futuro y un viaje de huida hacia la nada, hacia la negrura. El frío omnipresente congela el planeta, el hambre, las alimañas. Dos supervivientes de la hecatombe que se resisten a su suerte. Los últimos seres humanos en un mundo poblado por bestias sin alma. Los portadores de la última llave que puede contener la hecatombe: el amor.
Y cada página un nuevo mazazo, un nuevo desencanto. Un relato plagado de silencios que hablan más que las palabras. Cormarc Mccarthy nos conduce por esta carretera a ciegas, sin darnos apenas datos de lo que pasa, de lo que nos espera. Una pista aquí o allá, que con magistral pericia dosifica el autor y que como una droga nos obliga a querer saber más, a necesitar leer más... aún a sabiendas de que lo que nos espera no es bueno.
Y cuando ya estamos a punto de sucumbir estremecidos, una pequeña luz. Una fuente de calor para nuestro corazón que se ha quedado helado. Nuestra alma desagarrada por el sufrimiento se aferra a esta tenue esperanza.
Un libro que no se olvida.