No es fácil escribir esta carta. Le brincan a uno las ideas por la sesera y no hay como ordenarlas con criterio. Me he refugiado en la terraza, que a esta hora de la noche está tranquila y en silencio, a ver si aquí logro concentrarme. Ya van dos días que llevo demorando la tarea y de hoy no puede pasar, aunque me dé la madrugada o se le agote el gas a la lámpara. Aún está el papel en blanco, ni el bolígrafo he agarrado, sólo la cabeza apoyada en las manos y los ojos cerrados buscando la inspiración. Sí que es difícil escribir a alguien que ni siquiera conoces. Que no sabes quién es, qué relación tiene con ella ni por qué clase de lazos afectivos están unidos. Este hombre puede ser nomás un amigo suyo, su novio, su marido, su padre, bueno, su padre no porque tiene los apellidos diferentes. Y, joder –que Dios me perdone–, todavía es peor hacerlo en español. Pero no saber qué voy a decir, eso, eso es lo más difícil de todo.
Yo quiero escribir la verdad, sin ocultar ninguna circunstancia, pero la realidad es que no hay ninguna verdad transmisible, sólo múltiples circunstancias. ¿Qué voy a decir?: que ha desaparecido, o, más exactamente, que es probable lo que así sea, que también es probable que esté herida o, incluso, que haya fallecido. Pero sólo probable. ¿Y cuánto de probable, padre? ¿Un cincuenta por ciento está bien? ¿un ochenta? ¿lo dejamos en un ochenta para la desaparición y un cincuenta para el fallecimiento? Ah, diablos, mi inteligencia se burla de mi integridad. He tenido que escribir muchas carta en la vida, cartas personales, cartas de trabajo, oficiales, cartas pastorales, cartas en inglés, en portugués, en tagalo, ¿algún idioma más padre? Oh, sheet, algunas muy difíciles, como la que envié a la familia del padre Callahan, el misionero que se suicidó en Mozambique. Un caso muy triste y penoso, pero diferente a este que lo ocupa. Entonces había que comunicar algo triste y desgraciado, algo de una certeza más allá de cualquier duda. Pero ¿qué puedo decir de esta mujer, cuando no existe ninguna certeza, cuando todo son sospechas y rumores? No quiero alamar inútilmente a quien reciba el mensaje, pero tampoco dar la impresión de que ha sido enviado por un tonto que no tenía mejor cosa en que emplear su tiempo. Yo soy una persona con la obligación moral de comunicar una información que he recibido sobre una misionera nuestra, una información que me preocupa personalmente y que deja abierta la puerta a la mayor de las desgracias. En fin, cogeré el bolígrafo y que sea lo que tú quieras, Señor.