Siento que caigo.
Desde un abismo alto.
Mis piernas tiemblan, mis manos sudan y mi mente se nubla.
Vaya, parece que estoy enamorada.
Y no quiero estarlo, no quiero sentirme de esta forma, no cuando sé que no es algo recíproco.
O peor, no cuando sé que sí es recíproco.
No quiero porque amar siempre termina en dolor. Freud lo dijo una vez, si amas sufres; aunque también está la otra vertiente: si no amas enfermas.
Pero quiero amar, lo que no quiero es me duela hacerlo. Amar podría ser bonito cuando sólo lo disfrutas tú, cuando el dolor no se acumula y permaneces ahí en silencio frente a la otra persona. Amar es bonito cuando nadie lo sabe; cuando las cosas permanecen iguales, cuando apenas estás descubriendo lo que la otra persona siente.
Pero deja de ser bonito al conocer la verdad.
Lacan también decía que amar es dar lo que no se tiene a quién no es. Y quizás esa sea una de las razones por las que temo que sea recíproco; temo darle todo a la persona equivocada, más cuando es algo que me ha costado conseguir.
Temo mostrarle mis miedos, mis deseos, y mis dudas. Temo que vea mis inseguridades, y mi lado romántico que no me gusta mostrar; temo que se de cuenta de que soy débil, de que me esfuerzo por dar de más y de que sufro cuando las cosas me salen mal.
Estoy asustada y cada día que pasa, caigo un poco más en ese abismo.
Caigo por él.