Primavera, verano, otoño, invierno. Las naranjas se secan en el suelo, bajo las ramas del frutal desnudo. Dispersas entre los surcos resecos del huerto crecen matas de malas hierbas. Las raíces de un cactus atraviesan la pared de su maceta, en un desafío al abandono que no tiene más espectadores que pájaros indiferentes. En la cuerda de tender, un puñado de pinzas esperan una mano que nunca volverá a apretarlas para prender la ropa mojada. A Paco Roca le bastan este puñado de viñetas para resumir el paso del tiempo en la casa abandonada que titula su última novela gráfica.
“Es el tebeo que más me ha cambiado”,confiesa Roca a Gregorio Belinchón. “Surge de un momento que para mí fue particular – dice Roca a Rodrigo Terrasa -, que es perder a mi padre y ser padre casi al mismo tiempo. Es una historia tan personal, tan ligada a los sentimientos, que si la dejaba pasar quizás ya no me apetecería hacerla“. Como el padre real, el padre dibujado ha muerto y su casa de verano, construida con sus propias manos, las de su mujer y sus hijos, comienza a deshacerse. Hasta este fin de semana, en el que los tres hijos –Vicente, José y Carla – han quedado para darle un lavado de cara, tirar los trastos viejos, poner el cartel de SE VENDE en la cancela que nadie abre desde que el padre murió.
“La casa es el contenedor de los recuerdos de una vida – cuenta Roca en esta entrevista de Infame&Co – . Quería entender al padre a través de la casa y todos los elementos que hay en ella”. Como los hijos reales, los hijos ficticios no tardan en sentir que al desprenderse de la silla rota, el sofá desvencijado, las zapatillas del padre muerto… están tirando a la basura parte de su propio pasado. Tienen una relación de amor-odio con esta casa que siempre fue el sueño de su padre y muchas veces la pesadilla de sus hijos, obligados a pasar fines de semana y veranos convertidos en peones de obra.
“Mi relación con mi progenitor siempre fue buena, aun así sentí que le debía cosas”, dice Roca. Como casi todos los hijos, descubrió un día que su padre no era el gigante que admiraba con sus ojos de niño, sino un trabajador modesto. Luego llegó la madurez y el reconocimiento de que este padre desatornillar el picaporte de una puerta tirada a la basura sin ninguna necesidad, que no tenía criterio estético, era un auténtico héroe, capaz de sacar adelante a su familia y construir una segunda residencia con sus propias manos.
Las personas que más queremos dejan un inmenso vacío en nuestro interior cuando mueren. Siempre hay un antes y un después. Siempre hay preguntas que nunca hicimos, abrazos que no dimos, viajes que se quedaron pendientes. También una huella invisible, que solo nosotros percibimos. El recuerdo de una colonia que dejó de anunciarse hace veinte años y que también usa un anciano que nos cruzamos un día por la calle. El número de teléfono fijo que aún sabemos de memoria, ahora que ya no recordamos ninguno. El equipo de fútbol cuyas victorias siempre nos recordarán su felicidad y que ganó su único título en 30 años unos meses después de su muerte…
Bajo su modesta apariencia, ‘La Casa’ dibuja sentimientos esenciales. Roca ha creado una historia entrañable, más melancólica que triste, más vital que existencial. Si en ‘Arrugas’ Roca contaba la desaparición de la memoria personal y en ‘Los surcos del azar’ la de la memoria colectiva, en ‘La Casa’ los protagonistas deben rescatar la memoria familiar. Esas `pequeñas historias sin importancia que permiten que nuestros muertos vuelvan por un momento a sonreírnos, esos recuerdos que son más luminosos cada año que pasa. Gracias, Paco, por regalarnos una noche de verano viendo un partido de baloncesto bajo las estrellas, con unas pinzas, una batería de coche… y el amor de tu padre.
‘La casa’. Paco Roca. Astiberri. Bilbao, 2015. 136 páginas, 16 euros.