Revista Libros
Martín Adán.
La casa de cartón.
Prólogo de Vicente Luis Mora.
Barataria. Barcelona, 2009.
Mi primer amor tenía doce años y las uñas negras. Mi alma rusa de entonces, en aquel pueblecito de once mil almas y cura publicista, amparó la soledad de la muchacha más fea con un amor grave, social, sombrío, que era como una penumbra de sesión de congreso internacional obrero. Mi amor era vasto, oscuro, lento, con barbas, anteojos y carteras, con incidentes súbitos, con doce idiomas, con acecho de la policía, con problemas de muchos lados. Ella me decía, al ponerse en sexo: Eres un socialista. Y su almita de educanda de monjas europeas se abría como un devocionario íntimo por la parte que trata del pecado mortal.
Así comienza La casa de cartón, del limeño Martín Adán (1908-1985), impulsor de la vanguardia peruana, poeta y bohemio algo anacrónico, una llamativa mezcla de apariencia estrafalaria y prosa admirable.
Publicada en 1928, cuando su autor aún no había cumplido los veinte años, La casa de cartón representa en la prosa peruana lo que Trilce en la poesía: la irrupción de una vanguardia que, pese al ninguneo o las descalificaciones de la crítica oficial, acabaría con el regionalismo indigenista de las novelas de la tierra.
La casa de cartón, una novela de aprendizaje y de iniciación erótica adolescente, una novela lírica y descriptiva que refleja la capacidad poética de su autor y la intensa elaboración metafórica de su estilo, acaba de reeditarse en Humo hacia el Sur, la nueva colección de bolsillo que Barataria dedica a las vanguardias latinoamericanas.
Aparte de las virtudes literarias de su prosa excepcional, La casa de cartón contiene los rasgos formales y las actitudes que caracterizan a la literatura vanguardista: la provocación y el escándalo, la subjetividad, el fragmentarismo caleidoscópico y el esbozo, la discontinuidad espaciotemporal, las secuencias de escenas yuxtapuestas, la disonancia, el culto a la imagen, el juego metafórico, el humor, el mundo urbano, la exaltación de la velocidad, que contagia el ritmo de la frase:
Pero todavía es la tarde —una tarde matutina, ingenua, de manos frías, con trenzas de poniente, serena y continente como una esposa, pero de una esposa que tuviera los ojos de novia todavía, pero... Cuenta, Lucho, cuentos de Quevedo, cópulas brutas, maridos súbitos, monjas sorprendidas, inglesas castas... Di lo que se te ocurra, juguemos al sicoanálisis, persigamos viejas, hagamos chistes... Todo, menos morir.
El despliegue verbal e imaginativo de las descripciones, la anulación de la trama o el estilo envolvente que desplaza de su lugar tradicional a los personajes y se convierte en primer protagonista de la descripción de la vida en el barrio limeño de Barranco, son la antítesis de lo que proponía el costumbrismo mundonovista que constituía el canon de la novela hispanoamericana en el primer tercio del siglo XX.
Novelas como La casa de cartón rompieron ese canon indigenista y fueron preparando el terreno y ampliando horizontes que hicieron posible la aparición de la gran novela latinoamericana de la segunda mitad del siglo. Además de su valor estético, novelas como esta cumplieron ese decisivo papel histórico.
Santos Domínguez