Revista Opinión

La casa de la calle ciega

Publicado el 12 enero 2020 por Carlosgu82

Otra novela (distinta a la de la chica de la máscara). Autores: Ina90 y Sminthson López.

La casa de la calle ciega

Prólogo

Una urbanización  que desde la primera vez que entré en ella, me dio la impresión de que sería kilométrica. No me equivoqué en mi intuición. Hay muchas calles. Los primeros meses después de mudarme volví a mi rutina de ejercicio de siempre.  Intentar caminar a partir de la una de la tarde. Bueno, al menos los fines de semana,  ya que de lunes a viernes tendría que ser después de la universidad o durante los días que saliera temprano de la misma. Un día en particular, sin música en mis oídos, tan solo metida en mis pensamientos y disfrutando del paisaje, el cual goza de mucho verde; mis pies me fueron alejando más y más de casa. Distintas calles recorrí y en cada una de ellas quedé fascinada observando construcciones cubiertas destinadas a ser habitadas. Una más hermosa que la otra. La naturaleza junto a la arquitectura de las mismas, hacen una combinación  mágica, perfecta y armoniosa. La urbanización sin ello, pues no sería el lugar exótico que es hoy en día. A mis pensamientos les perdí el hilo. Ahora mi curiosidad estaba despierta. Quería seguir explorando como si fuese una niña pequeña. Relajada, energizada, un poco transpirada y caminando despacio, con los ojos bien abiertos. Me dediqué a observar casa tras casa. Ese día en particular, un día de semana, día laboral, horario del lunch para muchos, pues era de esperarse que no hubiese un alma en la calle. Incluso gente mayor, jubilada o amas de casa, se encontraban ocupados en los interiores de su hogar, supongo que atareados con alguna actividad referente a la hora. No mentiré, vi  a una o dos personas a lo sumo. Una señora muy mayor sentada serenamente en el porche de una sencilla, pero simpática vivienda, con un jardín recién podado que invitaba a armar una tarde de parrillada o sencillamente echar una manta sobre el césped y coger un picnic. En otra calle a lo lejos vi a un señor metido entre árboles, desmalezando la hierba alta. Sí, la urbanización en efecto parece un bosque. Hay partes de la misma con lugares dotados de veredas, como lo es precisamente la calle en donde se encontraba la señora en el porche. Desde allí se podía observar a lo lejos al señor, pero, ¿qué es lo que lo hace tan mágico y encantador a la urbanización? La respuesta es sencilla, las veredas, los bancos para poder sentarse y disfrutar del paisaje. Pues imagínate despertarte en dicha casa con el césped recién podado y poder asomarte desde las ventanas frontales de la misma y ver aquella imagen. El señor que se encontraba desmalezando la hierba alta, estaba nada más y nada menos, que en una frondosa arboleda. Suspiré de pie allí embobada por poder apreciar tanta belleza junta.

Seguí caminando y llegué a una calle dividida en dos, podía coger el camino de la derecha o el de la izquierda. El de la derecha se veía muy largo e infinito para todo lo que ya había recorrido, pero el camino  hacia la izquierda, me dio la impresión de  que era una calle ciega. Lo que llamó mi atención del camino izquierdo, es la sensación de algo atrayente al mirar en esa dirección. Hacia ese lado en particular, pude observar un túnel de árboles o al menos daba la sensación de serlo, ya que cuando hacía brisa, los topes de los mismos se unían. En cambio el otro lado se ve más amplia la calle y tan solo hay un pequeño árbol, en donde se aprecian hermosas flores en los muros de las quintas, con colores tan vivos y nítidos, que son perfectos para una imagen digna de una postal. En ese mismo lado derecho, la calle continúa bajando. Hacía un día soleado, ir por ese camino sin árboles y cansada por todo lo que caminé, no se me antojaba. Volví a mirar el lado izquierdo. Acogedor, más estrecho, silencioso, calmado. El cual te invita a pasar a través de ese túnel de árboles. Podía escuchar la suave melodía del cantar de los pájaros. Sin darme cuenta ya había elegido mi camino. Embriagada, relajada e incluso comencé a bostezar, ya que en ese estado de tranquilidad en el que me encontraba; se apoderó de mí esa sensación… simplemente me encantó. Los árboles, su sombra, sentía muy fresco, una frescura bien recibida por mi cuerpo transpirado y un poco acalorado. De todas las calles e incluso casas, en esta calle en particular, me sentía increíblemente relajada, feliz, como si estuviese desconectada del mundo. Observé las casas con grandes muros, los cuales despertaban mi curiosidad. Por los detalles sabía que detrás de esos muros, se escondían amplios y hermosos jardines. Árboles frutales saltaban a la vista, asomando sus copas, sobresaliendo de los muros. Cámaras de seguridad, logré divisar más de una y no me sentí incómoda, más bien mi curiosidad estaba con hambre. Es una urbanización segura y he visto cámaras antes, pero en esta calle me sorprendí, ya que logré divisar dos e incluso hasta tres cámaras, ubicadas en portones, cerca de tejados e incluso en los porches techados. Sin darme cuenta llegué hasta el final de la calle. Mis sentidos percibieron humedad, más no me molestó. Respiré profundo y tan solo me quedé allí de pie, sintiéndome pequeña ante tan majestuosas infraestructuras alrededor de mí. No sé mucho de arquitectura, pero tengo que señalar que me encantan las casas con fachadas tradicionales. Estamos en el año 2014, siglo 21, hay tantos modelos modernos hoy en día; casas con formas cuadradas o con otras que no logro verle el atractivo. No me gustan, son muy futuristas a mi parecer. Otra cosa que llamó mi atención, es que no había automóviles estacionados. La calle estaba completamente vacía y limpia. No sé qué me sucedía, pero no quería irme. Suspiré y comencé a descender, ya que a esta calle se le entra subiendo a diferencia del camino derecho, que era recto y luego tenías que bajar. Nuevamente distraída por las viviendas, observo una la cual no había visto muy bien por el ángulo en el que me encontraba. Bajando la observo mejor y mi boca se abre en una perfecta, “O”. «La casa de mis sueños», pensé. Es decir, de todas las que he visto hoy, esta es, ¡wow! Tiene un aire tan delicioso, familiar. Las ventanas, los marcos. Las ventanas son oscuras. «Estoy segura que de noche al encender las luces, desde allá arriba, desde la planta alta, ver hacia la calle debe de ser todo un espectáculo». No me di cuenta en qué momento me detuve, pero allí estaba, embobada imaginando cómo se vería de noche. Una casa acogedora, caliente en el interior, protegida de la fría noche. Los sapitos cantando y somnoliento irse a dormir con tal concierto. Suspiro nuevamente y de mala gana obligo a mis pies a caminar. Cuando estoy bajando siento la necesidad de girar mi cabeza y al hacerlo observo a alguien limpiando las ventanas, las mismas, las que hace segundos atrás estuve mirando. Frunzo el ceño, no logro detallar bien a la persona, no sé si se trata de un hombre o una mujer. Está limpiando con un trapo las ventanas y su cara está oculta detrás de la gran tela con la que hace la labor. «¿En qué momento apareció?». Me vuelvo y miro hacia el frente. Sigo descendiendo resistiendo las ganas de volverme. Concentrada en el camino, sonrío con gracia. «Que dichosa esa persona de poder estar allí, en ese mágico lugar». Con ese pensamiento me voy cansada a mi propia casa. «Steve debe de estar preguntándose por qué me tardo tanto».


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