Revista Opinión

La casa de la calle ciega, capítulo 1

Publicado el 12 enero 2020 por Carlosgu82

Capítulo 1

Narra Steven, (o como le dice de cariño Ginny, Steve):

—Si inventas —digo.

—¡¿En serio?! —suelta ella mirándome con cara de pocos amigos.

—La semana pasada tuviste afición por otra casa. ¿Cuál es tu favorita ahora?

Recibo un pellizco en el estómago y arrugo el rostro expresando mi sorpresa y dolor repentino. «Sus pellizcos siempre duelen», pienso y me sobo inconscientemente en donde ha desatado su molestia en mí.

—Vale, vale. —asiento resignado—.Te acompañaré para que me enseñes dónde es. Victoriosa ella me da un amplio abrazo y al segundo se separa.

Su personalidad es comparable a las ráfagas de viento, invisibles pero merodeantes, de a ratos te azotan como una brisa fuerte y en otras ocasiones son casi que ausentes, de no ser porque respiras, es que su existencia no se da por nula.

Quedamos de acuerdo en que es viable ir un fin de semana, ya que no tenemos clases en la universidad durante los mismos, también es plausible que agarremos un día de semana en la que  ambos pudiésemos salir temprano.  Ella aúlla en dolor, al saber que tiene que aguantarse cuatro días para que fuéramos los dos. Victorioso, es mi manera de dar pellizcos invisibles. Ella frunce los labios y acepta mis términos. Sonrío, nos damos la mano como evidencia de que estamos de acuerdo. Se nos está haciendo tarde para ir hacer las compras del hogar. Antes de salir a caminar me dijo que no se tardaría mucho, que quería calentar el cuerpo antes de hacer cualquier diligencia. Es más que obvio que se tardó. Al llegar me contó todo la experiencia que vivió y ahora me comprometí a participar en algo que se le ha metido en su pequeña cabeza morocha. En fin, así es Ginny.  Hoy es lunes y curiosamente no podemos acercarnos al lugar nuevamente, bueno yo por primera vez y, (ella nuevamente), porque por un asunto netamente de la universidad, del cual no estamos informados bien, las clases del día de hoy se han reprogramado casi que para el final de la tarde. Además que tenemos que hacer las compras, para luego cambiarnos de ropa y correr a clases. También está el tema laboral. Yo trabajo en un Cyber; trabajo los fines de semana, los sábados durante  la tarde, de 1 a 8 de la noche. Los domingos tan solo desde las 7 de la mañana hasta el medio día. Ginny trabaja en una juguetería, todos los sábados, jornada completa. Entra a las 7 de la mañana y sale a las 7 de la noche.

Nos separamos al llegar a la universidad y nos dirigimos a la clase  que le corresponde a cada uno. Me siento en la tercera hilera de puestos, lo más cerca que puedo del centro. Contemplo la mesa blanca donde dejo reposar mi cuaderno y lápiz. La luz del sol ha comenzado a filtrarse por las ventanas a la derecha del aula, e inmediatamente cambio de opinión, acerca del sentarme en el centro de la misma, así que rápidamente me muevo hacia un puesto cercano a la ventana. No me arrepiento de mi cambio, por el contrario, me entretengo viendo la plaza de recreo estudiantil desde arriba. Un calmante para mi espíritu; relajado me encuentro viendo a los demás reposar sus inquietudes en el césped. Pronto, ya que el tiempo pasa relativamente rápido, en cuestión de menos de dos horas, esta fuerte luz diurna menguará para apagarse y darle paso a la oscuridad de la noche. Antes de oscurecer es cuando el sol se vuelve más brillante, más fuerte, para luego ir apagándose. Todavía no estaba así, pero, sin embargo, el sol hoy ha brillado mucho. Las nubes que aparecen de vez en cuando, lo apaciguan un poco y al haber sombra, se oscurece. Hasta se vuelve más fresco me atrevo a decir. Estamos en septiembre, falta poco para el otoño. Uno se puede perder rápidamente en sus pensamientos o en una imagen. En mi caso en ambas.

Ni cuenta me di cuando la profesora hizo acto de presencia. Comienzo a tomar notas al rato de escuchar el ruido de los lápices al  rasgar el papel, que hacen los estudiantes al tomar sus propias notas. Ahora sentado recto, prestando completamente atención al frente del aula, me encuentro  mirando la mano de la profesora de geometría escribiendo sobre el pizarrón acrílico; ella dibuja la representación gráfica de varias funciones trigonométricas, mientras explica el patrón que tienen unas y otras. Lo que me gusta de esta clase, es el apartado que se tiene que hacer para dibujar gráficos. Aunque a mí se me ha quedado la regla en casa, utilizo mi borra como sustituto. El resultado: una gráfica burda y mediocre.

No me importa, de igual manera yo entiendo mis garabatos, no hay pérdida en mis apuntes, a no ser que los lea otro. La profesora me hace pasar al pizarrón, de modo que resuelva uno de los ejercicios que ella ha traído para la clase. Sin demostrar pereza o desdén me levanto de mi asiento y me dirijo al escenario. Mi mano derecha se eleva con el marcador azul en él, manifestando ante la clase que yo no estoy desubicado. A cada línea que dejo escrita, es una interrogante menos para los propósitos de la resolución de ese ejercicio que a mi parecer está abandonando lo sencillo e inmiscuyéndose en lo intermedio. Bien por mí que lo pude resolver sin mucho aprieto.  Una vez terminado miro a la profesora, le pregunto si así es la solución, sabiendo de antemano que mi respuesta es la correcta. Ella asiente y me siento orgulloso en mi puesto. O así me hubiese gustado que terminara mi momento: con gloria.

La puerta del salón se abre repentinamente, el coordinador del piso saluda a la profesora, luego nos mira y nos da el saludo solemne:

—Buenas tardes —todos replicamos con el mismo tono asertivo.

—Las clases se verán suspendidas en su totalidad, ha habido un cambio de última hora. Pensamos que se podrían llevar a cabo, sin embargo debido a lo que a continuación  anunciaré: —explica. —: Como sabrán, se anunció el día de ayer que los horarios de clases se moverían para la tarde. Ha sido debido a la intervención de la junta de diversos entes que rigen la universidad, conjunto con otros entes importantes y mi persona. Se ha decidido hacer un acto en donde celebraremos a  nuestra querida y respetuosa universidad, y a todas las personas que hacen que sea posible abrir nuestras puertas. Por un inconveniente de papeleo hago este anuncio. En fin, ahora bien, por favor fórmense en dos columnas. Los transportes que esperan por ustedes, están acondicionados para llevarlos a todos al lugar que tendrá el acto.

Frunzo el ceño. «Cambian los horarios sorpresivamente y ahora interrumpen la primera clase, la cual no ha finalizado, para decir que se suspenderán. Además tenemos que trasladarnos fuera de la universidad para celebrarla. Sí, tiene sentido», pienso con sarcasmo.

—¿Es necesario que vayamos? — pregunta un estudiante al fondo del aula.

Una que otra risa se escucha y el coordinador hace una mueca de desaprobación; no solo por las risas sino por el valiente chico, que debe de estar tan confuso como yo.

—Es de carácter obligatorio. —Responde el mismo—. En unos instantes vendrá un encargado del acto a tomarles la asistencia. Eso es todo, gracias por su atención.

Dicho esto salieron del aula tanto el coordinador como la profesora, yo por mi parte comencé a acercarme a mi puesto. En piloto automático comienzo a guardar mis útiles, al igual que el resto de mis compañeros. Mi mente me lleva a  imaginarme cómo sería ese desastre de ir a un sitio simplemente a estar de pie o sentado, o lo que sea, observando algo que surgió de la nada, sin aviso previo. No tenemos oportunidad para protestar, he ahí la desventaja de estar en una universidad pública. Ni modo, esto me lleva sin cuidado, pero me parece molesto y trabajoso. Ni siquiera sabemos el destino de los autobuses, o siquiera la hora final del evento. «Comida, hambre, ¿será que habrá algo que llevarse a la boca? Mi estómago está curioso», pienso ya que el acto se llevará en, supongo por la hora durante la cena.

Llega el encargado al que se refería el coordinador; este empieza a registrar sus hojas hasta dar con la lista de asistencia de nuestra aula.

—Al nombrarlos dirán “presente” y tomarán posición al lado de la puerta, otro encargado les ordenará en filas, de a dos personas.

Todo sucede como el joven hombre ha dicho hace unos instantes. En minutos, yo ya me hallo junto a otro estudiante formado al lado del aula; veo como las otras aulas también son objeto de examinaciones y conteos. No podemos escaparnos, al menos no todavía. Ya que sería demasiado evidente. El orden y la disciplina ha dado frutos, todos los estudiantes entienden el protocolo de las formaciones y el orden con el fin de reducir la anarquía y manifestaciones de rebeldía entre profesores y alumnos. El encargado del piso eleva su voz de modo que todos en el pasillo pudiéramos oírle. Camina pasivamente de un extremo a otro explicándonos el procedimiento de desalojo del establecimiento sin desorden o correderas. Tiene que ser a marcha calmada y sin apuros, que tenemos tiempo de sobra. El desalojo va a comenzar con las formaciones más cercanas a las escaleras de emergencia. Cuando llega nuestro turno, aceptamos cuales siervos y nos dirigimos a la puerta que da acceso a las escaleras externas del edificio; unos bajan con prisa y me pasan. Yo con cada paso que doy me cuestiono más mi presencia en el evento. Justo cuando estoy pasando el piso de mezzanina, alguien tira de mi brazo y me hala hacia dentro.

No tuve oportunidad de reaccionar, más bien sentí que todo se venía abajo, mi equilibrio, mi persona, el equilibrio de mi atacante, su persona y yo, caímos irremediablemente en el duro suelo encerado.

—!¿Pero qué demonios?!— protesto exaltado.

—¡Shhh! —Me manda a callar. —Usaremos las otras escaleras y nos escaparemos de este evento absurdo e innecesario. No puedo creer que el decano, por querer ver su foto en las noticias de mañana, se preste para esto. Pudo haber elegido un viernes o fin de semana. Lo que hace el don tarado, es hacer que perdamos clases y tiempo valioso.

Su voz me es familiar, y si no fuese por lo obscuro que es, hubiese podido dilucidar con rapidez la identidad de mi secuestrador, pero no hace falta, su siguiente sentencia significa el ver su cara muy cerca de la mía, cuando me giro todavía aturdido por la caída, que tan solo me hizo ganar un dolor en el trasero.

—Hoy es el día en el que vamos a ver la casa de la que te hablé esta mañana.

Victoriosa ella, al ver cómo el universo le concede la oportunidad de que nuestra visita se adelantara de una forma abrupta y fugaz, su iniciativa es comparable al recibir un tobo de agua fría, recibiendo también el impacto del tobo al final. Alego que con gusto iré, si logramos salir del instituto sin que nos atrapen. Ella sonríe y dice que eso ya está cubierto. Enciende la luz. Estamos en el cuarto de mantenimiento, limpio, pequeño y angosto, lleno de objetos de aseo: escobas y palas, detergentes y desengrasantes, cloro y jabón. Además de varios estantes repletos de cajas que son contenedores de quién sabe qué objetos. Me pongo en pie al igual que ella. Aunque el piso está encerado, cosa que no tiene sentido, hay restos de pelusa, la cual nos sacudimos de la ropa.

Todavía podemos oír a los estudiantes descender por las escaleras de emergencia. Ella me guía hacia el otro lado de la habitación y abre la puerta con sumo cuidado y diligencia. Espera mirando desde la rendija de la puerta el momento idóneo para dar la señal. Para cuando llega el momento yo no estoy listo, pero eso de nada importa, ya que  me hala por la mano y atravesamos el pasillo cual espías. Nos refugiamos en el primer salón a la izquierda con el que nos topamos. Ella repite el proceso, aunque ya para esta ocasión, estoy más predispuesto a ser rebelde. El delito ya ha sido cometido, ya no queda de otra sino seguir quebrantando la regla más de lo que ya ha sido.

Una vez fuera de la universidad, Ginny no para de rodar los ojos y de burlarse de cómo le narré mi experiencia de escape.

—¿Espías? Steve, podrías escribir una parodia de detectives. Es solo la universidad, no una prisión, y antes de que me preguntes, por qué nos fuimos sin dejar que nos vieran. La respuesta es sencilla: No quiero que nos estén regañando como niños pequeños. Además ya estamos pronto a graduarnos.

Cogimos mi coche que dejé casi fuera del estacionamiento, porque no conseguí un puesto decente. Una vez dentro, lo enciendo y Ginny tan solo sonríe alegre de estar yéndonos.

—Bueno, el decano, Dean… yo pienso que quiere lo mejor para la universidad —comienzo a decir, y nos saco del estacionamiento full de coches. «Pobres estudiantes, después del acto tienen que venir muertos de cansancio a por sus coches. Me alegro de ser el primero en salir», pienso feliz dejando atrás el estacionamiento.

Esta se ríe y se llena el coche con su agradable, y delicada risa. Al detenerse:

—No lo sé, Rick, parece falso —responde con aparente seriedad.

No puedo evitar estallar en risas. ¡Por Dios! Ha citado una expresión muy popular del reality show: el precio de la historia.

Sonríe con gracia y me acompaña en mi destornillada risa, que no se compara a la de ella. Pone su mano en mi brazo en un cálido gesto, para luego llevarse ambas manos a la cara. Seca con sus nudillos lágrimas generadas por la risa. «Con ella todo es una aventura».

Una vez ya en la zona cerca de casa, Ginny me sugiere antes de entrar a la urbanización, que nos detengamos en el restaurante de pollo en brasas, cerca de la misma. Me detengo solo para escuchar con que me va a salir ahora.

—¡Ufff! Sí, para variar. Me da pereza  llegar a cocinar —dice mirándose en el espejito encima del asiento del copiloto. Eso lo hace siempre antes de salirse del coche.

Espera… ¡¿Qué?! ¡Lo sabía quiere comprar pollo! Bueno es obvio por el restaurante, pero dio por sentado que yo estoy de acuerdo. Me sugirió detenerme, lo hice, más no me preguntó si estaba de acuerdo con comprar pollo.

—Hay comida de ayer… —comienzo a decir en una clara protesta.

—Sí, sí, sí, Steve, sobras para recalentar. ¡Oh! ¡Vamos! No me mires así. La vida es joven, somos jóvenes —dice señalándome y luego a ella.

No dejo que continúe e intervengo como ella me ha interrumpido a mí:

—Jóvenes, sí, millonarios, no…

Rueda los ojos y vuelve a interrumpirme.

—Ambos trabajamos, tú en el Cyber café y yo en la juguetería. No veo cual es el problema. Siempre hacemos las compras, lo justo, nunca nos salimos de lo que requerimos, lo básico. Ha pasado tiempo ya, en que no comemos en la calle. Ni siquiera, ¡un puto helado! —exclama ofuscada, más manteniendo un tono de voz, un poco alto sin llegar a gritar.

Vivimos en Venezuela, en Caracas, en el este de la capital del país. Un país que se ha vuelto costoso para vivir.

—Bueno, pero…

—Además, ambos recibimos ayuda de nuestras familias. Hasta que nos graduemos —continúa diciendo.

Tiene un buen punto. La curvatura de mi labio superior muestra en mí una sonrisa de aprobación. No me ha gustado que me interrumpiera tanto, pero al final se ha salido con la suya.

Me sorprende dándome un beso en la mejilla y su mirada hace que olvide mi pequeño brote de molestia. Se ha casi extinguido.

—Te recompensaré. Sé que no te he consultado y también sé que no te he dejado hablar. Solo que no quiero perder tiempo, tengo hambre y ganas de mostrarte el lugar. Lavaré los platos y te dejaré que te comas mi pudín de chocolate.

Mi boca se abre en una perfecta, “O”. No me da chance de responderle, ya que me he quedado tan solo mirándola con fascinación. Me sonríe ampliamente, una sonrisa llena de vida y muy sincera. Se apea del coche. No puedo evitar sentirme alegre por su manera de ser. Ahora sí, ni cenizas de mi brote han quedado. La sigo. Unos cuantos minutos después, salimos cada uno con una bolsa en mano. Yo, con un pollo a la brasa y ella con las papas con aderezo ranch a parte, más una botella de 1.5 litros de Maltín.

Ponemos las bolsas en la parte trasera del coche. Inmediatamente todo el interior del mismo, huele a pollo en brasa. Ginny enciende la radio y no puedo evitar carcajearme.

—¿De qué te ríes? —pregunta con gracia.

—¿Sabes que en menos de dos minutos estaremos en la urbanización? ¿Cierto?

Niega con la cabeza divertida.

—Sí, sé que lo dices por la música. Estoy feliz y quiero llenar mis oídos con melodías y letras pegajosas —responde y mueve los hombros con gracia, supongo que intenta seguir el ritmo de la música.

No digo nada más y continúo manejando oyendo a Selena Gómez. Ginny termina de comerse una papita, bueno lleva como 3.

—Oye, ¿si quieres dejamos la comida en la casa y seguimos? —pregunto pasando la alcabala.

—Sí, perfecto. Luego regresamos y comemos —responde animada, solo que no tanto como cuando estábamos comprando el pollo, o al menos eso intuyo.

—Ok —respondo. Apago el coche y cojo las bolsas. Dejo mi vidrio abajo, Ginny ha hecho lo mismo con el suyo—, ya vuelvo.

Uso mi mano izquierda para coger las dos bolsas y con la otra meto la llave en la cerradura. Es una puerta con maña; empujo la puerta una vez abierta. Entro a un pequeño recibidor en donde se encuentra una amplia ventana con barrotes que dan a la calle. Hay un baúl bastante antiguo. Nunca me he sentado sobre él; parece que pudiese tranquilamente reemplazar un asiento acolchado de ventana, solo que este baúl no tiene cojín. Por lo antiguo me hace dudar de su resistencia. Creo que tan solo se encuentra aquí para decorar el lugar. Observo la puerta que da hacia nuestro anexo y la puerta contigua, la cual es una habitación con baño debajo de la escalera. Sí, nuestro anexo es subiendo una escalera de madera. Meto la llave en nuestra puerta y tiro de ella. Cierro tras de mí y  antes de comenzar a ascender, enciendo una de las luces de la escalera, esta es la que se encuentra al final de la misma. Llego al primer rellano de la escalera. Continúo subiendo y siento frescor en el rostro, hay brisa. Brisa que sale de una amplia ventana que te recibe al terminar de subir. Ginny dejó recogida la hermosa persiana de bambú, la cual recuerdo cuando la compramos, bueno, la compró ella. Me dijo: —¡Hermosa! Algo cariñoso el precio, pero lo vale. «Sí, cariñoso por costoso», pensé divertido en ese momento. A diferencia de la ventana que hay en el recibidor, esta no tiene barrotes; es solo una ventana corrediza, algo pesada, es de las que se usaban antes de que yo naciera.

Doblo a la derecha, ya que al subir la escalera lo primero que hay cerca, allí mismo es la cocina. Dejo la bolsa encima de una pequeña, pero modesta mesa plegable de madera para camping. Lo malo de la mesa son los banquitos, también de madera, pero horribles. Los topes parecen de gamuza. El sujeto que los creó, nos estafó. La mesa fue un regalo de la mamá de Ginny, pero sin las sillas, ya que se trata de una mesa usada. En fin, le hice caso al conserje de la universidad, quien me dijo tener un tremendo conocido, un carpintero… y bueno… he aquí el horrible resultado, al menos sirven para sentarse. Cojo un vaso de mermelada, del estante escurridor para lavaplatos. Tenemos un juego de vasos económicos, sencillos pero bonitos, tienen una abejita dibujada en cada uno, elección de Ginny, pero también tenemos estos de mermeladas. Ginny siempre que compra mermelada, elige estos, ya que tienen forma de vaso y son económicos. Me sirvo agua del dispensador de la nevera.

Hay muchas cosas que son regalos o préstamos de la familia de Ginny. No todo, el 70% es de ella y el resto lo puse yo. Más lo que hemos comprado juntos y por separado. Dejo el vaso en la encimera junto al microondas. Cuando regrese lo usaré para beber malta. Antes de bajar enciendo la otra luz de la escalera, la de arriba. Me apresuro y bajo.

—¿Qué te tomó tanto tiempo? —pregunta una impaciente Ginny.

Frunzo el ceño.

—Tenía sed. ¿Por qué estás molesta? —enciendo el coche mientras le pregunto.

—¡Eh! No, no lo estoy —responde de inmediato.

La observo y esta desvía la mirada. «Sé que me está mintiendo, solo que no sé por qué». No le pregunto más nada, tan solo pongo en marcha el coche.

—Bien, guíame —digo más seco de lo que quería.

No parece molestarle. Ya no hay música, al encender el coche, me doy cuenta al ver que llevó a 0 el audio. Siempre hace eso, no  sabe apagar el reproductor. Me va indicando.

—Dobla aquí —dice.

Me froto los ojos y bostezo. Al fin llegamos al parecer, porque ha dicho:

—Aquí.

Solo que hay un enorme árbol trancando la calle.

—Pero… ¡¿Qué rayos?! —exclama apenas nota el árbol.

Sin apagar el motor cambio las luces, pongo las altas.

—Sí, un gran árbol. ¿Segura que es esta la calle? —pregunto con la voz teñida de fastidio.

No me responde, lo que hace a continuación es bajarse con prisa del coche. Gruño y lo apago. Me apeo, pero no con tanta prisa como ella.

—Ginny —comienzo a decir, pero esta ha dado grandes zancadas hasta el dichoso árbol—, ¡Ginny! —digo ahora más alto.

Al fin voltea a verme.

—No lo entiendo, esta es la calle, o eso creo —«!Excelente! Eso cree», pienso irritado.

Me llevo una mano al puente de la nariz.

—Escucha, hace frío, tengo hambre, estoy cansado. Mañana tenemos clases…

—Sí, tienes razón —responde sorprendiéndome y comienza a caminar hacia el coche. Yo tan solo frunzo el ceño mientras veo cómo camina hacia mí y pasa de mí. Me vuelvo y observo como ya se ha subido al coche.

«¿Qué ha sucedido?», con esa pregunta en mi cabeza, la copio, sin embargo no tengo que caminar tanto, porque no me he alejado mucho del coche.

Me subo lo enciendo y sin hablarnos, manejo de regreso a casa. Apago el coche y Ginny se apea, nuevamente rápido, sin dirigirme palabra alguna. Pongo la tranca palanca y me bajo. Aseguro el coche y suelto un sonoro suspiro.

Una vez en el interior de la casa, entro a la cocina, pero no está en la misma. Camino hacia la sala, más sigo derecho, sin desviarme al interior de la misma. Paso por una puerta semi abierta, la que pertenece a la habitación principal; esta se encuentra desocupada. Los dueños del anexo quieren alquilarla. Paso por otra puerta la cual está abierta, esta guía hacia un pequeño estudio el cual conecta a un corto pasillo. A mano izquierda hay otra puerta, de estilo closet, ya que precisamente detrás de la misma se encuentra un vestier. Luego al final del pasillo, por último y no menos importante,  está la puerta del baño.

«No está aquí tampoco. A ella le encanta asomarse por esta ventana», pienso observando la misma, que da a la parte trasera de toda la casa. Ventana que se encuentra a mitad de pasillo en donde yace el estudio. Hay un escritorio de madera y una cómoda silla rodante. El escritorio está sin nada encima.

Esta vivienda en general, me recuerda a las pensiones, ya que consta de este anexo, más la parte de abajo, que está dividida en tres partes. El hogar de la dueña, el hogar de su hija menor y el esposo de la misma. Y de último, otro anexo, ya que tanto el hogar de su hija y el restante desocupado, son exactamente eso, extensiones de la casa; anexos con entrada independiente. El bono es, la habitación bajo la escalera de nuestro hogar. El único anexo superior, es este en la planta alta.

Apago todas las luces que encendí desde que entré a la habitación principal y al fin entro a la sala. Camino varios pasos, es una sala grande. Paso la sala y llego al corredor de las habitaciones. Hay tres. Dos comparten un baño, el cual está en el medio de ambas. Mi habitación, está justo al lado de la de Ginny. Su habitación tiene balcón y baño propio, es mucho más pequeña que la principal, pero la más grande de las tres del corredor. No me quejo de mi elección. No tengo baño propio, ni balcón, pero la ventana que tengo, es hermosa, con grandes marcos de madera; es corrediza y fácil de deslizar. La vista da hacia el frente de la casa y tengo un enorme pino, que cubre gran parte de la vista hacia el exterior.

La otra habitación, la que comparte baño conmigo, está desocupada. También la quieren alquilar. Es un anexo grande, de haberlo alquilado completo nos hubiese salido muy costoso. Llamo a su puerta. Puedo ver luz debajo de la misma. En cambio tanto mi habitación como la que está desocupada, están a oscuras. Observo el bombillo encendido del corredor. La puerta se abre y mi mirada se centra en Ginny.

—¿Quieres cenar? Se va a enfriar —pregunto pausadamente.

—No, gracias, por ahora no. Necesito ir a la librería —responde y sale de su habitación. Cierra la puerta y comienza a caminar hacia la sala.

Sin duda la sigo.

—¡Wow! Espera un momento —digo intentando que no me explote la cabeza.

Llega hasta la escalera, más no baja.

Se cierra la cremallera de su chaqueta de cuero, una que usa mucho. La hace ver como una chica mala y sexy.

—Steve, estoy bien, solo quiero ir a la librería. Tomar aire fresco. Ya sabes, despejar la mente. Regresaré y me calentaré un plato. Déjame por favor una porción de papas. No las metas en la nevera, ya que al enfriarse más de lo que ya están, sabrán horrible —dicho eso comienza a descender.

—¿De verdad te irás? —pregunto literalmente mordiéndome la lengua, no quiero comenzar una pelea innecesaria.

Suspira.

—Sí, Steven, necesito caminar un rato e ir a la librería. Estaré bien, no están tarde.

La veo irse, no la intento detener. Me ha dicho Steven, ya se cabreó. De continuar intentando frenarla, pues se alejará mucho más de lo que ya está haciendo. Escucho la puerta cerrarse y suspiro. Entro a la cocina, lavo mis manos en el lavaplatos. Cojo una de las toallas que están guindadas sobre el asa de la puerta del horno. Es una cocina de gas. Mientras seco mis manos, camino hacia el balcón de la cocina; sí, resulta ser que antes esto era originalmente una habitación, los dueños decidieron convertirlo en cocina. Pero, una cocina muy mal diseñada. Donde va la estufa y campana, la pared no tiene salpicadero. Es una pared desnuda. Al freír o al preparar salsas que comiencen a hervir, se salpicará la misma. Destrabo la puerta del balcón y la abro hacia afuera, ya que es la única manera de hacerlo. Me asomo y observo a Ginny, quien ya estoy por perder de vista. Ha decidido tomar el camino corto. Normalmente ella prefiere el largo, ir por arriba, ya que le encanta hacer ejercicio.  Claro que ya ha anochecido y probablemente, esté solo el parque, el que hay si sales por arriba.

Cojo un plato del gabinete y al fin me dispongo a servirme algo de pollo, papas y aderezo. Intento distraer mi mente con alguna materia o recordar el nombre de la película que me recomendaron hace poco. Me la recomendó un compañero de la universidad, pero me es imposible. No me gusta estar así con Ginny. Termino de llenar mi plato y cojo el vaso que usé antes para beber agua. Lo lleno con hielos del dispensador de agua, que también fabrica hielos. Vierto la bebida gaseosa que compramos y le doy un buen sorbo. «!Delicioso!». Guardo el pollo en la nevera y dejo las papas en su envase de anime sobre la única mesa de la cocina, la plegable de madera. Guardo en la puerta de la nevera, la malta y me dispongo con plato y vaso en mano a ir hacia mi habitación.

Una vez en mi habitación, enciendo mi laptop, la cual tengo sobre un sencillo escritorio. Entro en Youtube y mirando uno que otro video comienzo a comer. El tiempo corre y ya he finalizado mi comida. Me levanto y me asomo por la amplia ventana de mi habitación. No hay nadie afuera. Observo la hora, son las 8:38 p.m. Llevo mi plato con restos de huesos de pollo y vaso vacío a la cocina. Lavo mis manos y dejo el plato a un lado. No quiero perder más tiempo. Se ha ido hace más de una hora, ya casi van 2.

Cojo las llaves del coche, las cuales están guindadas en un llavero de pared en la cocina, junto al interruptor de luz de la misma.

Al poco tiempo ya estoy rodando hacia el centro comercial que queda fuera de la urbanización, al lado de la misma. Entro en el estacionamiento de arriba. Por la hora ya el supermercado está a punto de cerrar, cierran a las 9. La librería en cambio cierra a las 7 de la noche. Me apeo del coche y me dirijo al supermercado. Es imposible que esté en la librería. Cuando entro al supermercado comienzo a caminar por los pasillos. No la veo. Frunzo el ceño y me dirijo nuevamente al coche. Maldigo en voz baja, ya que dejé el móvil en casa.

«No me sorprendería que esté en la calle ciega», pienso y así pongo el coche en marcha. Por suerte las calles de la urbanización están bien iluminadas por postes de luz. Sin embargo la calle que tanto le gusta a Ginny, no estaba iluminada cuando llegamos. De hecho cuando me apeé del coche, la miré con mucha dificultad, ya que estúpidamente había apagado el coche. Por suerte hoy hay luna llena y aún así fue dificultoso distinguir muy bien su cara. La luz de la luna se bloqueaba mucho por las nubes.


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