Edición:Salamandra, 2015 (trad. Carlos Mayor Ortega)Páginas:448ISBN:9788415630920Precio:19 € (e-book: 11,99 €)
La casa de las miniaturas (2014), el debut de la londinense Jessie Burton(1982), tiene muchas papeletas para convertirse en una de las revelaciones de la temporada. Ya lo fue en el Reino Unido, donde vendió nada menos que cien mil ejemplares, y está en proceso de traducirse a más de treinta idiomas, según la página de la autora. Burton, que tardó cuatro años en escribir la novela, se inspira en la impresionante casa de muñecas de una mujer holandesa que vivió en el siglo XVII, Petronella Oortman, de quien también toma el nombre de la protagonista de su obra, aunque la historia que narra es del todo ficticia. La acción comienza en 1686, cuando Nella, recién casada, llama a la puerta de la casa señorial de Ámsterdam donde vive su marido, el exitoso comerciante Johannes Brandt, para instalarse allí. Quien la atiende, no obstante, es la hermana soltera de este, Marin, una mujer de fuerte carácter que no está dispuesta a hacerle fácil la convivencia.Nella, de dieciocho años, experimenta su iniciación a la vida adulta en un entorno hostil («¿Cómo puede alguien llamar “hogar” a este lugar cargado de secretos?», p. 181). Su matrimonio, como era habitual en la época, se acordó por interés: a su esposo, un hombre de negocios, le convenía emparentarse con una mujer de ascendencia noble, mientras que a Nella, procedente de una familia venida a menos, la riqueza de Johannes le daba una comodidad que no tenía junto a sus padres. Con todo, la joven esperaba que entre ellos pudiera surgir algo parecido al amor, unas expectativas que se ven frustradas al comprobar que Johannes apenas le hace caso y no cumple con sus «obligaciones conyugales». Su único detalle es un regalo: la casa de muñecas, una copia perfecta de la mansión para que Nella la vaya amueblando y, de paso, se adapte a su nuevo hogar. Parecía un obsequio inocente, pero un misterioso miniaturista empieza a enviarle piezas que de algún modo le revelan los secretos que ocultan sus habitantes («Desde la llegada de este aparador, se han abierto muchas puertas que siempre había logrado mantener cerradas», p. 299).Con este planteamiento, Burton construye una historia que combina una trama de intriga (las miniaturas, que tienen un ligero toque paranormal, y un problema de negocios en el que se ve envuelto Johannes) con el retrato social de la Holanda del siglo XVII, además de desarrollar unos personajes ricos que se van desvelando poco a poco. Su estilo recuerda al de Tracy Chevalier y Sarah Waters, y, al igual que estas, Burton da el protagonismo a las mujeres, que cargan con el peso de la casa (y de los acontecimientos). En cierto modo, La casa de las miniaturas es una gran novela sobre la complicidad femenina, sobre mujeres fuertes que toman las riendas cuando toca y se ayudan mutuamente en las tareas relegadas a ellas. Hay capítulos brillantes sobre este «espacio íntimo» femenino, como el dedicado a narrar un parto.La primera mujer que destaca es, cómo no, Nella: llega a casa de los Brandt como una chica ingenua que nunca había salido de su pueblo y del afecto maternal, pero en apenas tres meses cambiará de forma drástica («No se ha casado con un hombre, sino con un mundo», p. 118). En Ámsterdam debe espabilarse prácticamente sola; solo cuenta con los mensajes desconcertantes del miniaturista y con Cornelia, la criada, de quien no termina de fiarse por la fidelidad que esta demuestra hacia Marin. Cornelia también tiene un recorrido vital de alto voltaje: se crió en un orfanato y trabajar para los Brandt supuso una oportunidad para ella. Es una mujer joven y dicharachera que ha aprendido a entender la vida mirando por el ojo de la cerradura. En el servicio la acompaña Otto, un hombre negro a quien Johannes compró en uno de sus viajes. En pleno siglo XVII, Otto es una rareza entre los habitantes de Ámsterdam, y algunos no dudan en mostrar su desprecio en público.Sin embargo, el personaje más interesante no es ninguno de ellos: Marin, la cuñada de Nella, lleva el grueso de la novela sobre sus hombros. Una mujer impenetrable, ambigua, que deviene en mucho más que la solterona tirana que aparenta ser al principio («La señora tiene algo especial. Es un nudo que todos queremos deshacer», p. 186). Es el contrapunto de Nella: una mujer más experimentada, acostumbrada, desde la sombra, a hacerse cargo de todo (y a influir en las gestiones de su hermano). Con la evolución de sus historias personales, Burton acaba mostrando cómo ambos caracteres confluyen, cómo ni el más duro es tan duro ni el más blando tan blando. Además, Marin y Nella tienen algo en común: ninguna de las dos vive según lo que estipula el matrimonio tradicional. Con la soltería de Marin y la unión fallida de Nella con Johannes, la autora cuestiona las ideas asociadas a la institución del matrimonio y, en particular, hace notar que las mujeres pueden ser más independientes sin un marido que las subyugue («Se supone que el matrimonio se sirve del amor para incrementar el poder de la mujer, pero ¿es cierto? Marin se consideraba más poderosa estando soltera», p. 329).
La casa de miniaturas de Petronella Oortman, actualmente en el Rijksmuseum de Ámsterdam
En estas circunstancias, la casa de las miniaturas es más que un elemento de misterio. Las «predicciones» ayudan a Nella a conocer su entorno, es decir, la guían, le muestran un camino; y ahí reside otro tema importante: la búsqueda de la identidad, de un lugar propio en el mundo. No es casual que los personajes hayan decidido ir a contracorriente (un marido que ignora a su esposa, una mujer solterona que controla los negocios de su hermano, un hombre negro que no agacha la cabeza). Nella, la única que aún debe forjar su personalidad, lo hará a lo largo de las páginas, y durante el proceso observará la hipocresía de la sociedad que la rodea, una sociedad que, precisamente, se agita por la iconoclasia. Las miniaturas, que llegan a prohibirse, se convierten en el símbolo de los que se atreven a ser ellos mismos a pesar del rechazo social.Jessie Burton
También hay emociones, claro, porque con unos personajes que se dejan llevar más por sus deseos que por la razón es inevitable hablar de amor, un amor apasionado, capaz de proporcionar las mejores alegrías y las peores desgracias («El amor es mejor como fantasma que como realidad, es mejor perseguirlo que atraparlo», p. 184). Burton, como una Victoria Álvarezinglesa, construye una trama de ritmo vertiginoso que aúna misterio y sentimientos, con puntos álgidos bien marcados, un fino sentido del humor y un gusto por la descripción minuciosa (a veces excesiva) de la ropa y el mobiliario. En ocasiones tiende al cliché en algunas expresiones (frunce el ceño, musita con un hilo de voz, un escalofrío le recorre la espalda) y se extiende más de la cuenta, pero nada grave. La casa de las miniaturas es una muy buena primera novela que por su acción trepidante y su fluidez se encuadra en las obras para entretener y disfrutar, eso sí, con un nivel más que digno, ya que bajo las sorpresas de esta casa se esconden mensajes con calado social.