Revista Educación
A veces me gusta jugar con el diccionario. Bien es cierto que lo hago no sin cierto temor y siempre con mucho respeto. Me impone tener así, como quien no quiere la cosa, sobre mis manos, "todas las palabras", que viene a ser algo así como sostener con mis dedos "toda la realidad". En el diccionario cerrado, que sólo me muestra su grueso lomo asomándose, como destacando y queriendo salirse de la estantería de mi biblioteca, duermen, o quizás sueñan, todas las significaciones. Por eso, para mí, abrir un diccionario y leerlo tiene algo de "mágico".Ese carácter "mágico" casi se ha perdido. El diccionario ha quedado rebajado al simple utilitarismo de buscar el significado de una palabra desconocida o de resolver alguna duda o incertidumbre semántica. Así se suele presentar y acoger el diccionario en las escuelas: es el libro para buscar las palabras, pero no para ahondar en el corazón de ellas; es el libro del que extraer definiciones, mas no para aprehenderlas. Ninguno de mis maestros me acercó a esa dimensión más interna, más profunda y más misteriosa del diccionario. Siempre me hicieron vincular su uso a la rapidez, a la prisa y a lo superficial.Cuando alguna realidad o cosa me interesa acudo al diccionario, busco la palabra que la nombra y me detengo en la definición que le sigue, pero sólo como un primer paso para acercarme a la hondura de cada palabra. De esta manera llego a comprobar que las palabras no son simples etiquetas sino puentes de contacto y conexión con las realidades a las que aluden. Entonces comienzo a darme cuenta de la ligereza, superficialidad e incluso inconsciencia con la que suelo hacer uso del lenguaje y de las palabras. Comprendo, en ese momento, que muchos de los problemas de comunicación entre las personas son, en el fondo y en la forma, una cuestión de diccionario: cada uno le otorga "su" peculiar y particular significado a las palabras. El diccionario viene a ser como la casa de las palabras, pero es en el corazón humano donde cobran vida y su pleno sentido y significado. Estamos llamados a poner corazón a las palabras, o lo que es lo mismo, definirnos en lo que expresamos y decimos; a hacer de cuanto verbalizamos una "expresión consciente" y llena de amor hacia las palabras que decimos y a lo que con ellas aludimos.Estamos ante el reto de hacer del diálogo un intercambio de "expresiones significativas" llenas de sentido, que llenen a quien las diga y plenifique a quien las escuche.Texto del libro: MI ALEGRÍA SOBRE EL PUENTE. Un libro para que sea tu corazón el que se asome al mundo a través de la ventana de tus ojos. Videoclip 1. http://bit.ly/1zDGpoF Videoclip 2. http://bit.ly/1z9fLnI
Autor, entre otros, de "Educar con Co-razón" (19ª ed.), "La Sabiduría de Vivir" (4ª ed.), "Descanser. Descansar para Ser" (3ª ed.) , "Mi alegría sobre el puente. Mirando la vida con los ojos del corazón" (2015) y "El pulso del cotidiano" (2017) publicados por la Editorial Desclée de Brouwer.
Coautor de: MAESTROS DEL CORAZON. Hacia una Pedagogía de la Interioridad.
Ed. Walters Kluwer.
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