Casa de las Siete Chimeneas, vista desde el ángulo sureste
Uno de los enigmas más conocidos y al que más cariño tengo, por ser la primera historia de fantasmas que escuché de la ciudad de Madrid, es el de la llamada Casa de las Siete Chimeneas. Recibe este nombre porque este edificio del siglo XVI cuenta efectivamente con tal número de chimeneas en su tejado, acaso representación de los siete pecados capitales (lujuria, ira, soberbia, avaricia, pereza, envidia y gula) que el rey Felipe II, personaje esencial en este misterio, quebrantó sin remordimiento tantas veces.
Felipe II por Sofonisba Anguissola, 1573, Museo Nacional del Prado
Declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en 1995, la casa alberga hoy el Ministerio de Cultura, entre la calle Infantas y la Plaza del Rey, y fue uno de los primeros edificios construidos en la recién estrenada capital del imperio. Aunque hay huecos documentales se atribuyó su construcción a Juan Bautista de Toledo y Antonio Sillero siendo ampliada por el famosísimo Juan de Herrera. En los años de su construcción (hacia 1560) la zona estaba ocupada por huertos y jardines siendo claramente su uso de casa de campo, según la leyenda, mandada construir por un veterano montero del emperador Carlos V como obsequio para su joven hija Elena. Sin embargo, como suele pasar en estos casos, las malas lenguas corrieron el rumor que lo del montero era una tetra del joven rey Felipe II para dar cobijo a dicha joven con la que tenía habituales escarceos sexuales. Elena aportaba pasión y aventura al rey y éste se dejaba llevar sin poder evitar controlarse.
Placa de azulejos de la Plaza del Rey. Taller de Alfonso Ruiz de Luna
Cuando la jovencísima Ana de Austria llegó a España para casarse con el monarca (a la sazón su tío) y darle un heredero idóneo (futuro Felipe III), Felipe comprendió que no podía compartir dos lechos y actuó como tenía por costumbre: ordena que Elena fuese quitada de en medio obligando a la chica a casarse con un varón de añejo linaje madrileño, el capitán de los Tercios de Flandes, D. Fernando Zapata. El militar quedó embelesado por su belleza y se casó con ella de buen grado. La pobre Elena no tanto. Contrajeron nupcias rodeados de todo tipo de fastuosidades, siendo una ceremonia muy comentada por los habitantes de la Villa y Corte. Irónicamente (o diabólicamente) el mismo rey Felipe II fue padrino de la boda y aportó 13 arras de oro con su propia efigie real.
1/2 Real de oro de Felipe II. CoinsHome
No pudieron disfrutar mucho de su luna de miel, pues al poco tiempo de su enlace el capitán Zapata fue requerido para marchar a la conflictiva zona de Flandes sublevada contra los métodos represores del Gran Duque de Alba. Pasaron algunos meses y la triste noticia llegó a Madrid y, por ende, a oídos de la joven Elena, sola en tan enorme casona. El capitán Zapata había fallecido durante el combate en la puesta de la bandera sobre los muros de la asediada ciudad de Haarlem. Elena de Zapata quedó sumida en un oscuro abatimiento encerrada en sus aposentos. No quería comer, apenas dormía, no hallaba consuelo para su desgracia pues, a pesar de haber sido obligada a casarse con el capitán, el poco tiempo que estuvieron juntos le bastó para enamorarse realmente de él. Los sirvientes aseguraban que se pasaba los días encerrada en la casa llorando su duelo.
El milagro de Empel, Augusto Ferrer-Dalmau, 2015
Pero la tragedia no acabó ahí. Al poco tiempo de enviudar, Elena fue encontrada muerta en su alcoba. Los sirvientes que la encontraron conjeturaron inmediatamente que había fallecido a causa de la inmensa pena que encogía su corazón pero, tras un vistazo más detenidamente al cadáver, encontraron signos de violencia y varias heridas de arma blanca. Inmediatamente fueron a buscar a las autoridades para dar aviso del hecho pero, cuando volvieron a la habitación, el cuerpo de la joven había desaparecido, dando pie a toda suerte de especulaciones, llegándose incluso a culpar al padre de Elena, que había visitado a su hija días antes del hallazgo del cadáver y que poco después decidió (quizá por remordimientos o sucumbiendo a la presión popular) suicidarse colgándose de una de las vigas de la oscura casa. Las hipótesis, suposiciones, conjeturas y teorías conspiratorias inundaron los mentideros de Madrid. No se sabía dónde estaba el cadáver de la joven, quién la había asesinado, cuáles fueron los motivos del homicidio…
Espectro de Elena, photocollage del autor @juansanguinocollado
Pero las habladurías no hicieron más que multiplicarse cuando empezó a correrse la voz de que por la casa que tantas extrañas muertes había provocado deambulaba un fantasma. Se contaba que algún nocturno transeúnte había sido testigo de un tétrico toque de ánimas seguido de una aparición espectral, una figura femenina de extraordinaria belleza cubierta por vaporosos y blancos ropajes que se paseaba con una antorcha por entre las chimeneas del tejado de la casa. Con paso firme, la dama hacía su trayecto hasta que se detenía mirando hacia el antiguo Alcázar (hoy Palacio Real). El espectro, tras lanzar un terrorífico alarido, se ponía de rodillas y dándose golpes en el pecho apuntaba con su índice izquierdo hacia la residencia real, como declarando quién había sido el responsable de su fantasmagórica presencia. Se decía que era el espíritu de Elena que aparecía esas noches claras para azuzar la conciencia del rey, quejándose por haber ordenado su asesinato. Según esta teoría, tras la muerte del capitán Zapata, el monarca, ya cansado de su reina y aprovechando la coyuntura, pretendía volver a tener relaciones con la bella joven. Ésta, enamorada de su difunto esposo, se negaba categóricamente y el monarca habría mandado al montero para convencer y aplacar las negativas de Elena. Posiblemente, en una de esas visitas, al no conseguir hacer cambiar de opinión a la chica el padre preso de la ira se abalanzó sobre su hija y acabó asesinándola. Acorralado por las circunstancias sería él el que hizo desaparecer el cadáver y se ahorcaría preso de los remordimientos por haber acabado con la vida de su propia niña.
Ilustración The Black Cat de Edgar Allan Poe, Frederick Simpson Coburn, 1902
Fábula o no, pasó el tiempo y llegó el siglo XIX. Ya nadie hablaba de la aparecida de la antorcha y el edificio fue destinado en 1881 a albergar la nueva sede del Banco de Castilla en Madrid. Necesitada de restauración y acondicionamiento comenzaron las obras en la Casa de las Siete Chimeneas. Durante las obras, en la restauración de los sótanos, los albañiles huyeron despavoridos tras picar las paredes y encontrar el cadáver momificado de una mujer vestida de blanco. A los pies de la dama encontraron varias monedas de oro con la efigie de Felipe II. Quizá eran las arras del día de su boda. Este hallazgo fue el tétrico epílogo a una de las leyendas másviva y más tenida por cierta del imaginario histórico de la ciudad de Madrid…