Los hijos necesitan un hogar en el cual divertirse y aprender. La llegada de los hijos obliga a adaptar la casa que se diseñó con tanto empeño y amor, pero los muebles no valen más que los chicos
Cuando nos casamos, diseñamos la casa de nuestros sueños y pensamos en todos los detalles que queríamos. El estilo de los muebles, la ubicación de los recuerdos de ambas partes, el espacio para lo nuevo. Elegimos adornos que iban en la mesa ratona: bolitas de colores, flores secas, monedas para la buena suerte. Todo en armonía y en el lugar preciso.
Y un día empezaron a llegar los chicos
En la planificación, pensamos cada detalle de su cuarto: combinación de colores, espacio para peluches, el cajón de los juguetes, dónde los íbamos a cambiar y, en mi caso, hasta dónde iban a ir los pañales: dos pilas ordenadas al lado del óleo calcáreo.
Pero cuando por fin llegaron, el cuarto que podía salir en la página de una revista se transformó en uno más real. Y a medida que crecían y salían de la cuna para desplazarse por sí mismos, ya la mesa ratona, la biblioteca enana y la lámpara de sal en el piso no eran viables. De a poco, todo empezó a subir y los adornos a acumularse en los estantes superiores, sin tanto orden pero con el mismo amor. El revistero empezó a incluir libros infantiles y el cochecito formó parte del mobiliario fijo.
Podés seguir leyendo acá, en Disney Babble Lationamérica.