“Por un momento, has recordado el tiempo en que escribías sin ser escritor. Entonces escribir era tu secreto. Casi nadie sabía nada ni esperaba nada de ti, ni los compañeros de la universidad al principio, ni los del periódico en el que trabajaste después, ni tus amigos más íntimos, aunque nunca has tenido amigos demasiado íntimos.
Entonces escribías libre, con tranquilidad, imaginando situaciones que disfrutabas resolviendo. No tenías que compartir tu afición secreta con nadie. Escribir era para ti como hacer un sudoku, tú solo, reclinado en una butaca. Podías vivir en aquel espacio autista maravilloso. Era tuyo, solo tuyo.
Ahora, sin embargo, desde que sientes que hay un público que te espera, el blanco escritorio sobre el que escribes te huele a desinfectante, a producto de limpieza, a vacío. Como tu cabeza."
Ismael tiene un secreto. Lleva dos años intentando escribir su próxima novela, pero no consigue producir más que borradores sin vida. A su desconcierto creativo se le suma el impacto sufrido tras escuchar la noticia de que han encontrado el cuerpo de una mujer en el monte cerca de su ciudad, Vitoria. Desde que sus hijas se han hecho mayores, cada vez que escucha alguna noticia similar siente una inquietante mezcla de culpa y miedo: culpa por ser hombre y miedo por lo que algún hombre pueda hacerles a «sus niñas». Su crisis se acentuará cuando se vea obligado a pasar todas las tardes con su padre, después de que su madre haya sufrido un accidente y no pueda cuidar de él. Las horas con su padre le llevarán a preguntarse sobre su relación con él y sobre la manera en la que ha aprendido a ser un hombre.Karmele Jaio Eiguren nació en Vitoria-Gasteiz el 19 de marzo de 1970. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco, ha ejercido como periodista en diversos medios y gabinetes de comunicación. En la actualidad es responsable de comunicación de Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer y también columnista en periódicos como Deia, Diario de Noticias de Álava, Noticias de Álava, Noticias de Gipuzkoa y El País.
Su trayectoria literaria abarca novelas, relatos e incluso poesía. Una de sus novelas más destacadas es "Amaren eskuak" (2006), traducida al castellano en 2008 como “Las manos de mi madre”. Además de al castellano, la obra se tradujo a varias lenguas y en su versión inglesa fue premiada con el English Pen Award. La historia fue llevada a la gran pantalla a cargo de Mireia Gabilondo en 2013. En narrativa, Jaio también publicó en 2013 “Música en el aire”.
Sus relatos, por otra parte, han sido llevados al teatro y se han seleccionado para la antología Best European Fiction 2017. Estos se pueden encontrar en tres libros: “Heridas crónicas” (2004), “Zu bezain ahul” (“Tan débil como tú , 2007) y “Ez naiz ni” (“No soy yo”, 2012). Además de sus publicaciones, ha participado en varias antologías de relatos.
¿De qué va la novela?
La novela va de un escritor en horas bajas, en plena sequía creativa que lleva dos años intentando escribir su próxima novela ya fuera de plazo. No consigue implicarse en los personajes, en los sentimientos, porque para ello hay que salir al mundo exterior, mezclarse con la gente, sacar los personajes a la calle y él no sale de su zona de confort, de su estudio desde el que solo ve oscuridad.
Vive en Vitoria junto a su mujer Jasone, bibliotecaria que de joven también escribía, hasta que lo dejó. Dejó a un lado sus ilusiones, sus sueños de ser escritora y editora, por él (mejor uno que dos escritores en la familia), por sus hijos. Y ahora, además de ser esposa y madre, únicamente se dedica a corregir los textos de Ismael impregnándolos de cierto toque personal que a Jáuregui, el editor de su marido tanto le gusta y admira.
Fui incapaz de recordar el momento exacto en el que dejé de escribir. Libe me advirtió desde un principio, desde el primer embarazo, de que no podía renunciar a tantas cosas. Tenía ganas de seguir leyendo mis cuentos. Me pedía que se los mandara a Berlín. Yo intenté explicarle que no era fácil seguir escribiendo. Primero eran las niñas; las niñas siempre encima. Y, mientras tanto, Ismael ocupado, escribiendo.
Luego está Libe, la hermana de Ismael y mejor amiga de Jasone que ahora vive en el extranjero, esa amiga con la que alguna vez antaño compartió el sueño de crear una editorial propia.
Hace un tiempo que Jasone ha vuelto a escribir sin que se entere su marido, a escondidas, porque no sabe cómo se lo va a tomar. Ha vuelto a escribir sobre algo que últimamente le ronda la cabeza (desde que apareció una chica asesinada y violada en un monte cercano) y que le aterra, más que por ella misma, por sus hijas.
Entonces, y ahora de nuevo, con la noticia de esa chica a la que violaron y abandonaron en el monte, como se abandonan los cartuchos, sientes miedo, un miedo espantoso por lo que les pueda pasar a tus hijas.
Escribe sobre su propia violación imaginaria, porque ¿Qué mujer no ha imaginado nunca su cómo sería su propia violación?
Describí mi violación. Con todo detalle. Aunque nunca ha sucedido en realidad. Describí mi violación en un documento Word, con palabras que encajaron a la primera las unas con las otras, como si hubiesen estado organizándose por su cuenta dentro de mi cabeza durante mucho tiempo. Y pensé: todas las mujeres seríamos capaces de hacerlo. Describir nuestra violación, aunque nunca haya ocurrido. Porque todas hemos vivido la angustia de esa pesadilla. Todas hemos imaginado alguna vez la terrible situación. Todas hemos andado por la calle con esa posibilidad rondándonos la cabeza. Y la espalda. Y la nuca.
Mientras Ismael sigue falto por completo de inspiración intentando darle forma a esa historia que no termina de cuajar, descubre por casualidad los textos escondidos de la novela de Jasone y los lee. Son buenos, muy buenos, pero . . . ¿por qué se los está ocultando?
Una llamada del hospital comunicándole que su madre se ha roto la cadera y que deberá estar unos días ingresada, le obliga a cuidar del padre, en “la casa del padre”, e inevitablemente el pasado irrumpe con fuerza en su cabeza, su infancia, su juventud. Porque la casa donde se crió nunca fue su casa, ni la casa de su madre. Era su padre quién con su ego machista lo dominaba todo, le hacía sentir siempre tan pequeño, tan poco hombre porque no le gustaba la caza, porque no le gusta meterse en líos.
No hagáis esto, que aita se enfada; no hagáis lo otro, que a aita no le gusta; no chilléis, que molestáis a aita. Tu madre, siempre pendiente de que su marido no se enfadara, no perdiera la paciencia, no se fumara diez Ducados frente al televisor después de cenar, preocupado por los problemas en la fábrica... Siempre intentando que la fiera no explota.
Y regresa a sus antiguos miedos y secretos, a ese chaval convencido de que es un cobarde, y se sigue juzgando culpable en la presencia del padre, al que ya ni siquiera puede mirar a los ojos, aunque ahora los roles hayan cambiado y no sea más que un anciano débil e indefenso, necesitado de continuos cuidados.
Te conviertes de nuevo en aquel chaval que tenía pesadillas por la noche. Con el monte, con los ladridos de los perros durante la desesperada y angustiosa búsqueda de tu primo Aitor en el bosque, en la que también se entremezcló el miedo con la culpabilidad. Vuelven las obsesiones y la parálisis.
De un tiempo a esta parte parece que vienen a mí constantemente argumentos feministas o con ciertos toques feministas. Es un tema que me gusta, que me atrapa, sobre todo si consigue plasmar sobre el papel lo que pienso, lo que muchos y muchas piensan. Atracción fatal . . .
Karmele Jaio lo ha conseguido, me ha ganado por completo. Ha creado una historia de hombres y de mujeres, pero sobre todo de sentimientos y ha construido dos personajes muy interesantes, potentes, con miedos y limitaciones, Ismael y Jasone. Ambos son escritores, se supone que dominan el vocabulario, el arte de la comunicación, pero no son capaces de encontrar las palabras para poder entenderse.
Jasone da voz a lo que muchas mujeres piensan, sienten. A todas las que han dejado atrás sus ilusiones, sus expectativas de vida, por ser la madre que cuida de sus hijas, la hija que cuida de sus padres, la esposa que cuida a su marido, sin que nadie se haya dado cuenta de que estaba viviendo la vida como anestesiada, aletargada. Pero volver a escribir, la ha despertado de ese letargo.
E Ismael, ese marido que además de padre es escritor, o lo intenta, porque eso es lo normal, que el padre tenga tiempo para sus cosas. Un marido que se resiste a ser cortado por el mismo patrón, que protesta porque él no es como todos los hombres, que alza la voz una y otra vez "yo soy yo, no soy nosotros"
Te habla como si tú fueses todos los hombres, esa masa compacta de hombres que ella ve, como si tú solo buscaras el éxito y el poder a cualquier precio, toda esa mierda que denuncian los libros que lee.
Un hombre que no entiende algunas de las cosas que asevera su mujer, porque él no es un violador, no es un maltratador:
No nos han violado más porque hemos sido unas estrategas. No nos han forzado más porque al cruzarnos por la noche con un grupo de hombres siempre hemos agachado la cabeza, hemos evitado mirarlos a los ojos y hemos pasado a su lado lo más rápido posible o hemos cruzado de acera. No nos han sobado más sin permiso porque hemos evitado entrar en esos bares de última hora, en esas trampas para mujeres, aunque nos apeteciera seguir de marcha. No nos han hecho más cosas porque nos han educado en el miedo y el miedo nos ha protegido. Porque nos hemos defendido con el miedo.
La historia alterna capítulos muy cortos, extracortos algunos, que agilizan bastante la lectura y que nos cuentan tres puntos de vista a través de los ojos de Ismael y Libe en segunda persona y de Jasone en primera.
¿Qué me ha parecido? ¿Me ha gustado?
Me ha gustado mucho “La casa del padre” y la prosa de Jaio, elegante, meticulosa, plagada de profundas reflexiones, que sabe transmitir y desgranar las emociones de los personajes, desenmarañar la madeja de sus miedos, de sus limitaciones y volverla a ovillar como si nada. Me ha gustado sobre todo el punto de vista de Jasone, una escritora postergada o relegada por su condición de esposa, madre e hija y como consigue superar las barreras de género y sus propias barreras limitantes para poder volver a encontrarse consigo misma. El final también me ha gustado, no podía ser de otra manera, bueno sí podía, pero no me hubiera gustado un final de otra manera.
Así, escribiendo, apareció una parte de mi pasado que creía perdida. Así, escribiendo, comencé a entender el porqué de algunas de mis actitudes. Siempre hay un porqué que acaba apareciendo. Quizá por eso es peligroso escribir. Es una peligrosa marea baja que deja a la vista las rocas escondidas bajo el agua. Y lo que aparece no siempre nos gusta.
Resumiendo: “La casa del padre” es una novela muy intensa, que me ha atrapado por completo y me ha hecho vibrar. Una historia interesante para reflexionar sobre los roles de género que aún hoy en día parecen limitar a más de una y a más de uno, pero sobre todo a más una. Y una autora a la que no voy a perder de vista.
Fue mi manera de salir de la anestesia. Volver a escribir. Escribir como un acto de desenterrar cosas, imágenes ocultas por el tiempo y la ciega normalidad.
Os la recomiendo, no os la podéis perder. Mi nota esta vez como no podía ser de otra manera, la máxima: