Revista Cultura y Ocio

La casa del páramo, Elizabeth Gaskell

Publicado el 23 junio 2019 por Ana Bolox @ana_bolox

La casa del páramo, Elizabeth Gaskell Tras la muerte de su padre (el antiguo coadjutor de Combehurst), Maggie Browne, junto a su hermano Edward y su madre, deberá ajustarse a un tipo de vida que, aunque no incómodo, verá mermada su capacidad económica. Cuando el señor Buxton, un hacendado vecino, decida ponerlos bajo la protección de su ala, la vida de los Browne no sólo mejorará, sino que la propia existencia de Maggie se verá volteada por completo cuando su corazón empiece a latir al ritmo que el amor marca tas enamorarse de Frank, el hijo y heredero del hacendado.

Las cosas, sin embargo, laten de forma muy diferente fuera de él. Por una parte, Maggie y Frank habrán de hacer frente a la oposición que el señor Buxton muestra con respecto a su relación. Por otra, Maggie se verá obligada a seguir sufriendo en casa la preferencia que su propia madre siente por el hijo en detrimento de la hija, una esquivez y displicencia que Maggie ha experimentado desde la niñez junto al egoísmo e ingratitud de un hermano narcisista y despreciable.

Una mezcla de acusados contrastes

En La casa del páramo, Elizabeth Gaskell crea un grupo de personajes variopintos, pero que se pueden aglutinar en dos grupos muy bien definidos: los que personifican la dulzura y la generosidad, y los que encarnan el desapego, la voracidad y la ingratitud.

Y es que la novela entremezcla virtudes y defectos de forma maravillosa y se convierte en una oda al amor y la bondad (simbolizados ambos por unos personajes por los que no puede sentirse más que entrañable afecto entreverado con abundantes porciones de amarga aflicción), pero que al mismo tiempo se ve interceptada por el desafinado canto que entonan el egoísmo y la ingratitud (de verdad que creo que estas dos palabras son las que Gaskell buscó que definieran la naturaleza de esa otra parte de personajes que personifican unos defectos que los vuelven detestables).

Mientras resulta imposible no sentir simpatía y aprecio por el primer grupo de personajes, a medida que la novela avanza se vuelve imposible no aborrecer al segundo.

Un retrato de la época que devasta la fuerza del amor

A medida que La casa del páramo va avanzando, la actitud sumisa de Maggie revuelve las entrañas del lector, que sólo cuando se percata de la época en que la novela fue escrita comienza a comprender que Gaskell no hacía sino reproducir en este personaje el ideal femenino del momento. Maggie representa el estereotipo (no utilizo aquí esta palabra de forma peyorativa) de mujer del tiempo en el que vive. Su paciencia, su bondad, su mansedumbre y humildad conforman el modelo femenino que se suponía lógico y natural.

Y cuando todo parece perdido (¡todo!), Gaskell da un giro a la historia que no sólo la encaminará hacia su final (de tintes un tanto melodramáticos) sino que dibujará el nuevo prototipo femenino que, sin duda, representa los verdaderos anhelos de la escritora para con los miembros de su sexo: una mujer que toma sus propias decisiones y es capaz de arrostrar los convencionalismos, las habladurías e incluso la reprobación a cambio de ejercer su libre albedrío y conquistar sus sueños.

El Bien siempre triunfa

Esta es sin duda la conclusión a la novela, una historia en la que, desde el delicioso y encantador ambiente rural en la que Gaskell la sitúa, la generosidad, la resignación y finalmente la valentía se alzan por encima del desdén, las ambiciones personales y los convencionalismos para alcanzar un final feliz, ese que prometía La casa del páramo desde su primera página, pues fue concebida como un cuento de Navidad y en Navidad, como todos sabemos desde que conocimos al señor Scrooge, nada puede acabar mal.

Muy bonita novela (recomendable para corazones tiernos) que he disfrutado mucho en mis lecturas de marzo y con la que he avanzado un pasito más en Mi reto cabalgando entre clásicos 2019.

También te puede interesar


Volver a la Portada de Logo Paperblog