Una película que comienza en el minuto 43 y 29 segundos merece mucho más que la afirmación de que se trata de una de nuestras mejores películas del año y que, casi seguro, acabe en la lista 2013 del Cine Invisible de las 12 mejores de todo el planeta, en la que muchas son llamadas y muy pocas las elegidas. Ahí es nada. La Casa Emak Bakia confirma que el cine de autor puede ser inteligente, sorprendente y, al mismo tiempo, muy pero que muy divertido.(Todo lo que sigue son pistas, en las que las claves se encuentran en La Casa Emak Bakia, el excelente trabajo de Oskar Alegría. Así que lo mejor es que la veas lo más rápidamente posible). Empezamos un alucinante viaje intentando estar a la altura de la imaginación, creatividad y riqueza visual de La Casa de Emak Bakia (los acostumbrados a la teoría del fracaso, con o sin aire de Dylan, no tenemos miedo a nada).En el reino del azar gobierna un oscuro caballero perteneciente a una orden basada en la última frase de un capítulo del Ulises de Joyce, Enrique Vila-Matas (apodo de Jean-Yves Jouannais, impuesto por Edith Hores para el mercado español). La joya arquitectónica del territorio de la imaginación es la casa Emak Bakia, en la que Man Ray (el padre de todo lo posible y el artista que convenció a Luis Buñuel y Marcel Duchamp que si bien la realidad era la misma para todos, cada uno tenía completo derecho a percibirla como se le antojase) rodó en 1926 uno de los cortos imprescindibles de la historia del cine independiente y de vanguardia.Esta casa del (traducción del euskera) “déjame tranquilo” cayó, para algunos, en el olvido y en 2012 todavía se daba por desaparecida. El intrépido cronista visual del reino, Oskar Alegría, decidió rescatarla de la cueva del olvido y como no disponía, ni de coletas para escalar el balcón en que las cosas importantes dejan de existir, ni varitas mágicas de princesas rumanas que juegan al pimpón con su faldas a lo Marilyn Monroe, decidió robarle a Bernardo Atxaga la linterna que utiliza para ver exposiciones (Brad Pitt ya usaba gafas de sol en sus visitas a museos, como el Guggenheim de Bilbao) y con ayuda de un guante de plástico y sus piernas decidió encontrar la dichosa casa desaparecida, para que a él también le dejasen en paz. Por suerte para el servicio de limpieza de Biarritz (lugar donde supuestamente debía situarse la casa Emak Bakia) el guante de plástico se enamoró de una servilleta y decidieron instalarse en un chiringuito de playa, enfrente del casino, porque bien se sabe que los animales gregarios buscan comida en línea recta, y nada da más hambre que perder una fortuna en la ruleta rusa de un salón de juegos de azar francés.Todo lo anterior y mucho más puede inspirar la película de Oskar Alegría. Esta búsqueda de la casa donde se rodó el cortometraje de Man Ray desborda de sorpresas, personajes insólitos, poesía del azar, que no del surrealismo, y del humor, como por ejemplo, descubrir la técnica infalible de los cerdos para adelgazar (con permiso de María Cañas y su sublime cine porcino) o realizar un casting de 17 bellas durmientes para acabar rodándoles los pies, como le hubiese gustado a Buñuel.La película que hay que ver para darse cuenta de la originalidad, creatividad e inteligencia del cine de autor de hoy. Oskar lleva bien su apellido porque, en realidad, es la alegría de este tipo de cine. Por suerte, Cinemateca, refugio de lo más interesante del cine actual, todavía programa La Casa Emak Bakia.