La casa en el mar más azulT. J. Klune (trad. de Carlos Abreu Fetter)CrossbooksTapa dura / digital | 491 páginas | 18,95€ / 8,99€
Hay lugares donde uno desearía quedarse para siempre. Una casa en lo alto de acantilado, rodeada por un precioso jardín y el sonido del mar constante, suena bastante bien para ello. Una ventana al océano, a la vida misma y la pura naturaleza, que te abraza y huele como un rollito de canela caliente. La casa en el mar más azul es uno de esos lugares, como lo fue La Peregrina de Becky Chambers en su momento, donde te gustaría aislarte y no tener que salir nunca más. No es solo por la idealización del lugar en si mismo donde sucede toda la historia, si no por que cada uno de los personajes que aparecen en la novela se convierten, con el paso de las páginas, en (casi) familia.
¿Pero como llegamos a este punto? Linus Barker, un trabajador del Departamento de Jóvenes Mágicos que lleva 17 años ejerciendo, acude enviado por Altísima Dirección para supervisar un orfanato en la isla de Marsyas. Un lugar del que apenas existen registros, y en el que Linus, no tiene ni idea de que se va a encontrar. Su vida gris de oficinista, monótona y repleta de rutinas, dará un vuelco total cuando descubra a los seis huérfanos catalogados como peligrosos de la isla y a su enigmático cuidador. La casa en el mar más azul es el puro poder sanador de encontrarse a uno mismo hecho historia, destilado en base a un éxtasis de dulzura en la casa de los inadaptados mágicos más adorables de la historia.
Fan-art de Alessia Trunfio
Como si la extraña ternura de Neil Gaiman en Coraline traspasará la página y se juntará con los personajes más caricaturescos y adorables creados por Tim Burton, nos dieran una especie de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares que funciona a golpes cómicos al puro estilo de Terry Gillian. T. J. Klune encierra una clara y cristalina historia de descubrimiento personal en La casa en el mar más azul, a la vez que ensalza cierta fe en la humanidad y el poder de cambiar las tornas, a pesar de toda la crueldad y maldad que nos rodea. Ante todo, la historia de Linus y estos niños especiales, es la de superar cada prejuicio que nos ensartan en la mente con calzador en nuestra sociedad para buscar, de la manera posible, convertirse en la mejor versión posible de uno mismo.
La maravilla reside en la forma en que T. J. Klune consigue dejarte citas para reflexionar y, a la vez, hace replantearte muchas situaciones personales. Aunque no sea nada sutil al respecto y a veces pueda parecer un poco Paulo Coelho, uno se encuentra de pronto pensando en si mismo, buscando esos momentos de aceptación propia, respeto mutuo y amor familiar que tanto ansia cada uno de nosotros como humanos que somos. ¿Podemos superar nuestras creencias limitantes? ¿Podemos escoger nuestra familia? Las respuestas de La casa en el mar más azul llegan como un abrazo sanador al corazón, con la lagrima asomando por el parpado y queriendo (y pidiendo a gritos) ser uno más en el hogar de Marsyas.
Concept art de Sameeksha Haste
La clave está, sin ninguna duda, en que los seis niños y su cuidador no se convierten en meras herramientas transformadoras para el camino de Linus y su estancia en Marsyas. Si, nadie duda que esta es una de sus funciones en la historia, pero cada uno de ellos se convierten en personajes de pleno derecho en La casa en el mar más azul, que luchan también contra sus los prejuicios de origen en sus especies, y a los que vamos descubriendo gradualmente con el paso de las páginas. Lucy, Theodore, Sal, Phee, Talia y Chauncy, se convierten en familia para el lector. Una familia a la que solo dices hasta luego, por que deseas volver a verla más pronto que tarde. Quiero volver a Marsyas, por favor. T. J. Klune, te lo imploro.
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