Revista Creaciones

La casa grande

Por Dfnaranjo
La casa grande Si de algo estaba cansado era del tamaño de su casa. Escaso espacio para uno mismo, y menos aún para tener alguna compañía. A veces debía pensar en voz alta, pues no había espacio para cuerpo y pensamiento en el mismo caparazón. Así que decidió cambiar de casa, y buscar una más grande. "De una o dos alcobas, si se pudiera con jardín sería mejor aún."
Se fue de viaje mar adentro. Pero cuando se es un pobre cangrejo, o más bien un cangrejo pobre, ni nadar se puede. Así que comenzó su viaje paso a paso, caminando por el fondo del mar. El camino se recorría bastante lento. Andar con la casa a cuestas suele ser un asunto que requiere estado físico, y a aquel cangrejo últimamente le faltaba. A pocos metros de la playa vio que si quería la casa de sus sueños, debía caminar más rápido. La oferta de propiedades submarinas no es tan amplia como podría pensarse, y a ese ritmo nunca encontraría algo medianamente decente. Así que se quitó el caparazón y comenzó a caminar desnudo. 
A su paso algunos animales se burlaban mientras otros se escandalizaban y decían que se les subían los colores a las aletas. Pero aquel cangrejo tenía claro su camino. Y, allí, a medio océano, descubrió que sus patas en el lecho marino alguna ventaja tenían. Su caminar firme y decido, resultó que al mar causaba risa. Patas a un lado, patas al otro, el mar se llenaba de carcajadas con su paso. Y cada carcajada era una ola, y cada ola era un paso mas. A su marcha, la risa marina iba tomando ritmo de canción, y era un ritmo contagioso, que hacía mover tentáculos y aletas.
A pocas semanas el mar entero era algo distinto. Los peces sonreían más, cantaban más. A pocos metros de un coral descubrió una casa nueva, con un aviso de "se renta" en plena entrada. La arrendataria, una cangreja grande y sexi, de patas bien torneadas, ojos oscuros y un poco loca de carácter le dijo que aquella casa era demasiado grande para ella. Que era una herencia, pero que nunca se había sentido del todo a gusto. Que, "o le sobraba espacio o le faltaba tamaño." Con los años se había cansado de tanta soledad pero sólo ahora, que en cada gota del mar se sentía una canción se había decidido: que se iba de baile aunque bailar no supiera.
Así fue como el pobre cangrejo consiguió una casa nueva.
Pero al cabo de unos días descubrió que la cangreja tenía razón. La casa era demasiado grande, tanto como para que a él o le sobrara espacio o le faltara tal vez tamaño. Descubrió que en su primera casa, la falta de habitaciones la hubiera aguantado. Lo que no soportaba era la falta de contacto. La piel se le secaba por dentro. No importa que viviera a orillas del mar, o que incluso en él se sumergiera. Poco a poco descubrió que necesitaba beber otra piel para refrescar el alma.
Entonces juntó sus patas de cangrejo y por vez primera rezó. Seguramente el dios de los cangrejos andaba por ahí cerca porque entonces sonó la puerta de su caparazón. Y allí estaba aquella cangreja. Decía que lo de bailar no había resultado una buena idea. Que a las pocas horas de haberse ido el mar dejó de sonar, como si no hubiese ya motivos para seguir riendo. Que ahora se encontraba sola y sin casa, y que si acaso alguna bondad tendría el de recibirla. El cangrejo se sonrió.
Para dos aquel caparazón no resultó tan grande, había espacio para que bailaran allí adentro. Ella se acomodaba abajo y el sobre ella sonreía. A veces sacaban las patas, el de un lado y ella de otro, primero caminaban a la izquierda, y luego a la derecha. Allí era cuando de nuevo el mar rompía en carcajadas.
Desde entonces aquel cangrejo vive feliz, adentro de aquella casa grande en la que bebe de la piel de una cangreja dulce que con su baile hace reír al mar.

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