La vuelta a los origenes
Decía Jorge Manrique en Coplas a la muerte de su padre, aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor” y ese verso me vino a la cabeza cuando estaba viendo el último largometraje de Robert Guédiguian: La casa junto al mar.
El último filme del director marsellés arranca cuando tres hermanos: Angéle, Joseph y Armand se reúnen después de varios años en la vieja casa que construyó su padre que ahora se encuentra gravemente enfermo. Todo ello ubicado en un pequeño pueblo de la costa de Marsella como telón de fondo.
Pese a que los hermanos son protagonistas, la historia se centra más en la menor, Angéle, que tras huir de su casa veinte años atrás por una tragedia familiar ahora se ha convertido en una afamada actriz. Joseph está pasando por una crisis de identidad y vive enamorado de una chica mucho más joven que él. Mientras, Armand, el único que se quedó en el pueblo, está más concienciado en cuidar de su padre y ha estado luchando todos estos años por sacar adelante el restaurante familiar, pese a que apenas de beneficios. Tras un largo distanciamiento los tres hermanos tienen ahora que enfrentarse con su pasado y luchar por el presente. Tarea nada fácil.
Guédiguian retoma la historia y vuelve a los escenarios de Ki lo sa, rodada en 1986 con los mismos actores; el director nos muestra como continuaría esa historia treinta años después. Ahora todo ha cambiado, el pueblo está casi vacío, ya no se oyen risas de niños y la sensación de un tiempo que ya no volverá flota en el ambiente. La película de Guédiguian se basa en el talento de sus tres protagonistas para levantar un drama que nos muestra la historia de esta familia, que parece vivir soñando en el pasado.
La casa junto al mar rezuma nostalgia y verdad por los cuatro costados, nos habla de temas tristes como el paso del tiempo, la pérdida o la enfermedad. Y nos pone en un sitio en el que no quieres estar, pero al que sabes que un día llegarás. Da la impresión que Guédiguian conoce bien todos estos conceptos y nos los muestra con sutileza y sin ningún tipo de estridencia o artificiosidad, tan solo deja que la historia avance al igual que lo haría la en vida real. Esto hace que a ratos la historia se nos antoje lenta y un poco monótona, pero esto lo suple con las actuaciones de sus protagonistas entre las que destaca la siempre fantástica Ariane Ascáride.
Pero al igual que habla de esta nostalgia y este paso del tiempo, La casa junto al mar también nos da un respiro y nos habla de temas más esperanzadores como las segundas oportunidades o vivir el presente.
Se puede decir que en este último largometraje, Guédiguian vuelve a nuestros orígenes y apela a las raíces, unas raíces que no deberíamos olvidar. Dirige con el buen pulso y la tranquilidad que esta historia se merece, y nos deja con un sabor agridulce en el alma. Así, Una casa junto al mar, es una película recomendable pero no apta para todos los estados de ánimo.