La estrella de la película
La opera prima de Gustavo Hernández, La Casa Muda (Uruguay, 2010) -ya convertida en remake hollywoodense a estrenarse este año con el nombre de Silent House (Kentis y Lau, 2011)- es notable tanto por su impecable ejecución técnica como por la trampa narrativa que casi derrumba el filme entero hacia su desenlace. Filmada -pero con una cámara fotográfica- en una sola toma de 74 minutos de duración -más un epílogo de otra sola toma de 5 minutos, después de la secuencia de créditos finales-, La Casa Muda es un alarde técnico admirable que habría hecho ronronear de placer a Alfred Hitchcock.Laura (Florencia Colucci) llega con su padre (Gustavo Alonso) a una casa de campo abandonada en el interior del Uruguay. Aparentemente, van a pasar la noche ahí pues, a partir del día siguiente, dirigirán la remodelación de la susodicha cabaña. Están a punto de irse a dormir cuando Laura escucha unos ruidos en el piso de arriba: su papá sube a averiguar qué está pasando y el horror inicia. Laura encuentra al su padre, acaso muerto. Hay alguien más en la casa.Realizada en una sola toma 14 veces a lo largo de 4 días con un presupuesto mínimo de 3,400 euros y fotografiada/filmada con una pequeña cámara fotográfica -la Cannon Mark II 5 D-, La Casa Muda entusiasma por la ejecución experta de Hernández y su fotógrafo Pedro Luque. La única toma -de 74 minutos de duración- presume no sólo una extraordinaria fluidez sino destellos de una elegancia digna de los maestros del encuadre, como los trabajos de Michael Ballhaus para Fassbinder. Y si usted cree que exagero, vea usted algunos momentos del filme, en los que el encuadre se enriquece cuando aparece en el centro el espejo retrovisor de un auto o un viejo espejo polvoriento, arrumbado en el piso.El problema de la cinta está en su planteamiento visual/narrativo, no en el técnico. Como lo comenté antes en twitter, Hernández y su equipo cometen una trampa por engolosinarse en la toma única y no hacen el corte obligado cuando, en un momento clave del filme, se pasa de manera gratuita de la cámara (tramposamente) objetiva a la cámara (efectistamente) subjetiva. Me explico, con el peligro de que Alonso Ruvalcaba me comente, amigablemente, que todo el asunto es remamón.Cuando hablamos de cámara objetiva, nos referimos al encuadre que toma la cámara desde el punto de vista del "narrador" fílmico -podríamos decir que del director. La cámara objetiva, pues, transmite la visión de alguien cercano a la acción cinematográfica, pero ajeno a ella. La toma subjetiva, en contraste, es la que reproduce la mirada de algún personaje inserto en la acción. Mientras hay grandes maestros que (casi) nunca usaron la cámara subjetiva -Mizoguchi, Tati, Hawks-, hay otros -el más importante Hitchcock- que la usaban continuamente, a tal grado que podemos afirmar que buena parte del impacto dramático del cine de Hitchcock descansa en la sagaz combinación/alternancia de las miradas objetiva y subjetiva. El tema es, por supuesto, mucho más complejo y tiene gran cantidad de variantes -por ejemplo, las tomas objetivas/subjetivas iniciales de Cantando bajo la Lluvia (Donen y Kelly, 1952) con una narración en off tan regocijante como mentirosa; la objetividad distorsionada por una psique enferma, como en la muy reciente El Cisne Negro (Aronofsky, 2010)-, pero podríamos afirmar que es una convención aceptada la delimitación más o menos clara de las tomas subjetivas y objetivas.En La Casa Muda no sucede esto: de repente, la toma única tramposamente objetiva -porque luego sabremos que se trata de la visión nada confiable de un personaje- se convierte, sin justificación de ninguna especie, en la toma subjetiva de una de las víctimas. Así, como en cualquier gran slasher movie -desde Psicosis (Hitchcock, 1960) hasta la saga Scream (Craven, 1996/1997/2000) pasando por Halloween (Carpenter, 1978)- pasamos a convertirnos, como espectadores, en los sacrificados. Sin embargo, a diferencia de todas estas cintas, en las que el cambio entre la mirada subjetiva/objetiva es constante y además justificada, en La Casa Muda el cambio es gratuito, dramáticamente hablando, aunque técnicamente, sigue siendo -como el resto del filme- impecable.Ok, ok... A lo mejor sigue sonando todo esto mamonsísimo. Termino subrayando que, más allá de esta chocante -para mí- falta de consistencia, La Casa Muda sigue siendo un notable debut de Gustavo Hernández y su equipo y que, en todo caso, ya estoy esperando su segundo largometraje.