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La casa oscura

Publicado el 21 diciembre 2011 por Angeles
Cuento misterioso a la manera decimonónica (1ª parte)Marcela y yo llegamos a la casa cuando empezaba la tormenta. El viaje había sido largo pero tranquilo, y el monótono golpeteo de los cascos de los caballos, casi adormecedor.El dueño del lugar era un viejo amigo mío, que nos había ofrecido la casa, desocupada durante el invierno, para que pasásemos en ella unos días de descanso, antes de partir de luna de miel.
En la entrada, al final de un sendero bordeado de flores, nos esperaban Irene y Daniel, el matrimonio que se encargaba del mantenimiento del edificio y el jardín.Nos recibieron con un ramo de prímulas, dándonos la enhorabuena por nuestra boda.- Sólo notarán que estamos aquí cuando podamos serles útiles en algo –dijo Daniel.
Agradecí sinceramente sus palabras, pues tanto Marcela como yo deseábamos disfrutar de nuestro recién adquirido derecho a la intimidad.Mientras nos dirigíamos a las habitaciones que nos habían preparado, observamos que la casa estaba decorada con un gusto por lo clásico y lo sobrio. Era elegante, pero, a juicio de Marcela, demasiado oscura y un poco triste. La tormenta que tronaba fuera no hacía más que subrayar la atmósfera sombría de la casa.
Una vez llegados a nuestro dormitorio nos llamó la atención un cuadro que había sobre la chimenea. Representaba a un monje, visto de medio cuerpo, que sostenía en una mano una palmatoria con una vela encendida. Con la otra mano protegía la llama, como si una corriente de aire amenazara con apagarla.El fondo del cuadro era prácticamente negro, y la cara del monje, iluminada por el amarillento resplandor de la vela, destacaba en esa negrura.
Marcela dijo que el cuadro le daba escalofríos, y yo he de reconocer que a mí también me causaba cierta incomodidad su extraordinario realismo: el efecto de la luz sobre el rostro del monje estaba magníficamente conseguido.
Irene nos sirvió una cena magnífica, y después, al calor de la chimenea del salón, Marcela y yo estuvimos haciendo planes para el viaje que emprenderíamos a la semana siguiente.
Al volver al dormitorio, Marcela me pidió que dejase las cortinas entreabiertas.- No me gusta dormir en total oscuridad -dijo-. Me agrada el resplandor de la luna en la ventana.
Por la mañana nos despertamos temprano. Seguía nublado y hacía frío, pero no llovía, así que después del desayuno fuimos a dar un paseo por los alrededores, y después pasamos la tarde charlando, leyendo y escribiendo cartas. (Continuará)

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