Parece una simple cena que se celebra en una lujosa mansión de Londres, pero hay algo más latiendo al fondo. El anfitrión, Mike Schofield, se ha propuesto retar a uno de sus invitados (Richard Pratt) con una apuesta para ver si logra identificar un vino exclusivo y minoritario que guarda en su casa. Son ya varias las ocasiones en las que ha intentado vencerle, poniendo en su copa un caldo rarísimo, mas nunca lo ha logrado: Pratt siempre acierta con la procedencia y con la añada. Esta noche, con la presencia del narrador y su esposa, que actúan como testigos de la insólita apuesta, Mike Schofield se siente tan seguro de vencer que acepta las condiciones surrealistas y draconianas que Pratt estipula: si pierde, cederá al dueño del vino la propiedad de sus dos casas; si gana, el otro le concederá la mano de su hermosa hija Louise. Al principio, todos vacilan, entre la sonrisa nerviosa y la indignación, porque consideran que se trata de algún tipo de broma absurda y machista… hasta que queda claro que la apuesta es firme. Schofield, consciente de la rareza de su vino y completamente seguro de salir victorioso, presiona a su mujer y su hija para que acepten. Y lo hacen.
En esta narración, que Roald Dahl construye con los ladrillos de la perplejidad y con el cemento del humor, asistimos a un crescendo tan sutil como imparable: ¿cuál de los dos contendientes se alzará con el triunfo en este combate de gallos engreídos? ¿El anfitrión, que se jacta de su condición de nuevo rico y que pretende epatar a su invitado? ¿O tal vez lo haga este último, cuyo paladar es tan afilado como su arrogancia? Descúbranlo ustedes leyendo la obra.