Revista Cultura y Ocio
"-¡Ah, la literatura!..¡Leer no es pensar a solas, amigo mío; leer es dialogar!. Pero el diálogo de la lectura es un diálogo platónico: tu interlocutor es una idea. Sin embargo, no es una idea inmutable: al dialogar con ella, la modificas, la haces tuya y llegas a creer en su existencia independiente."
Tiene este autor un estilo peculiar que consigue atrapar al lector, te hace pensar sobre lo que lees, sus significados e intenciones, buscar simbolismos, temerlos... Así que es imposible resistirse a sus títulos. Para muestra uno de sus más conocidos que hoy acerco a mi estantería virtual, hoy traigo La caverna de las ideas.
En este libro el protagonista es el traductor, nos habla de un manuscrito griego que cuenta como unos jóvenes van apareciendo muertos y mutilados en Atenas y nos presenta a un investigador de sonoro nombre, Heracles Póntor. La historia de la traducción la vamos conociendo a través de las notas a pie de página.
Lo primero a destacar de este libro es el original juego al que somete al lector. Transcurren dos historias de forma paralela y una de ellas lo hace en las notas a pie de página, lo cual resulta sorprendente desde las primeras páginas. Lo segundo a destacar es el nombre del investigador, reconozco que me pasé una buena parte de la historia llamándolo Hércules... por Poirot evidentemente. Otra muestra del juego al que somos sometidos y al que nos prestamos con entusiasmo desde sus primeras páginas; ya nos avisa el autor en fragmentos como el que abre este post, y nos lo avisa en más de una ocasión.
Volvemos a la metaliteratura, donde nada es lo que parece o tal vez sí porque nosotros seamos el lector avezado para el que escribe Somoza. Pero sólo tal vez. Es una novela de asesinatos e intrigas, los traductores desaparecen mientras en el texto original hay asesinatos, las historias se despliegan y se repliegan dejando pistas. Dando a conocer la fantástica inventiva del autor para tejer sin que sobre un hilo, el traductor se obsesiona y nosotros también en descubrir la trama, imaginando posibilidades y variables. La ambientación en Grecia es justa para que podamos recrearnos en las escenas que imaginamos, nos lo advierte el autor también; corremos el riesgo de hacer la historia nuestra e imaginar los detalles a nuestra conveniencia, hacer nuestra La caverna de las ideas que se traduce.
Seguir avanzando en la trama sería un descuido imperdonable por mi parte, casi como robar el número final a un gran espectáculo circense, como quitar la traca de una noche de pirotecnia. Porque así nos sentimos al cerrarlo, boquiabiertos ante la cantidad de cosas que nos encajan a la perfección y, en mi caso, de lo sorprendidos que nos deja. Tal vez esa sea la única pega de esta obra, una segunda lectura no sabe a lo mismo, ya conocemos el final.... y esta es una de esas historias que no podemos posar hasta conocerlo. Un ejercicio creativo digno de descubrir siguiendo la batuta de Somoza, él nos irá mostrando el punto exacto en el que las historias.... bueno, mejor lo descubrís vosotros mismos.
De algún modo y sin venir a cuento, me recordó a esos libros infantiles en los que éramos partícipes de las historias que sucedían, en algunos incluso las podíamos elegir e ir a las páginas que nos decían dependiendo de nuestras sesudas decisiones. Y vosotros, ¿sabéis a qué libros me refiero?
Gracias
PD. Y mañana... el autor.