Revista Opinión

La caverna tecnológica

Publicado el 14 enero 2011 por Rbesonias
La caverna tecnológica
Publicado en el diario Hoy, 14 de enero de 2011
Piénsalo bien. Navegas, emocionado, a lo largo y ancho de la pantalla táctil de tu IPad porque un puñado de operarios de una fábrica china, probablemente la que posee Foxconn (subcontrata de Apple) en la ciudad de Hon Hai, se dejaron las horas y la salud a precio de saldo, hilvanando tu gadget para que tú lo tuvieras a punto estas Navidades al módico precio de 488 euritos de nada (el más modesto, eso sí). A Apple, por supuesto, los materiales le salen tirados. El monitor táctil lo fabrica a menos de 60 euros y Samsung le ofrece el procesador a unos 12 eurillos la unidad. El negocio no puede ser más redondo. Las ganancias en el modelo básico superan el 100%. Pero la cosa no se queda ahí. Una vez que te lo has comprado, Apple no se conforma con que cacharrees con tu tableta y listo. Te anima a que entres a formar parte de una divertida comunidad de usuarios de aplicaciones (apps) con las que podrás hacer tu vida más cómoda y divertida y socializarte, mostrando a tus amigotes las virtudes de tu nueva adquisición. Todo ello, cómo no, pasando por la vicaría de tu tarjeta bancaria.

En el caso del IPhone 4 la clavada es aún más insidiosa. El móvil te costará más o menos en función de la cantidad de euros que estés dispuesto a consumir cada mes. Si consumes 20 euros, pues tu IPhone te saldrá por 250 euros. A esto le debes sumar los 15 euritos de tarifa plana de datos. En fin, el primer mes debes apoquinar
285 euros y los siguientes 35 euros. Esto tirando por lo bajini. A cambio podrás llamar y navegar por la red de manera limitada y tu compañía telefónica te exigirá un matrimonio comercial de 18 meses como mínimo. Eso sí, a cambio de estas contingencias serás el rey mago en las reuniones familiares. Todos envidiarán tu sacrificio en pro de la fastuosidad tecnológica y tu modernidad.
El IPad y el IPhone 4 se han convertido durante estas Navidades en las estrellas del comercio. En unas semanas el almacén estaba agotado; las tiendas despedían a los ciudadanos sin su preciado gadget. A pesar de los altos precios de estos aparatos, la ciudadanía no se ha amilanado y ha decidido tirar la casa por la ventana, desdiciendo los augurios de crisis. La lectura no puede ser más meridiana: o hay personas que viven por encima de sus posibilidades económicas o realmente existen más ciudadanos de economía holgada de los que creíamos. Mucho me temo que se dan más casos que encajan mejor con el primer grupo. Estamos en crisis, pero una buena parte de la clase media ha decidido aparentar no haber sido afectada por sus aciagos efectos. La pertenencia a una clase social exige privaciones. A cambio seremos aceptados y valorados. El acceso a determinados artefactos tecnológicos se ha convertido en un ítem que mide de manera plástica nuestro grado de inclusión social, nuestra necesidad de pertenencia.
El mismo concepto de alfabetización digital lleva implícito, querámoslo o no, un aspecto claramente segregador y discriminatorio. Saber utilizar un conjunto de artilugios tecnológicos te permitirá acceder al mundo laboral e integrarte en temas y discusiones propios de tu grupo sociocultural. La frontera entre ciudadanos analógicos y digitales determinará en unas décacas la estructura sociolaboral en los países desarrollados. Hoy por hoy muchos ciudadanos viven felices y ajenos a esta tendencia, sin sentirse afectados por su determinismo. Sin embargo, los crecientes cambios en los modelos de negocio y la transformación de las formas de ocio y consumo -especialmente en los tramos de edad más jóvenes- indican que esta mutación tecnológica será reciente e imparable, obligando a la ciudadanía a adaptarse a ella, plegándose a sus exigencias.
La pregunta que siempre bascula cuando uno percibe en qué se está convirtiendo el mundo que le rodea es cuál es el coste moral que pagamos, adaptándonos a las exigencias del mercado, y si existe la posibilidad de vivir, aunque solo sea en parte, ajeno a sus demandas. Los homo sapiens contemporáneos obtenemos felicidad -entendida ésta como estabilidad económica y social- a cambio de una dócil esclavitud y el adormecimiento de nuestro juicio crítico. Este es un coste alto, pese a que en principio la apuesta resulte atractiva.
Platón, en su célebre mito de la caverna, relata una alegoría de la ignorancia que bien puede servir para nuestro devenir actual. Un grupo de seres humanos viven en una cueva profunda desde su nacimiento, atados de pies y manos a una pared, sin posibilidad de mirar ni a su derecha ni a su izquierda. Frente a ellos, una serie de objetos pasan de un lado a otro, como unos títeres de feria. Los encadenados no pueden ver otra cosa sino aquello que aparece frente a ellos. Por casualidades de la vida, uno de ellos se libera de sus cadenas, descubriendo detrás de la pared que aquellos objetos que habían visto desde niños no eran sino sombras
de objetos físicos que vete tú a saber quién había colocado allí y los proyectaba a través de la luz de un fuego. El liberado se dio cuenta que la cueva tenía una salida y escaló hasta alcanzar la boca de la caverna, descubriendo la vida del exterior. Al principio le costó acostumbrarse a la luz del sol, pero en poco tiempo cayó en la cuenta de la belleza de la vida fuera de la cueva y lo absurdo que había resultado vivir casi toda su vida encerrado, mirando sombras proyectadas y no cosas reales. Entonces se acordó de sus compañeros de cautiverio y decidió bajar para avisarles de lo que se estaban perdiendo quedándose allí sentados. Pero ellos no le hicieron caso. La costumbre de creer que lo único verdadero era la vida que tenían en la caverna les hizo percibir la invitación del liberado como si fueran las palabras de un loco.
Los seres humanos contemporáneos somos muy parecidos a esos esclavos, encadenados en una cueva prefabricada de la que creemos no poder salir porque en principio no conocemos otra cosa y porque vivimos felices al abrigo del calor que nos proporciona. Nos resulta impensable una vida ajena a las demandas de un mercado omnipresente que nos promete felicidad y bienestar a cambio de crédito y complacencia. Para Platón, el cavernícola liberado era un auténtico sabio, lo que viene a ser en nuestra jerga un individuo libre, consciente, crítico. Sin embargo, su sabiduría no la adquirió dentro de la caverna. Fue necesario salir, mirarla desde fuera, para juzgarla en su justa medida. Quienes vivimos inmersos en la vorágine de la vida moderna no podemos en ningún caso apreciar los efectos perversos que provoca en nosotros. Para hacerlo debemos realizar el valiente acto de reflexionar, de mirarnos desde fuera. Quizá entonces nos descubramos como uno más entre tantos esclavos de esa multipantalla desde la que miramos anestesiados nuestra propia existencia y la de nuestros congéneres.

Ramón Besonías Román



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