La caza es una de esas películas redondas que deberían proyectarse en las escuelas de cine como ejemplo de equilibrio entre fondo y forma. El fondo de la película aborda el tema de la injusticia social; la facilidad de juzgar a un miembro de una comunidad, de acusarlo sin pruebas por un terrible delito. Para mostrar este proceso, el director, Thomas Vinterberg, nos cuenta la historia de Lucas, un hombre divorciado que está reconstruyendo su vida con una nueva pareja y que se siente feliz trabajando en una escuela infantil. Pero una mentira ingenua, una bobada, un juego naïf mezclado con la mala praxis de la directora del colegio, conducirán al conflicto; una acusación sin fundamento que arruinará la vida de Lucas. Esta historia, que parece sencilla, está tan bien contada que no he sido capaz de encontrar una sola veta en el guion, aunque hay una escena que me resulta enigmática (¡atención spoiler!): el plano del hermano de Klara mirándola con deseo mientras la niña come, algo que parece tener por misión iniciar una subtrama pero que sin embargo queda finalmente abierto. Por otro lado, tanto la historia como los personajes poseen equilibrio y mesura en su construcción. Por si esto fuera poco, la película está cargada de simbolismo. Uno de esos símbolos resulta de importancia capital, pues aparece en el título y de forma recurrente a lo largo del filme; me refiero a la caza. Y es que los personajes viven en una zona de caza y son cazadores,lo cual aporta además elementos potenciales a la trama como el hecho de que tengan armas en casa. Elementos que, sin embargo, el director apenas usa.
Pasemos pues a la forma:
Thomas Vinterberg fue uno de los fundadores de Dogma 95 y aún permanece en su estilo algún ramalazo de aquella tendencia, como por ejemplo los movimientos de cámara al hombro que evitan el montaje en plano-contraplano en las primeras secuencias o la carencia de iluminación artificial. Sin embargo hay un punto en la película, tras el comienzo del segundo acto, momento en que comienza la destrucción del protagonista, en que el director decide alterar estos principios del Dogma para conseguir un efectismo que influya en el estado de ánimo del espectador. Es decir, cuando el director procede a narrar la lucha interior del protagonista, Lucas, en su viaje hacia el infierno del aislamiento de su pequeña comunidad, muy cristiana, por cierto, de pueblo, abandona el corsé del Dogma y comienza a manipular la visión del espectador:-La lente gran angular es usada repetidas veces para enfatizar los planos cerrados. Uno de los más llamativos es uno de los primeros encuentros entre Lucas y la niña (ese pedazo de personaje interpretado por ese pedazo de actriz infantil); la cámara, situada casi en el suelo nos muestra, en ligero contrapicado, la espera de Klara, estática,en primer plano y la entrada de Lucas en cuadro directo al segundo plano, pero magnificado respecto a la pequeña figura de la niña; engrandecido, deformado. Se trata de una primera pista, una figura, un símbolo. El gran angular nos mostrará también el tormento interior de Lucas, deformando su rostro, en la escena final de la iglesia.-La iluminación artificial, usada solamente en algunas escenas, provoca una visión artificial, menos objetiva, más manipulada, de los personajes. Así, cuando Lucas comienza su ocaso, Vinterberg busca sombras que alteren los volúmenes de sus facciones, remarquen rasgos, etc. Las sombras aparecen por lo tanto como un elemento más, como un ornamento, un adorno que sazone los planos vírgenes del fundador del Dogma. Las sombras, por lo tanto, como figura necesaria en una película introspectiva. -La alternancia de lentes para mostrar el nivel de empatía del personaje con su entorno. Las lentes cortas desenfocan por completo el fondo sumiendo a Lucas en un mundo propio e interior. El trabajo del actor principal, Mads Mikkelsen, que interpreta a Lucas es colosal. Enorme. Tanto que no soy capaz de expresarla con palabras. Por lo tanto, llegados a este punto, lo mejor que puedes hacer, lector, es ver la película.