Revista Cultura y Ocio
Cazar un cometa salvaje, prenderlo con el lazo de la técnica y recorrer juntos su elíptica aventura por el espacio, eso es lo que ha conseguido la ESA mediante su misión espacial con la sonda Rosetta y su pequeño módulo Philae.
A pesar de la pavorosa distancia, del camino sinuoso, del largo viaje dormido a través de la helada oscuridad donde habita la nada... el pequeño Philae ha logrado montar el gigantesco corcel Patito de Goma. Frágil en su suelo, sin crines a las que sujetarse, grita con alegría a su madre, la nave nodriza Rossetta: "He llegado. Estoy vivo, pero un poco magullado". Más adelante, cuando recupera el aliento le informa: "Tengo mucho frío, apenas me llega el sol" y, después de examinarse las heridas concluye: "Choqué con el cometa y salté por los aires... reboté varias veces... ahora estoy reposando, tendido junto a un terraplén".
A través del lento telégrafo de las praderas espaciales, la madre informa de los avatares de su pupilo. Desde su mundo lejano, los médicos le aconsejarán las medidas más apropiadas para su salud. Pero también respirarán aliviados: el pequeño explorador ha logrado llegar vivo a su destino. Ahora explorará con sus pequeñas manitas la materia primigenia del suelo de alrededor. Sus límpidos ojos infantiles registrarán la abrupta imagen del caos y la desolación. Sus oídos escucharán el canto del cometa, la extraña canción del viento gélido que le acompaña. Con sus diminutos sentidos conocerá las propiedades del veloz corcel sideral.
- ¡Peso menos que un globo, mamá!, - exclama el insignificante Phileas, advirtiendo preocupado que cualquier ráfaga de viento le arrancará de la superficie. Quizás el cometa se encabrite cegado por el sol y sacuda su piel expulsándole de su lomo. Pero su madre le tranquiliza: - ¡No te preocupes, hijo, tú cumple tu misión lo mejor posible!
Antes de dormirse sobre su helada superficie tres días después, el pequeño Phileas, casi a la pata coja, hará sus deberes: leerá la estructura de las rocas, percibirá la fluctuación de los campos magnéticos a su alrededor, iluminará con su pequeña linterna las rocas y las dibujará realizando una preciosa postal espectométrica, escuchará la emisión radiofónica de las ondas del interior del planeta... y se esforzará por presentar sus deberes puntualmente a su madre, mientras le queden fuerzas, antes de quedar profundamente dormido en su cuna de hielo...
Su mamá Rosetta velará su sueño durante meses, vigilará desde lo alto la cuna de su pequeño de diez años que duerme largamente intentando reponer su fuerzas. Algún día un rayo de sol besará su frente. Entonces despertará. Recibirá el saludo cariñoso de su madre desde lo alto y se preparará para cabalgar entre las crines desplegadas del agitado corcel. Un fuego abrasador sublimará el hielo bajo sus pies. Quizás consiga sujetarse y contemplar maravillas que jamás nadie vio, quizás alcance años después a vislumbrar las esferas gigantes de Júpiter y Saturno... o quizás se convierta en un brillante broche en la cabellera de un cometa acariciado por el sol.