Revista Infancia
Había una cebra muy alegre que todas las mañanas se pintaba sus rayas de los colores del arcoiris. Decía que no quería ser una cebra triste, blanca y negra, que quería ser alegre y bonita como el arcoiris. Así que después de desayunar, con mucha paciencia, pintaba una a una sus rayas de amarillo, naranja, verde, azul, morado…
Y por la noche, antes de irse a dormir, se daba un baño largo en el río para quitarse la pintura, y recuperar sus colores blanco y negro.
Una noche, su amiga la liebre le vio mientras se bañaba y descubrió que su amiga en realidad no tenía rayas de colores.
-¿Y por qué te pintas las rayas?-Porque quiero ser bonita como el arcoiris y no aburrida como el blanco y el negro. -Estás confundida, el blanco y el negro son también colores bonitos. Mira lo dulce que es la música de un piano con sus teclas blancas y negras, o cómo ilumina la luz blanca de la luna llena, o lo divertida que es la chistera negra del mago, o la nieve blanca ¡y el chocolate negro!
Lo que le dijo su amiga la liebre le dio qué pensar a la cebra. Realmente había cosas blancas y negras que eran hermosas. Y si ella tenía rayas blancas y negras también podía serlo. Así que decidió dejar de pintarse y ser blanca y negra y ¡llamarse la cebra piano!, porque su piel se parecía al teclado de un piano. Y tanto le gustó la idea que hasta se pintó algunos de sus dientes de color negro. Y su amiga la liebre le decía:
- ¡Está claro que lo que tú querías era pintarte de todas formas! ¡en lugar de la cebra piano, te deberías de llamar la cebra pintora!
Ilustración: Ana del Arenal
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