Cuando estaba embarazada siempre bromeaba con el momento del parto y pedía cesárea porque así mi vagina quedaría intacta y como yo decía, no me darían puntos hasta para canjear regalos. Llegó el momento de dar a luz y tras muchas horas y dolor y después de dilatar los 10 cm, me pusieron en posición para dar a luz. Sin embargo, Adrián no quería salir y su llegada se complicó, así que entré en quirófano para cesárea urgente. El pánico se apoderó de mí, yo quería dar a luz, ver a mi pequeño nacer pero no fue así. Necesité más anestesia, casi general, así que no recuerdo apenas nada. Recuerdo mucho frío, un niño llorar y que alguien me acercó un bulto y lo besé y lloré. Lo siguiente, fue dolor y un peregrinar de rostros, gente, ruido, dolor, vacío. Desperté del todo en reanimación, sola, con mucho dolor y la barriga me quemaba. Sólo quería ver al pequeño.
Habían hurgado en mis tripas, mi útero y mi corazón. Mi útero no sabía si contraerse o dilatarse y yo lloraba. Las personas que piden una cesárea no son conscientes de que es una operación y con el peligro que conlleva para órganos como la vejiga, útero y los intestinos.
Cuando subí a la habitación eran las 12 de la noche. Todo era confuso, doloroso, estaba cansada y quería ver al pequeño. Cuando pude cogerlo sentí miedo, lo vi guapo y no me enamoré de él como dicen las madres. Ni siquiera podía coger a mi pequeño por esa cicatriz, no lo sentí como mío y mis brazos no fueron los primeros en cogerle.
Ese día me rompieron el útero y el corazón.