Revista En Femenino
En Julio de 2008, Dios nos hacía el regalo más hermoso: íbamos a ser padres. La felicidad nos inundaba por completo, y también el miedo y las dudas. Ser madre primeriza no es fácil. ¡Tenía muchas preguntas que hacer! Cada consulta con el obstetra me dejaba más dudas. Su poca contención y disposición para responder las preguntas me hacía sentir desamparada. Tenía la FPP*, las ordenes para los análisis, los turnos siguientes y las cremas para estrías. ¿Qué más necesitaba yo saber? Se preguntaba él, como quien monopoliza el saber; para dominar, elegir, y ser protagonista de cada nacimiento.
En medio de tanta incertidumbre llegué a una página de consultas virtuales y mandé un mail. Raquel Shallman, una mujer sumamente generosa respondió mis preguntas con mucha sencillez y en el intercambio de mails confesé mis dudas y miedos sin saber que un nuevo camino se abriría de ahí en más. Me dio el nombre y teléfono de una partera y de un obstetra en segundo lugar.
Traté de saber un poco más sobre quienes eran... y palabras nuevas comenzaron a surgir: Parto humanizado, respetado, libertad, parto en casa, dolor y placer, apego, teta y relatos de otras mamás que como yo ahora, contaron su parto... ¡y cuánto ayudaron!
La idea de parir en casa me parecía un tanto alocada (en ese entonces) así que decidimos arreglar un turno con el obstetra y ver que posibilidades teníamos.
Vinimos fascinados de la primera consulta. ¡Él hablaba de Michel Odent, y nosotros no entendiamos nada! Era todo tan diferente, tan simple y sentía íntimamente que eso era lo que queríamos. Haríamos el trabajo de parto en casa y solo iríamos a la clínica en el momento de parir.
En la semana 33 la ecografía reflejaba una semana de diferencia con la eco inicial, pero nada raro que alertara al obstetra, 1800kg y todo en perfecta armonía. Todo transcurría normalmente, pero en mi interior sentía que algo no andaba bien. Solía despertarme de noche sintiendo que mi hijo me necesitaba, me sentía angustiada. Entonces pedí hacerme otra eco.
Semana 40. El resultado: RCIU** Había crecido muy poco desde la última vez, reflejándose en el peso y en el tamaño de su pancita. Sentí mucho miedo. Reposo absoluto, una medicación para evitar las contracciones y otra eco programada para el 15 de abril.
La madrugada de ese 15 de abril comencé con dolores, no estaba segura si eran o no contracciones. La medicación me desconcertó. Eran regulares, cada 5 minutos, duraban el tiempo necesario para saber que el trabajo de parto ya había comenzado, pero sentía miedo. Con cada temor el movimiento de mi hijo me hacia sentir segura, todo iba a estar bien, él iba a estar bien, pero necesitábamos hacer la ecografía para saber cómo iba a nacer nuestro hijo. Si se había mantenido o aumentado el peso, íbamos a esperar hasta que el parto se desencadenara, eso habíamos charlado con el doctor.
Hablé con la partera quien trató de serenarme, me bañé, desayunamos con mi esposo, y una pareja amiga nos pasó a buscar para llevarnos. No habíamos avisado a nadie más. Ya habíamos charlado de antemano que sólo íbamos a avisar a la familia el día en que tuviéramos a nuestro hijo en brazos, necesitábamos intimidad en esos primeros momentos, y queríamos vivirlos los tres juntos.
Fuimos todo el camino rezando el rosario, sintiendo la protección de María que nos inundaba de paz. Las contracciones eran más intensas. Llegamos e hicimos la ecografía. Nuestro hijo no había aumentado de peso, y peor aún, su pancita estaba más delgada que la última vez, y otra vez el miedo.
El obstetra nos esperaba en la clínica. Me revisó. 3 cm de dilatación. Miró la ecografía, y se quedó pensando un minuto que pareció una eternidad. Recuerdo que me adelanté a decirle, que ya no me importaba parir a mi hijo a pesar de haberme preparado para ello, que si había un mínimo riesgo quería ir a cesárea.
El obstetra asintió con la cabeza, mi hijo no tendría la suficiente fuerza para un parto natural, estaba demasiado débil.
Ya en el quirófano, sentí otra vez miedo, quería que todo terminara ya. La partera me tomaba la mano, y mi esposo acariciaba mi cabeza, mientras me hablaba de las canciones que iba a componerle a nuestro hijo. Les pedí que siguieran hablando, no quería que se callaran, no quería pensar en nada, quería que todo pasara pronto y ver a mi hijo.
"¿Quién de los dos tiene rulos?" preguntó el doctor. Vi a mi marido sonreír como nunca. "¡Es hermoso!", dijo.
Y al fin lo vi. Nunca voy a olvidar esa mirada, parecía que el mundo se detuvo en ese instante. "¡Hola mi amor!", dije. "¡Acá estás!" Tenía ganas de llorar, de reír, ¡todo junto! En ese momento la partera soltó mí mano y lo puso sobre mi pecho mientras cerraban la herida, ¡cuántos besos le dí!
El papá se lo llevó un momento para que lo pesaran: 2300 kg, y 44 cm, ¡Era tan pequeño, pero se lo veía tan fuerte! Otra vez sobre mi pecho y nunca más nos separamos. Estar piel con piel fue la mejor terapia. A las 48hs la bilirrubina alta hizo que necesitara fototerapia, y está vez trajeron el equipo a nuestra habitación, a nuestro cuidado absoluto. Siempre juntos.
Se alimentaba con teta y suplemento de leche de fórmula que le dábamos con una jeringa para evitar la mamadera y la posible confusión con el pezón y el cuál fuimos reemplazando con el calostro que me enseñaron a sacar manualmente con mucho esfuerzo y dolor. Cada gota que lograba sacar me llenaba de felicidad, hasta que ya no necesito más que teta, nada más que mamá. A los 5 días, ya estábamos en casa con el mismo peso de nacido. Los 3 juntos para empezar este hermoso camino de aprendizaje que ya lleva 14 meses ¡y un amor puro que crece día a día!
Yo pude vivir mi cesárea así, con respeto y contención. ¡Todo podría haber sido distinto! Por eso me uno a tantas mujeres que luchan por un parto respetado, o como en mí caso: una cesárea respetada, en donde podamos elegir con quién estar, para que no nos separen de nuestros hijos, para que nos dejen parir en paz, para que no nos maltraten, para que podamos elegir siempre, para que no manipulen nuestro cuerpo a su antojo apurándonos con sustancias que entorpecen la naturalidad de nuestro cuerpo, por nuestros derechos, por las miles de excusas absurdas que ponen para hacer cesáreas innecesarias, para que nos dejen ser quienes somos... ¡Simplemente mujeres, haciendo lo que sabemos hacer desde hace siglos! ¡Parir con el alma, desde las entrañas!
Esta historia de parto fue escrita (y vivida, obviamente) por Analia Silvestro, una de nuestras lectoras, quien gentilmente me ha permitido publicarla acá con la esperanza de inspirar a más mujeres a movilizarse y luchar, en el caso de requerir una cesárea por verdadera indicación médica, para que esta transcurra de la forma más digna, humana y respetuosa posible. Gracias Analia. Tu experiencia es realmente inspiradora.
*FPP es el acrónimo para "fecha probable de parto".**RCIU es el acrónimo para "retraso en el crecimiento intrauterino".
¿Tú qué opinas? ¿Has parido por cesárea? ¿Sientes que te condujeron a ella o que era realmente justificada y necesaria? ¿Fue respetada?
Foto © Tom Grill/Tetra Images/Corbis