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La chaise-longue victoriana - Marghanita Laski

Publicado el 01 agosto 2017 por Rusta @RustaDevoradora

La chaise-longue victoriana - Marghanita Laski

Me apetecía leer una novela gótica breve, en la línea de Otra vuelta de tuerca (1898), de Henry James, oSiempre hemos vivido en el castillo (1962), de Shirley Jackson, dos obras maestras del género. De esa forma llegué aLos papeles de Aspern (1888), también de Henry James, yLa bruja Lois (1861), de Elizabeth Gaskell. No obstante, más allá de los nombres conocidos, me esperaba una sorpresa: Jorge, mi librero de confianza, me recomendó con entusiasmo La chaise-longue victoriana (1953), de una desconocida Marghanita Laski (1915-1988), escritora y periodista británica, de la que solo se ha traducido al castellano este libro. En realidad, ya me había fijado en esta novela cuando se publicó: fue una de las primeras publicaciones de la editorial Automática, y tanto la cubierta como la sinopsis la hacían irresistible para todos los amantes del género. Sin embargo, como suele ocurrir, esta novedad pronto dejó de serlo y no tardé en olvidarla. Por suerte, las buenas historias tienen vidas inagotables, y he podido disfrutarla unos años más tarde, sin que haya perdido un ápice de frescura.

En el Reino Unido, La chaise-longue victoriana fue reeditada en 1999 por Persephone Books, un sello especializado en recuperar a autoras olvidadas o desconocidas del siglo XX (entre las que se encuentran Elizabeth Jenkins, E. M. Delafield, Frances Hodgson Burnett y Penelope Mortimer, entre otras, que también han sido publicadas en España). A Laski hay que situarla en la escuela del horror gótico, que bajo su tensión psicológica in crescendo y sus ambigüedades siempre esconde una aguda crítica social, en este caso relacionada con la subordinación de las mujeres en dos periodos históricos. La protagonista, Melanie, es una joven madre que se recupera de una tuberculosis. Cuando por fin se levanta de la cama, se dispone a hacer reposo en una chaise-longue de segunda mano, comprada justo antes de enfermar. Con todo, el reposo se convierte en agonía, porque este mueble la hace retroceder al pasado en una pesadilla asfixiante, en la que encarna a Milly, una mujer de la era victoriana.

Como todas las buenas novelas, La chaise-longue victoriana tiene varias capas de lectura. La más evidente se refiere a la trama en sí: el motivo del personaje atrapado en la pesadilla. El miedo a no poder salir, a quedarse para siempre anclado en otra época, en otro cuerpo, en una identidad que no le corresponde. No falta la duda en torno a lo sobrenatural: ¿se trata de una mera alucinación, fruto de la enfermedad de Melanie, o realmente está ocurriendo? El relato comienza de forma apacible, con un tono suave que poco a poco, casi sin que uno se dé cuenta, deriva en angustia; en este sentido, la autora hace un trabajo espléndido con el suspense psicológico: todo está en la mente de Melanie/Milly, y su inquietud se contagia al lector. Este horror tiene un punto irónico porque la pesadilla se sitúa en la época victoriana, un periodo que se ha idealizado mucho. Frente a todas esas representaciones que la muestran como una etapa de esplendor, Laski recuerda su cara menos amable desde la perspectiva de una enferma acomodada en la chaise-longue: la ausencia de inventos que posteriormente han hecho la vida más fácil, las costumbres degradantes, la total dependencia (para la mujer) de los demás a la hora de tomar decisiones o la omnipresencia de la religión.

Esto último se relaciona con una segunda lectura: la contraposición de la mujer en la época victoriana y la mujer de mediados del siglo XX, planteada desde un enfoque feminista. Las dos son definidas como mujeres "corrientes" en sus respectivos contextos: no han estudiado una carrera, no han viajado, no tienen grandes conocimientos. Las dos, además, han hecho lo mismo: amar a un hombre, tener un hijo y enfermar del mal típico de su tiempo (tisis y tuberculosis, respectivamente). Aun así, sus situaciones presentan diferencias que tienen mucho que ver con el progreso de la emancipación femenina: mientras que la mujer victoriana está sometida a la familia y al párroco, a una moral rígida que la constriñe más que los dolores físicos, la de los años cincuenta es más libre e independiente, y tiene más cultura general pese a no ser una persona instruida. Es subrayable la presencia del sacerdote junto al lecho de Milly, una figura ausente en el entorno de Melanie. De todas formas, pese a reconocer el progreso, Laski es asimismo crítica con la subordinación de su coetánea (Melanie le dice a su marido una frase demoledora por el bajo concepto que tiene de sí misma: "Qué listo eres, cariño. [...] Me siento tan tonta en comparación contigo", p. 22), como si reconociera que se ha mejorado, sí, pero todavía queda mucho por hacer.

La obra está cuidada al detalle para hacer verosímil ese particular viaje en el tiempo, como demuestra la adaptación de los diálogos (una expresión más formal y encorsetada en el pasado, directa y sin rodeos en el presente). También se presta atención a cuestiones como el vestuario, la decoración y los hábitos. Tiene poco más de cien páginas, pero Laski condensa dos universos completos en ellas. Es una narradora sutil, precisa, elegante, que juega con los dobles sentidos y nunca da nada masticadito. La chaise-longue victoriana sobresale por la originalidad de su planteamiento, la inteligencia de su trasfondo y la finura de su ejecución. Ah, y por el horror, por supuesto, un horror que no surge de lo sobrenatural, sino de la mente, la mente enferma; aunque cabe preguntarse si la verdadera enfermedad se debe a causas fisiológicas o a las presiones de la sociedad. En una palabra: magnífica.


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