Cuando se proclamó la II República y la Familia Real debió exiliarse, miles de madrileños pedían por las calles “¡Que se quede La Chata!”, la Infanta Isabel de Borbón, la campechana tía abuela de Alfonso XIII, “muy querida por el pueblo”, decían los periódicos republicanos.
Como la dimisionaria Esperanza Aguirre, artífice de que 177 de los 179 municipios de la Comunidad de Madrid, y 21 de los 22 distritos de la capital, rojos hasta la derrota de Leguina en 1995, pertenezcan más a la figura de esta Chata contemporánea que al PP.
Ahí está, pese a haber sido víctima de accidentes de helicóptero, atentados islamistas en la India, y de las campañas para desacreditarla porque es una polemista imbatible; tanto, que para demostrar que no es anticatalana, por ejemplo, en sus actos públicos pide cava, recordando que es sobrina de catalanes, uno de ellos el fallecido poeta homosexual Gil de Biezma: en el barrio gay de Chueca, Aguirre arrasa electoralmente a las mesnadas lobbistas del supergay progresí Pedro Zerolo.
En sus nueve años de mandato construyó otros tantos hospitales, reformó diez grandes hospitales anteriores, construyó 72 centros de salud y mejoró 244 anteriores; además, redujo hasta treinta días casi todas las esperas quirúrgicas.
Estas cifras se debieron a la privatización parcial no de la sanidad, sino de su gestión, que se hizo más eficaz que la pública, controlada como la Educación por miles de sindicalistas liberados que cobraban sin trabajar.
Construyó unos 157 colegios e institutos públicos, muchos con gestión privada y, su mayor orgullo es que de los 788 colegios públicos de la Comunidad, 370 sean ya bilingües.
Extendió la ya espectacular red de metro en 28 kilómetros, e internacionalizó tanto este poblachón manchego que consiguió que Eurovegas, 17.000 millones de euros, se instale aquí.
Que no extrañe que “La Espe”, como le llaman muchos vecinos de la ciudad de los gatos, sea tan popular como “La Chata”.
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SALAS