La separación de mis compañeros del desierto me hace sentir como si me estuvieran amputando un miembro. ¿Cómo se puede decir adiós a un brazo? Supongo que no se puede. Uno finge que nno está pasando. Me armo de valor, endurezco mi corazón. Mis amigos parecen descoconcertados de que no haga más alboroto. Sobre todo Carlo, que me mira con mucho dolor, anegados los ojos en lágrimas y expectante. Le estrecho la mano brevemente y me doy la vuelta.
Alguien me agarra. Es Cosmé, que me abraza el tiempo suficiente para decirme:
-No seas tan fría, Elisa. No intentes parecerte a mí.
-Pero... ayuda. -Digo apuntándome un punto.
Mueve negativamente la cabeza.
-No. Crees que lo hace, pero no es así.
La chica de fuego y espino de Rae Carson