En este vídeo que acabamos de ver incluso el cinéfilo más recalcitrante con el género musical -que haberlos haylos, vaya que sí- deberá reconocer que contiene una muy buena interpretación de una canción, así como un excelente trabajo de todos cuantos intervienen: la iluminación es perfecta, el decorado óptimo, la coreografía ágil y chispeante, el vestuario absolutamente delicioso, la filmación dedicada a servir el número musical con máxima eficiencia remarcando con fuerza las expresiones gracias a primeros planos y mostrando el baile con tranquilidad dejando el movimiento y la acción a cargo de los bailarines y la estrella, bellísima, un portento de expresión corporal, muy bien dirigida en los detalles nimios tales como la forma de retorcer el pañuelo o de sentarse en el banco, ofreciendo la imagen clavada de la cupletista de principios del siglo pasado, en esa canción ("Poor John" w. Fred W. Leigh m. Henry E. Pether, 1906), que no me puedo quitar de la cabeza desde que vi, hace unos días, la película titulada Cover Girl (1944) [traducido - traicionado su título por el estúpido de turno como Las Modelos] dirigida por Charles Vidor .
Lástima que Rita Hayworth fuera, una vez más, doblada en las canciones por Martha Mears, aunque desde luego el resultado es muy bueno, máxime teniendo en cuenta que Rita cantaba y luego se le solapaba su voz. En fin...
Rusty Parker (Rita Hayworth) es una bailarina que lucha por alcanzar la fama mientras baila en el local que dirige Danny McGuire (Gene Kelly), un bailarín y coreógrafo duro y exigente con sus bailarinas. Un día Rusty se presenta a una entrevista para hallar la modelo de la portada de una revista cuyo editor y dueño, John Coudair (Otto Kruguer) al momento que la ve decide que ella deberá ser la elegida: el dueño no es otro que el personaje, en su juventud, se enamoró perdidamente de una mujer idéntica a Rusty: Maribelle Hicks (la propia Rita Hayworth) a la que veremos en sucesivos flashbacks.
Danny asegura a Rusty que tiene diamantes en los pies y que debería buscar la fama por sus pies, por su trabajo sudoroso como bailarina, más que por su cara, por su belleza. Cuando Coudair confiesa a su ayudante y confidente Cornelia (Eve Arden) que está seguro que Rusty es la hija de su amada Maribelle, está claro que la chica de la portada será Rusty desechando cualquier otra candidata: Cornelia se reirá cuando, interrogada Rusty acerca de su familia, se descubra que Maribelle era su abuela.
La fama de Rusty atraerá nuevos clientes al local de Danny, entre los que figurará Noel Wheaton (Lee Bowman) dueño de un gran teatro situado en el centro de Broadway, lejos de los andurriales donde están y claro...
Lo de menos en esta película es la trama, que no aporta ninguna novedad específica: si acaso, unos diálogos que vienen provistos de gracia y un poco de malicia ostentando incluso ciertos aires proféticos o premonitorios: puede que Rita, que con veintiséis años rodaba su película número cuarenta y cuatro, empezara a estar cansada de las rutinas de baile para ser siempre la pareja de alguien: poco antes había bailado sus dos únicas películas con Fred Astaire y ahora se veía bailando con Gene Kelly (que a sus treinta y dos años rodaba su sexta película), al que no volvió a ver junto a sí en pantalla, y cada día, al volver a casa, se encontraba con un genio del cine supurando ideas sin cesar; dos años después, el propio Charles Vidor dirigió a Rita en la mítica Gilda y podríamos asegurar que, efectivamente, la grandísima bailarina Cansino desapareció para dejar paso a la pelirroja teñida Hayworth, hasta que el genio decidió que, puestos a teñir, él sabía hacerlo de forma más original y deslumbrante, pero eso ya será tema para otro día, que hoy no toca genio: hoy toca llamar la atención sobre una película que no aparece en el salón de la fama ni siquiera del cinéfilo amante de los musicales, pero que contiene una serie de elementos que la hacen muy interesante:
Resulta que Gene Kelly había empezado en esto del cine por probar pensando en volverse a las tablas, pero la Metro se lo quedó: daba un poco la lata porque quería experimentar con "eso del cine" y tenía ideas muy suyas respecto a las coreografías, así que los de la Metro, cuando los de la Columbia les pidieron alquilar (sí, si: alquilar) los servicios de Kelly, hubo trato inmediato: ¡hala, vete a dar la tabarra a la Columbia!
Arthur Schwartz, celebrado compositor, acometió su primera producción demostrando una mente abierta -dentro de los límites de la época- y dejó intervenir a jóvenes mastuerzos como Kelly y su amigo Stanley Donen en alguna coreografía y a fe que ambos aprovecharon la circunstancia porque el cinéfilo distraído por un momento se dice:¡esto lo he visto yo en Cantando bajo la lluvia! y claro, no se acuerda que "esto", pasó ocho años y trece películas más tarde; hay una cierta mezcolanza en los números musicales que veremos: por una parte, existen la recreaciones que, como la que encabeza esta nota, acuden a la invocación de la memoria en forma de flashback; luego están los números teatrales, más convencionales, aunque interesantes al comprobar el despliegue de medios e ideas que hace tanto ya eran usuales en los teatros de Broadway y después están los números más cinematográficos, más libres, que tienen lugar en situaciones de exteriores aunque sean recreados en el estudio cinematográfico, lo que permite también jugar con la iluminación y el truco.
La mayoría de las canciones están compuestas por el gran Jerome Kern y el letrista es el genial Ira Gershwin y gracias a Carmen Dragon suenan de maravilla; es una lástima que el formato sea mínimo, porque los decorados y el vestuario son brillantes bajo el foco avizor del gran Rudolph Maté que entrega un colorido fascinante en una obra que se imagina con presupuesto medido, dirigida con brío por Charles Vidor sin perder el ritmo salvo en algunos momentos de bajón causado por las modas pasajeras que datan la película como a muchas otras.
Como era de esperar, el elenco cumple su cometido: ahí todos son profesionales y no resulta llamativo que el tipo gracioso, el amigo entrometido de buen corazón, Genius (Phil Silvers) también sepa cantar y bailar un poquito, pero es que el producto es cien por cien hollywood musical y que nadie se olvide del año de su producción, 1944, con lo que la inclusión de los ánimos al ejército y su presencia como público está más que justificada porque era lo que los estadounidenses estaban viendo al salir de casa.
Lo que no veían es las nuevas ideas que empezaban a germinar y que eclosionarían pocos años después, pero el cinéfilo de este siglo XXI, que ya se las ha visto todas, no debe perderse ésta, más que nada para constatar que los éxitos no surgen de la nada: eso sí: cuando se dispongan a verla, asegúrense que es una versión original con subtítulos incluso en las canciones, porque, de lo contrario, se perderán buena parte del relato.