Edición:Errata naturae, 2014 (trad. Regina López Muñoz)Páginas:336ISBN:9788415217657Precio:18,50 €Las primeras novelas de Edna O’Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1932), que conforman la trilogía Las chicas de campo(1960-1964), no destacan por una construcción ambiciosa ni por un uso innovador del lenguaje. En efecto, se limitan a seguir, de forma lineal, las venturas y desventuras de Caithleen, una chica procedente de la Irlanda rural católica que sale de su entorno y se adentra en el ambiente de la ciudad junto a su amiga Baba. O’Brien lo relata, además, con un registro ameno y sin florituras, perfecto para evocar la frescura de la juventud y sus expresiones coloquiales. En Las chicas de campo(1960), las jóvenes abandonan su hogar para estudiar en un internado hasta que, más tarde, se instalan en una pensión de Dublín. La chica de ojos verdes (1962), su continuación, retoma la acción dos años después en este mismo escenario y se puede leer sin conocer el volumen anterior.Si no se trata de complejidad formal, ¿por qué se distinguen, entonces, estas novelas de una de las grandes escritoras irlandesas del siglo XX? Por atreverse a escribir sobre algo que no se había contado antes, a saber: las vivencias de una muchacha que se independiza en los años cincuenta y lleva un estilo de vida contrario al que desearía su familia; y por hacerlo con una prosa transparente y clara —se le perdona el uso un tanto torpe de las anticipaciones— que no elude los temas espinosos de la época. En La chica de ojos verdes, la protagonista se enamora de un hombre recién separado, para más inri un director de cine protestante. Mientras él la introduce en un círculo de intelectuales, no sin cierta mirada exótica hacia sus modales campestres, el tosco padre de Caithleen se dispone a frenar el romance como sea.A pesar de que Caithleen ya tuvo alguna aventura amorosa en el pasado, en esta novela mantiene su primera relación estable, con convivencia incluida. Eugene, el director de cine, siente curiosidad por su perfil: una joven humilde con ganas de culturizarse, que pasa sus ratos libres leyendo. Las inquietudes los unen, aunque aun así la distancia entre ambos es importante, porque pertenecen a sectores diferentes y no están en el mismo momento vital. Caithleen, que todavía conserva una imagen ingenua del enamoramiento («Los mejores hombres habitaban en los libros: hombres extraños, complejos, románticos; los que yo más admiraba», pág. 9), se amolda a Eugene poco a poco, un proceso recreado con mucha perspicacia por O’Brien, que presta atención a cada detalle, cada frase, desde la perspectiva femenina del descubrimiento del amor. No se corta al hablar de sexo, una valentía que le costó la prohibición del libro en su país cuando se publicó.La chica de ojos verdes, como Las chicas de campo, es la historia de una iniciación al mundo de los adultos, la iniciación de una joven soñadora y ávida lectora que aspira a instruirse, para lo que se ve obligada a romper con sus orígenes (la propia O’Brien pasó por una experiencia similar). Por el camino, disfruta de las fiestas, hace locuras con su amiga, ríe, llora y, sí, se enamora de la persona equivocada, una etapa inevitable en el crecimiento de cualquier jovencita. ¿Y qué hay del personaje de Baba, uno de los pilares de Las chicas de campo? Pierde peso en esta segunda parte, aunque las contradicciones de su amistad siguen presentes: la tranquila Caithleen, que lee con ahínco y se mira la vida con ilusión, contrasta con el fuerte temperamento de Baba y sus ansias de divertirse a cualquier precio. La rivalidad entre ambas, no obstante, queda patente gracias a la extraordinaria sutileza de la autora.
Edna O'Brien
Si Las chicas de campo narraba la marcha de dos adolescentes de su tierra natal, en La chica de ojos verdes las protagonistas ya han alcanzado la veintena y se acercan a ese punto de la juventud en el que hay que tomar las riendas de la propia existencia, un progreso que continúa en el tercer volumen, Girls in their Married Bliss (1964). La aportación de esta obra es comparable a la de Lo mejor de la vida(1958), de Rona Jaffe (Brooklyn, Nueva York, 1931-Londres, 2005), que recoge esta misma fase de un grupo de chicas que trabajan y viven solas en Nueva York. O’Brien, como Jaffe, revalorizó el universo femenino de la mujer joven cuando el feminismo aún tenía mucho recorrido por delante, de modo que la novela sobresale, más allá de su valor literario, por el retrato sociológico de una generación que se atrevió a desobedecer a sus mayores y abrió, con este paso, las puertas de un futuro lleno de oportunidades.Las imágenes pertenecen a la película Girl with Green Eyes (1964), de Desmond Davis, basada en la novela.