Era una mañana clara de principios de primavera, el sol se desperezaba tras un invierno crudo, el roce de sus rayos sobre el rostro resultaba una sensación agradable. Yo me dirigía al centro de la ciudad, tenía que hacer unas compras. Mientras caminaba iba observando cómo la gente azarosa corría más que caminaba, supuse que a cumplir con sus compromisos; recuerdo haber pensado en lo ocupados que estamos casi siempre para pararnos a sentir, a disfrutar de la vida sin más. Seguí mi camino, me apetecía un café, así que me dirigí a la primera cafetería que vi. No había mucha gente desayunando, un par de hombres sentados en la barra y dos señoras mayores en una mesa situada al fondo junto al ventanal trasero. Me senté en la primera mesa a la derecha de la barra. Al tomar asiento tomé la carta para ver que se me ofrecía en bollería. Me distraje ojeándola, la verdad es que había una gran variedad de repostería; tartas, bizcochos, croissants, donuts, y muchos más dulces, todos ellos de aspecto muy sabroso, tanto que me desconecté de la realidad en tal recreación de los sentidos. Entonces una voz dulce me preguntó:
-¿Qué desea tomar?
Al mirar a la dueña de esa voz para hacer mi pedido, vi que era muy bella, tendría unos treinta años. Y la verdad es que me quedé sin palabras, se me había olvidado lo que iba a pedir.
– ¿Perdón?.- Utilicé la pregunta para ganar tiempo y recuperar la compostura.
– ¿Qué desea tomar?.- Repitió ella amablemente.
– Un café con leche, por favor.- No me atreví a pedir el dulce que había seleccionado de la carta.
Cuando volvió con mi café me sonrió de tal manera que me sentí algo apenado. Su sonrisa era sincera, educada, bonita, pero triste. Cuando salí del café-bar seguía pensando en ella, en esa sonrisa llena de melancolía. Durante todo el día estuve dándole vueltas una y otra vez a su dulce voz, a su hermosa mirada, a su triste sonrisa. Pese a este corto episodio en que la vi, algo quedó en mí grabado, pues en mi cabeza bullía la idea de si volvería a verla. Pasaron los días y yo seguía pensando en ella. En realidad sólo tenía que volver a esa cafetería, pero algo en ese acto tan simple me hacía sentir como un intruso, era como si el hecho de presentarme otra vez ante ella violara su intimidad.
Me parecía ridículo pensar que aquella joven se acordara de mí, y mucho menos siquiera que pensara en aquel encuentro como yo lo hacía. Creo que el amor que nació en aquel encuentro, porque no podía a estas alturas calificarlo de otra manera y que fue creciendo, me servía para seguir adelante día tras días, quizás con una esperanza incierta o tal vez por tener ahora un sueño. Lo cierto es que un día en el que me encontraba paseando por el parque, me crucé con ella, esta vez la encontré más alegre. Me sorprendió cuando se dirigió hacia a mí.
– Hola, he estado esperando a que volvieses a la cafetería todo este tiempo.- Me quedé terriblemente sorprendido. No podía creer lo que acababa de oír.
– ¿De verdad?.- Pregunté casi tartamudeando.
– Sí, cuando te fuiste aquella mañana del café olvidaste en la mesa tu libro.- La realidad me aplastó como una bota a un gusano.
– Gracias y disculpa por las molestias que te he podido causar.- Le respondí rayando el patetismo.
– No te preocupes, no me has causado molestia alguna.- Me contestó con aquella voz dulce y aterciopelada que yo había empezado a amar. Y añadió con una sonrisa toda resplandor.- Lo he leído, espero que no te moleste, es precioso. Me encanta la poesía.
– Claro. Es decir, no me importa. Al contrario, me alegra que lo hicieras. Es una autoedición. Lo he escrito yo. Te lo regalo, puedes quedártelo- Le dije torpemente mientras trataba de no parecer pedante y absurdo ante ella una vez más.
Nos despedimos con un apretón de manos cuando mis labios deseaban los suyos, por un momento tuve la extraña sensación de que ella sentía lo mismo. Ninguno dijo nada más. No volví la cabeza por miedo a que ella me viera hacerlo. Ni siquiera sabía su nombre. Unas semanas más tarde tuve que salir de la ciudad por motivos de trabajo. Estuve fuera casi dos años. En todo ese tiempo nunca dejé de pensar en ella, su voz, su mirada, su boca. Pasado un tiempo, tomé la decisión de mandarle una carta al café donde trabajaba, no sabía su nombre pero bajo la dirección puse que iba dirigida a la atención de la camarera de mesa. Luego envié otra, y después otra más, no tuvieron respuesta, así que me resigné.
Cuando volví a mi ciudad, lo primero que hice fue ir a la cafetería donde trabajaba a buscarla, pero ya no estaba allí, no me dieron razón de ella. Nadie sabía nada, simplemente un día pidió su finiquito y se fue. Me sentí morir. Ahora ya no tenía nada, sin su nombre, sin su dirección y sin poder localizarla en su antiguo trabajo, todo esfuerzo era inútil. Había perdido mi oportunidad, a lo lejos, en el parque vi parejas que paseaban de la mano o se besaban sentados en un banco. La ciudad me pareció entonces diferente, como vacía; la dicha que traía desapareció. Me disponía a volver a casa cuando una muchacha de cabellos rojos y trenzas gruesas llamó mi atención. Se dirigía hacia donde yo me encontraba y agitaba la mano con algo que traía en ella.
– Hola, ¿cómo estás?.- Me saludó al pararse a mi altura. Yo estaba sorprendido, ella acalorada por la carrera que se había dado para alcanzarme.
– ¡Hola!.- Acerté a decir.
– No sé si te has fijado en mí cuando has entrado en la cafetería preguntando por esa chica de la que no sabías ni su nombre, pero yo te estaba haciendo señales. Supongo que no has reparado en ello.
– No, la verdad. Lo siento.
– No pasa nada, le he dicho a Leo que salía a fumar un cigarrillo.
– ¿Y bien? Sigo sin comprender.- Le dije un tanto exasperado.
– Chloe, me dijo que algún día vendrías, y antes de irse me dejó esto para ti.
– Chloe, ese era su nombre. Chloe, Dios mío, por fin conocía el nombre de la mujer que me había tenido tanto tiempo cautivo.
– ¿Para mí?.- Dije con cierto tono de incredulidad.
– Sí, para ti. Ella te describió y me dijo que sabía que algún día vendrías, y que entonces debería darte esto. Creo que es un libro.- Así era, dentro del sobre estaba mi libro. Olía a ella.
– ¿Y dónde está?.- Pregunté ahora lleno de esperanza.
La chica de las largas trenzas, con una expresión arrugada que alejaba de su rostro gracioso toda alegría me dijo que no había vuelto a saber nada más de ella. Que nunca volvió por el café. Y que no conocía sus apellidos ni dónde vivía.
Yo sentía que algo me ocultaba; traté de saber más pero ella contestó que debía volver a su trabajo. Pasó un largo mes, ese día me encontraba en la oficina. No tenía nada que hacer, la mañana estaba siendo muy tranquila. Trabajo en una importante inmobiliaria y los compañeros habían salido a enseñar un par de casas, me aburría dejando que el tiempo pasara mientras miraba la pantalla de mi ordenador. Entonces encontré su foto y su nombre. Chloe Serrano Núñez. Al leer quedé impactado; sentía como una opresión en el pecho que me aplastaba las costillas, y con ellas los pulmones. Me había puesto a mirar en las redes sociales, por si la encontraba, y lo había hecho. La había encontrado. Estaba muerta. Sus amigos y familiares habían dejado palabras de despedida en su muro, donde aparecía ella tan hermosa como la recordaba, con esa sonrisa maravillosa y esa mirada perdida y alegre. Me derrumbé en la silla, no podía respirar. Cogí mi chaqueta y mi maletín y corrí a refugiarme a casa.
Me aislé de todo y de todos por un tiempo; del trabajo, de mis amigos, de mi familia, de la vida. Las ganas de vivir habían desaparecido. Había tomado la decisión de no seguir adelante; de apearme del mundo, cuando llamaron a mi puerta. Al abrir, un muchacho vestido de ciclista, con una pequeña mochila a la espalda me dijo: -Esta carta tiene un mes de antigüedad, se la traje antes, pero como no se encontraba en casa me volví a ir con ella. Debía entregársela en mano.
– Muchas gracias.- Le contesté y le di cinco euros de propina. Extrañado, examiné el sobre; no decía nada, no tenía información alguna, sólo mi nombre. Estaba claro que no era una carta al uso. Era más bien una notificación anónima. Lo abrí, tome asiento en mi sillón junto a la ventana y comencé a leer con detenimiento. Las manos me temblaban.
“Hola, espero que estés bien. Estás leyendo esto porque yo ya no estoy aquí. Me refiero a este mundo. ¿Sabes? Resulta gracioso como suceden las cosas. Desde que te vi aquella primera vez en el café, tuve la sensación de que ya te conocía, nunca, créeme había experimentado antes algo así, sentí mariposas en el estómago como se suele decir, y cuando te fuiste deseaba volver a verte, al ver que habías olvidado tu libro me alegré, porque era la forma de poder verte de nuevo. No fue así. Nunca volviste. Te hubiera dicho lo que sentía en ese momento, después, cuando te vi paseando aquella tarde, tuve miedo y callé. Fue estúpido no decírtelo. Ahora lo sé.
“Desafortunadamente te marchaste. Te busqué por todas partes, preguntaba por ti pero nadie me decía con exactitud dónde te encontrabas, averiguar tu nombre fue fácil, por tu libro, lo demás vino sólo, tu dirección, incluso dónde trabajabas, pero no conseguí saber dónde estabas ni cuándo volverías. Nunca me resigné, esperé y esperé a que volvieras. Lamentablemente enfermé; los médicos me dieron pocas esperanzas. Todo mi mundo se venía abajo. Leucemia mieloide aguda y muy avanzada.
“No sabía qué hacer. Quería verte, estar contigo; soñaba con el momento de tu vuelta, pero me di cuenta de que ya no estaría aquí cuando eso sucediera. Seguí luchando con la poca vida que me quedaba. El tiempo pasó muy deprisa. Cada vez me encontraba más débil, sabía que mi hora se acercaba. Decidí escribirte esta carta.
“Lo último que puedo decirte con toda la sinceridad de mi corazón es que realmente te he querido. Que desde aquella primera vez y por alguna extraña razón te amo. Y supe entonces y sé ahora que tú a mi también. No quiero que te sientas culpable por lo que te digo, ni que te entristezca, ambos fuimos muy tontos. Sólo quiero que me prometas algo; que serás feliz. Sonríe siempre, y si alguna vez te enamoras, demuéstrale a esa persona que la quieres desde el primer instante en que lo sientas. No calles, no cometas el mismo error que cometimos nosotros. Y queda tranquilo, porque sé que tú me quisiste como te quise yo. Y sé también en este momento incierto que siempre estaré viva porque me llevarás en tu corazón.
Con amor, Chloe.”
Al terminar de leer lloré; lloré desconsoladamente. Lloré como nunca lo había hecho. Y me prometí a mí mismo cumplir la petición de Chloe, no volver a cometer el mismo error.