Conocí a la chica del nombre imposible en octubre de 2004. Aleida Landestoy. Creo que se lo tuve que preguntar dos o tres veces. “¿Aleida? ¿Estás segura? ¿Ese es tu nombre? ¿Es más, estás segura de que es un nombre?”. Ella reía y mucho más aún al ver mi cara cuando me dijo su apellido: “Landestoy”. “Estás aquí”, le decía yo. “No tío, ese es mi apellido”. “O sea, que eres Aleida Landestoy”. “Ese es mi nombre, sí”.
Aleida Landestoy.
Suena a personaje de novela.
“La inspectora de policía Aleida Landestoy bajó del coche y con una fugaz mirada supo que el asesino era el mayordomo”.
Por ejemplo. O…
“Cuando la intrépida exploradora Aleida Landestoy coronó la cumbre de la montaña, el viento dejó de rugir. Lo había conseguido. Al fin la había domado”.
Nunca antes había conocido a alguien que tuviese ese extraño nombre y nunca después, en todos estos años, volví a toparme con él.
Y es que Aleida era única.
Una mujer imantada de ojos inteligentes y, por aquel entonces, melena rizada, oscura y rebelde. Aleida era curiosa, culta, con carácter y si en 2004 tuviese que apostar quién de los alumnos de la clase sería Directora de Informativos de una gran cadena o reportera de postín, sin duda sería ella.
Tenía más huevos que el 80% de los periodistas que me he ido encontrando a lo largo de mi vida. No me refiero a que tuviese tres o cuatro testículos. Tenía dos y muy bien puestos. Brillante inteligencia la de mi amiga.
El curso acabó y dejamos de vernos. Yo me volví a Galicia y ella se quedó en Madrid e hizo algo mucho más complicado que ganar un Pulitzer. Aleida fundó una familia.
Aleida no era mediocre, era valiente y tenía talento. Y alguien que reúna una de estas tres cualidades ya es un crack por naturaleza, así que imaginaos como era ella que tenía las tres.
Además era luchadora. Cuando discutíamos en clase sobre algún tema de actualidad argumentaba con pasión y casi, casi me ganaba la partida, pero yo, que soy muy cabezón le daba la vuelta a la tortilla. Ella escuchaba, se cabreaba y embestía con más fuerza. Así fueron pasando las tardes de aquel invierno de 2004.
El cáncer vuelve otra vez a aparecer en la ecuación y se lleva de viaje a la chica del nombre imposible y el apellido impronunciable, pero el cáncer (el puto cáncer) no se puede llevar su recuerdo. La muesca que dejó en los que la conocimos y la disfrutamos siempre estará ahí. ¡Un placer haberte conocido, amiga!
¡No te olvidaré A.!
Y este es su blog. Duro, real y sorprendente. No dejéis de leerlo.