Rusia, en el presente, quiere acceder a petróleo británico en el Mar del Norte y negocia que el gobierno del Reino Unido otorgue una apetitosa concesión a una empresa soviética. Al mismo tiempo, es secuestrada una joven promesa del partido británico en el poder. El Primer Ministro tiene interés particular en que sea rescatada y acude, extraoficialmente, a un legendario agente del servicio de inteligencia israelí.
Esta es la décimo octava novela del norteamericano Silva (1960) desde 1996, y la décimo tercera protagonizada por el súper agente Gabriel Allon.
La trama, en perfecta linealidad cronológica, es compleja pero fácil de seguir y el estilo sencillo pero cuidado. Sortea con nota los escollos comunes del subgénero de espías que son la previsibilidad y la falta de relieve: Silva es original y logra sorprender y sus personajes están cuidados, no son estereotipos. Domina los escenarios políticos, de agencias de inteligencia, de medios de comunicación y del mundo criminal en varios países, y el libro rebosa credibilidad. Las frecuentes incursiones en el mundo del Arte y en la Historia, la escueta inclusión de escenas de auténtica acción y su ritmo moroso –aunque sin pausa- pueden alejarle del consumidor de bestseller más convencional, pero contribuyen a dar calidad al entretenimiento que proporciona. Silva es bastante bueno con los datos y con su contexto, y esto, junto a todo lo anterior, lo sitúa en los puestos de cabeza dentro de este género de libros. Llama la atención que el contenido de tipo sexual es cero.
Una cuestión importante que no debe quedar oculta por la tensión de la trama y las habilidades de los protagonistas: Allon, y sobre todo Keller (un asesino a sueldo que le ayuda en esta misión), se mueven en la delgada línea que separa en su tipo de trabajo el bien del mal. Esta inconsistencia ética (asesinos sin conciencia y torturadores presentados como personajes exitosos y admirados, e incluso como personas honorables y decentes) es lugar común en este tipo de literatura pero conviene abordarla con cierto espíritu crítico. Que el Primer Ministro es un adúltero y otro político protagonista un corrupto son hechos, en cambio, cuya gravedad se presenta con claridad.