Revista Diario

La Cicciolina

Por Evaletzy @evaletzy
En la vida de la dama actual tarde o temprano llega el día en el que debe hacerse su primera mamografía. Que desde ahora la dama sepa que por mucho que lo desee no se librará.
Resulta que hacia tu primera mamografía te diriges. Vas contenta, no sabes muy bien en qué consiste el estudio, solo sabes lo que te dijo el ginecólogo, que no duele. El edificio donde se encuentra el centro es espectacular, de los más lindos que has visto por dentro en Madrid: sus suelos son de mármol, sus escaleras tienen balaustradas de bronce, en sus paredes hay enormes espejos con marcos de madera tallada. Mientras esperas el ascensor, de esos antiguos muy pintorescos, con puertas de hierro, un muchacho guapetón se coloca al lado tuyo. Te sonríe, le sonríes. Te dice hola, le dices hola. Quiere saber cómo te llamas, tú le respondes. «¡Qué bonito nombre!», agrega el guapetón, pero tú sabes que lo mismo te habría dicho si te llamaras Pancracia, Emeregilda o Maclovia. «Gracias, ¿y vos cómo te llamás?», le preguntas una vez dentro del ascensor. Entonces ocurre lo de siempre cuando te escuchan hablar: «¿Eres argentina?», «¡visité Buenos Aires en el .... y me flipó!», «¡los bifes de chorizo que me comí madre mía del amor hermoso!». Acto seguido el guapetón te dice, entre otras cosas, que tienes un acento muy de su agrado. En fin, que te das cuenta de que estás ligando justo antes de hacerte una mamografía, o como se diría en tu país natal: te están arrastrando el ala. A punto estás de bajar del ascensor cuando el guapetón te pide el teléfono, raro en un español porque no suelen ser tan lanzados, pero éste parece serlo. «¿Te apetece que mañana tomemos un café?», te pregunta y, como si ya le hubieras dicho que sí, saca su móvil para apuntar tu número.
Hete aquí que quien te dijo que la mamografía era un estudio simple te lo dijo porque en vez de partes delanteras tiene partes colgantes. Hombre tenía que ser, se nota que nunca le hicieron una. No es que duela, pero el que una máquina fría te apretuje desde todos los ángulos existentes esa zona agradable no te resulta; preferirías estar en tu casa tomando mate con tu gato Ernesto, o podando las plantas. Te hacen una toma, dos, tres, cuatro; te dicen que no respires una, dos, tres, cuatro veces; te acomodan las partes de una, dos, tres, cuatro maneras diferentes, y así. Cuando la técnica termina de agarrártelo, colocártelo, retoqueteártelo y aplastártelo todo para obtener sus tomas, tú te diriges rauda hacia tu ropa. «¡No te vistas todavía!», te grita la técnica, «te tiene que ver el médico». Hermoso momento, hermosísimo, cuando quien entra por la puerta es el guapetón con quien quedaste para ir a tomar un café al día siguiente. Y tú ahí, solo te falta la cola de pez para ser una sirena en condiciones, el pechito al aire ya lo tienes. Si solo tuviera que mirar vaya y pase, pero claro, el guapetón está obligado a toquetearte en busca de bultos o lo que sea que busque en tus partes, no vaya a ser que tengas algo y él no lo descubra a tiempo. A ver cómo le explicas luego a tu abuela que lo de mostrar primero tu pecho sirenil y luego tomarte el café no lo haces por vicio...

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