Revista Ciencia

La ciencia de la implementación: cómo achicar la brecha entre lo que se sabe y lo que se aplica

Por Jguerra

LA CIENCIA DE LA IMPLEMENTACIÓN: CÓMO ACHICAR LA BRECHA ENTRE LO QUE SE SABE Y LO QUE SE APLICA

 LA CIENCIA DE LA IMPLEMENTACIÓN: CÓMO ACHICAR LA BRECHA ENTRE LO QUE SE SABE Y LO QUE SE APLICA

Se ha comprobado que la medicina basada en la evidencia es muy valiosa, pero que llevar los hallazgos a la práctica lleva entre 15 y 17 años.

El estadístico, matemático y consultor William Deming (1900-1993), que difundió métodos y principios de gestión de la calidad que impulsaron la recuperación económica de Japón en la posguerra, popularizó en la década del ’50 el ciclo de mejora PDCA: planificar, hacer, medir y actuar. Un marco conceptual y modelo de proceso concebido inicialmente para la industria, pero que también puede ser aplicado para mejorar la calidad del servicio en cualquier área del sector salud. La clave es saber qué buscar, definir el problema y abordarlo de manera metodológica, involucrando al personal para poner en práctica los cambios y los ajustes sucesivos.

La ciencia de la implementación busca llevar la evidencia científica a la práctica. Geoffrey Curran, un profesor de la University of Arkansas for Medical Sciences, en Little Rock, Estados Unidos, ha planteado una manera sencilla de definir el concepto: si la intervención, práctica o innovación es “la cosa”, la investigación de efectividad examina si “la cosa” funciona; y la investigación de implementación busca determinar la mejor manera de ayudar para que la gente o los lugares hagan “la cosa”.

La ciencia de la implementación no es algo nuevo, porque la mayor parte de sus teorías tienen 30 o más años. Su conjugación con la ciencia de la mejora de la calidad aplicada a los servicios de salud es catalizadora de la reducción de esa brecha temporal que existe entre el descubrimiento de evidencia y la práctica clínica. Los hallazgos científicos pueden tardar entre 15 y 17 años en llegar al paciente como estándar de cuidado. Y se necesitan más y mejores herramientas para tratar de achicar esa brecha entre lo que se sabe que hace bien y lo que se aplica.

Hay que considerar todos aquellos aspectos que no se estudian en los ensayos clínicos. Porque no se trata solo de encontrar la mejor vacuna, quimioterapia o tratamiento antimicrobiano, sino también de motorizar la gestión del cambio de conducta para que esa intervención logre su cometido. A nivel de los profesionales y también de los pacientes. Pese a toda la información disponible, ¿por qué hay tanta gente que fuma, incurre en desequilibrios nutricionales o no usa el cinturón de seguridad?

Así, la ciencia de la implementación busca identificar el problema, entender las razones, actuar sobre las causas y hallar entre todos la solución. Aspira a lograr que acciones de mejora (desde la prevención de escaras hasta la reducción en la incidencia de infecciones nosocomiales o la adhesión a normas para la atención de COVID-19) tengan mayores resultados e impacten en una escala más amplia. Trascender las “buenas intenciones” y traducir de manera más efectiva los objetivos declamados de intervenciones de salud pública en beneficios concretos y tangibles.

Por Dra. Viviana Rodríguez, coordinadora del Departamento de Calidad, Seguridad del paciente y gestión clínica del IECS.


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