Deprime un poco. Escribes “fuentes de energía” en los todopoderosos Google o Wikipedia, pulsas la tecla y aparecen cientos de enlaces que hablan de energías renovables y no renovables. Van del fuego a la energía nuclear pasando por el carbón, el petróleo, el agua, el aire y el sol, el viento y las olas, la biomasa y las expectativas del nitrógeno... pero no existe la menor referencia a la energía más determinante en la conducción y evolución del mundo: la energía cerebral.
Como civilización, no acabamos de aceptar y asumir que la energía más potente, sabia y trascendente es la cerebral. Es una cuestión de costumbre y miedo: todo tipo de poder, político, social, religioso, existe porque ejerce la conducción y el control de las ideas de sus seguidores. Históricamente se ha creado una sumisión que hoy seguimos arrastrando, no por la inteligencia sino desde el estatus.
Afortunadamente, el fin de esta degenerada miopía egoísta está a la vuelta de la esquina. Pretender que el máximo intelecto resida en las cúspides de cualquier tipo de poder —político, social, económico, religioso— es una aberración defensiva que detiene las visiones y energías de nuevos desarrollos, al tiempo que enquista a parásitos negados a cualquier evolución.
El gran cambio y el desarrollo de la civilización sólo se pueden estructurar desde una sociedad civil que dignifica el poder de todos los cerebros, y no el de unos pocos.
Es urgente prestigiar el talento abierto y acabar con las prevenciones y las defensas arteriosclerósicas.
• ¿Por qué los partidos políticos son, desde un punto de vista de fomento del criterio, auténticas momias piramidales?
• ¿Por qué en tantas empresas sólo pueden pensar los que están en la cúspide, ignorando que nadie conoce mejor su huerto que quien lo cultiva?
• ¿Por qué a las grandes creencias les cuesta tanto entender que la bondad y el bien común del siglo avanzan por parámetros mucho más positivos y potentes que los que sirvieron en cualquier tiempo pasado?
• ¿Por qué la inmensa mayoría del mundo árabe es capaz de prescindir del talento de la mitad de sus cerebros, el de sus mujeres?
En todo el mundo son contados los núcleos de poder capaces de preguntar formalmente a sus acólitos, seguidores o empleados: ¿”qué haría usted para mejorar su entorno más inmediato?”. Cada vez se hacen más encuestas —esas empanadas comprimidas de neuronas— y se ignora usar la energía cerebral individual, esa que sólo se capta y arde a través del contacto directo y la opinión íntima. El privilegio de aspirar la sabia y profunda energía humana, no hay estudio ni informe capaz de transmitirlo: sólo se percibe a través del contacto directo.
Estamos obsesionados buscando nuevas fuentes de energía, mientras olvidamos que la principal cada uno la lleva incorporada de origen en la parte superior de su cuerpo. Es la energía cerebral. Sólo la tenemos los humanos. Y además de ser la más potente, encima es gratis. Fuente: Joaquín Lorente. Escritor y editor. C. Marco