Estoy leyendo el último libro de la periodista de investigación Marie-Monique Robin titulado Nuestro veneno cotidiano. La responsabilidad de la industria química en la epidemia de las enfermedades crónicas. Es largo, unas 670 páginas, así que voy despacio. Tiene además muchos datos; es una investigación que le ha llevado años y viajes por todo el mundo. Robin también es autora de El mundo según Monsanto.
En él cita el concepto de “investigación defensiva“, es decir, la ciencia concebida con el fin de defender los productos de las diferentes industrias, sobre todo aquellas más contaminantes o que pueden provocar daños en la salud de las personas. La ciencia hoy está divida entre la que se toma así misma como servicio a la salud pública y la que no quiere reconocer o lo hace de manera cínica que sólo sirve a intereses privados. Los que leéis de manera habitual este blog tenéis los ejemplos en la cabeza .
Los que utiliza Robin para explicar el término son los de la gasolina con plomo, introducida en el mercado a sabiendas del daño neurotóxico que provoca este metal o la cortina de humo que se fabricó para ocultar los efectos nocivos del tabaco.
“Nuestro producto es la duda“, en palabras de uno de los industriales citados en el libro.
Narra la francesa cómo se realizan campañas de desinformación científica sistemática para embrollar a los políticos, los periodistas y los consumidores y de paso amordazar a la investigación independiente. Es algo que tengo muy claro y que ya contamos en libros como Conspiraciones tóxicas. Esta es una estrategia fundamental que emplean algunas industrias es financiar estudios “científicos” amañados -la colega explica los modos concretos de hacerlo- que luego serán divulgados en los principales medios de comunicación, cuando no ocultados sus datos con la excusa de ser “confidenciales” y “propiedad exclusiva” de la empresa de turno. De esto no es fácil enterarse e incluso hay quien lo sigue considerando ciencia.
Por lo general, cuando se introduce en el mercado un servicio, tecnología o producto dañino, para el medio ambiente y para las personas, el fabricante suele saberlo de antemano, lo hemos comprobado con algunos medicamentos que hoy están en las farmacias y otros ya retirados. Estas campañas les resultan fundamentales para distraer a la opinión pública durante años pues animan de manera artificial y constante el “debate” publicando de manera continua estudios manipulados para generar dudas y que la decisión, sobre todo de los políticos, se aplace sine die. El negocio mientras continúa.
Comenzó, según Robin, con el plomo en los carburantes, continuó con la industria tabaquera, siguió con el amianto y hoy, por mi experiencia, algunos de los ámbitos en los que se desarrolla la “ciencia defensiva” son:
vacunas, amalgamas dentales con mercurio, medicamentos y tratamientos, material de diagnóstico y sanitario, contaminación electromagnética (telefonía móvil, WiFi, transformadores eléctricos, etc), reconocimiento de enfermedades relacionadas con la contaminación del medioambiente como la Sensibilidad Química Múltiple (SQM) o la Hipesensibilidad a los Campos Electromagnéticos (EHS), productos alimentarios sean transgénicos o químicos tóxicos utilizados en su producción o la propia existencia de algunas enfermedades sobre todo en el campo de la salud mental.
La ausencia de certidumbre no es razón para no hacer nada.
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