la cita II

En medio de un atolladero de autos creyó enloquecer. Desesperado buscó otro taxi o lo que fuera para llegar a la cita. Todas sus dudas se juntaron en una locura desenfrenada por llegar, como si una fuerza prohibida le hubiera devuelto las ganas.En apariencia el conflicto interior había desaparecido, era todo impulso. Era sólo ganas.Y en esa ciudad de fondo nadie lo veía a nadie le importaba, era una ciudad chica y llena de sueños adormecidos, relojes sin cuerda, extraños junto a extraños. No podía quejarse, él mismo había estado ciego demasiados tiempo sin importarle siquiera del conocido de la otra cuadra, pero se quejaba igual y a la vez descubría la ley de los porcentajes, esa macabra ley que cuando te aparece un problema te transforma en el cien por ciento.Ser el cien por ciento de algo no es amor propio sino la exaltación del ego que clama encaprichado. Triste porcentaje lo tenía encadenado y no existirían taxis ni carretas que lo llevaran a buen puerto.Hubiera sido genial que en el momento del desenfreno todo se convirtiera en la típica película yanki donde el muchachito de la película salta por encima de los autos mientras un enano atrevido frena el tránsito y una anciana reparte sopapos a los transeúntes mientras él con música de fondo logra su objetivo. Pero no, no y no! Esta carrera por llegar a donde antes no sabía si quería era demasiado real.Tan real que irrumpía en escena el poder y no saber versus el querer y no poder.Vaya paradoja! Un versus que aparecía como simbolización de algo negado.Con distinta forma y con diferentes máscaras seguía atrapado en un no puedo, ya que en definitiva ese deseo por llegar no era más que la exteriorización de la bronca ante lo que parecía imposible de lograr, pero no era un deseo genuino de encuentro. Con tanta bronca sólo podía pensar que todos los caminos lo llevarían a Roma hasta que en un momento pensó si Roma verdaderamente existiría…