Revista América Latina
Las seis de la tarde. Ambos apagaron sus ordenadores después de terminar la jornada. Él había insistido todo el día por otra cita.Después de tanto dudar, Ella asintió, pero al final no cumplió su promesa.Evitó el encuentro a pesar del deseo que abrigaba de sentirse protegida entre sus brazos.Adelanta los pasos hacia su morada. La incertidumbre le acompaña hasta que por fin llega a la casa. Se sienta en una silla mirando a la calle. Tiene la esperanza de que él aparecerá para rescatarla de su agonía. Sus ojos bien abiertos, a la expectativa. Piensa que en cualquier momento él irrumpirá y -sin mediar palabras- ¡zas! la ahogará en sus besos tiernos.Y ese corazón que acelera sus latidos... Naaah! Puras ilusiones...La noche se hizo vieja durante su solitaria espera. Se retorcía de dolor, pobrecita niña.¡Cómo lloraba! Parecía una desgraciada sin dolientes. Se halaba los cabellos con fuerza. No quería estar, no quería pensar. Pero lo hacía y lloraba más, de rabia, de impotencia, de amor. Lloraba porque, a veces, decidir lo correcto duele.